El hallazgo de los enlaces y simetrías que emplea Lacalle en sus obras crea un juego de significados y rimas que mantienen el hilo conductor tanto de la organización formal del cuadro como del contenido conceptual. Se crea una trama que sustenta todo el juego de afinidades donde entra el relato y la forma de éste.
Las obras impactan al espectador con su tan personal suntuosidad de color. Del mismo modo, estas quedan impregnadas de su vital ironía y de las constantes referencias a los grandes movimientos artísticos y literarios del siglo XX, sin olvidarse de la crítica social. Es un intento de poner en danza la desesperación hedonista de nuestra sociedad de consumo agonizante. Cómo se busca en el pasado un lugar donde acomodar nuestra realidad. Cómo la destrucción que estamos viviendo viene encubierta con la forma de un presente tiránico que no deja rendija alguna para la memoria, además de corroerla allí donde sobrevive.
En palabras del propio pintor: “Estoy intentando llevar la pintura a una situación extrema, saturada, donde la figuración está brutalmente sobredimensionada. El color y las formas se amontonan. No son nada, pero tienen algo de energía sexual. Radicalmente diferenciados, formas y colores, sin embargo, se funden en un solo elemento, que es el cuadro”.