El Museo de Cerámica de Barcelona presenta por primera vez en España una espectacular selección de piezas de Iznik (Turquía) de los siglos XVI y XVII procedentes de la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa y de colecciones privadas barcelonesas. Producidas en el momento álgido del Imperio Otomano, cuando Estambul era el epicentro comercial y cultural de Oriente Próximo, el interés de esta cerámica, tan codiciada por los mejores coleccionistas, reside en su ornamentación floral, que reproduce la vegetación autóctona, tulipanes, clavelinas y jacintos, entre otros, y en los vivos colores turquesas, rojos, rosados, verdes, esmeraldas y púrpuras, insólitos hasta aquel momento en Europa.
Esta exposición, Un jardín singular, es un paseo por la poco conocida en España cerámica de Iznik, pero también por la historia de las flores y el gusto por la decoración floral, desde los tejidos hasta los tratados de botánica, pasando por la incidencia de los floreados en la cerámica española.
A finales del siglo XV, la ciudad de Iznik, la antigua Nicea, situada al nordeste de Turquía, se convirtió en el centro cerámico turco por excelencia dedicado a la producción de servicios de mesa de lujo y de azulejos para la ornamentación de palacios, mezquitas y mausoleos.
Naturalista y exuberante
No fue hasta los años 1520-1566, coincidiendo con el sultanato de Solimán el Magnífico, que sus alfareros empezaron a desarrollar su propia personalidad cultivando una ornamentación naturalista exuberante, cuyo cromatismo fue enriqueciéndose a medida que transcurrían las décadas.
A partir de 1570, la cerámica de Iznik se comercializó con éxito en el mercado europeo y marcó tendencias entre las producciones de Padua y Venecia (Italia) y de Nevers (Francia). La riqueza cromática de las vajillas otomanas despertó el interés de familias pudientes de Italia, Francia, Alemania, Austria e Inglaterra, que encargaron sus servicios de mesa a los alfareros turcos.
Llegan los tulipanes
Paralelamente a la cerámica de Iznik, el botánico Charles de l’Écluse (Clusius) recibió de Estambul los primeros bulbos de tulipanes, que plantó en el jardín imperial de Viena y en el jardín botánico de Leiden, creando en Europa la tulipomanía, es decir, la moda de su coleccionismo de diferentes especies y colores, que a su vez provocó la primera burbuja económica registrada en la historia.
Retratar las flores de los jardines botánicos se puso de moda, tal y como se puede apreciar en la pintura de naturalezas muertas del Siglo de Oro español y también en la cerámica europea. De hecho, las producciones cerámicas de Barcelona de finales del siglo XVII y del XVIII, decoradas con jarrones y cestos de flores, recuerdan a las naturalezas muertas florales de los pintores flamencos y españoles.
Un jardín singular exhibe la exuberancia de la cerámica de Iznik a través de piezas que muestran los inicios de esta cerámica, en las que se introducen los colores turquesa, verde y berenjena y se abandona la rigidez de la época islámica para dar paso a la armonía y el movimiento aéreo de las flores representadas, como los tulipanes, las rosas, los jacintos y los claveles.
Las «cuatro flores»
Uno de los diseños florales más populares de esta cerámica es el de las «cuatro flores», que destaca para ser el más vistoso y por aportar una perspectiva tridimensional y potenciar el realismo. Otro tipo de cerámica que puede verse en la exposición son los azulejos, que servían para decorar el interior de las mezquitas, los mausoleos y los palacios. Los alfareros de Iznik empezaron a desarrollar las tradicionales composiciones florales con las que tapizaban los altos muros de los aposentos con el fin de crear la ilusión óptica de un jardín interior.
En la exposición también se pueden admirar tejidos otomanos ornamentados con la misma decoración floral de la cerámica de Iznik y el libro de Clusius, en el que aparece la primera ilustración del tulipán que se exportó de Estambul.
Cerámica catalana
La muestra también subraya la influencia de los ornamentos florales en la cerámica catalana de finales del siglo XVII y del siglo XVIII, que recuerdan las naturalezas muertas florales.
El puerto de Barcelona, considerado un importante centro comercial del Mediterráneo, asistió a la llegada de cerámica procedente de diferentes centros italianos. La cerámica barcelonesa de aquel momento recibió influencias directas de Italia e indirectas de los Países Bajos donde, en aquella época, se producía una gran cantidad de cerámica decorada con flores inspirada en los grabados flamencos de naturalezas muertas.
Esta muestra es la última que se podrá ver al Palacio Real de Pedralbes de Barcelona antes del traslado al nuevo edificio del DHUB, ubicado en la plaza de las Glorias.