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Una obra maestra contra los encapuchados

La novela no es tal, es en realidad una impagable lección de periodismo escrita por un periodista. Es la crónica sobre el conflicto de Irlanda del Norte. Es el retrato de unos años, de los setenta a los noventa, y de una ciudad, Belfast, en los que el horror formaba parte esencial del paisaje: las ejecuciones, las desapariciones, los atentados, los linchamientos, los francotiradores, las delaciones, las torturas, los muros, las alambradas, las puertas y ventanas tapiadas, la pobreza, la miseria, la orfandad, los abusos, el miedo. Tal y como sucede no en los disturbios por intensos que sean, sino en las guerras. Y como en las guerras, la vida sigue y los críos salían a corretear por las calles cuando los tiroteos cesaban y los incendios se extinguían.

En No digas nada, Patrick Radden Keefe [1] analiza el enfrentamiento fanatizado en todas las variables posibles, entre Irlanda del Norte e Inglaterra, entre unionistas y lealistas, entre católicos y protestantes o entre partidarios y no partidarios de la violencia como fórmula para alcanzar objetivos políticos, pero sobre todo este periodista de The New Yorker retrata unas cuantas vidas en sus años más convulsos. La de Jean McConville, una viuda sin apenas recursos y diez hijos a su cargo a la que secuestró e hizo desaparecer el IRA; la de las hermanas Price, Dolours y Marian, que se enrolaron en el IRA, viajaron a Londres a poner bombas (lo que en España con ETA, en los noventa, conocimos como socialización del sufrimiento), fueron detenidas y protagonizaron en prisión una de las huelgas de hambre más mediáticas que se recuerdan; o la de los dos amigos primero, enemigos después, que fueron Brendan Hughes, uno de los jefes militares del IRA y un tipo con algunos escrúpulos entre tanto exaltado sin escrúpulos, y Gerry Adams, el que fuera hasta hace un par de años el presidente del partido Sinn Féin.

Y cuenta Radden también la peripecia de unos cuantos secundarios más, casi todos fervientes defensores del republicanismo irlandés, entre ellos algunos psicópatas y agentes dobles, la mayoría convencidos desde niños que los ingleses son una fuerza de ocupación que hay que expulsar de la isla por los medios que sean. De todos proporciona suficiente información para que el lector juzgue por sí mismo y saque sus propias conclusiones.

Predomina en los casos más célebres –Dolours Price, Brendan Hughes…– una pulsión autodestructiva cuando van cumpliendo años, desaparece el vértigo, desciende la adrenalina, se difumina el protagonismo, amenaza el olvido y hay más tiempo para pensar en el pasado, en las barbaridades del pasado. Por un Gerry Adams revolucionario que muta en político fotogénico, capaz de codearse con estadistas y esquivar con éxito todos los ataques de enemigos y examigos sobre su pasado, hay muchos, muchos más, que cayeron más pronto que tarde en esa amargura –“sumidos en una bruma de alcohol y medicamentos”– que siempre provoca preguntarse para qué sirvió tanto dolor, tanta atrocidad, tanta muerte. “Muchos han perdido pero quién ha ganado”, cantaba Bono de U2 en Sunday Bloody Sunday.

Es inevitable tener la sensación de que Adams cuidó sus movimientos con la ambigüedad del que adivinaba que los acuerdos del Viernes Santo de 1998, que pusieron fin al conflicto, acabarían por llegar y que le convendría tener un discurso sobre su pasado válido para estar a bien, según toque, con unos y con otros.

El relato de Radden empieza en el Belfast de 1972, en ese Belfast donde nadie se sentía seguro (“uno se metía en un sitio para escapar de un tiroteo y volvía a salir por temor a una bomba”) y, lo que es peor, todo el mundo se conocía y no pocos se espiaban. Y lo hace con el citado secuestro y asesinato de McConville, sospechosa de trabajar para los británicos; todo ello en un ambiente muy marcado por el enfrentamiento entre protestantes y católicos, malencarados entre sí las veinticuatro hora del día pero prácticamente igual de pobres. Porque puede que tuvieran más privilegios los protestantes pero el desempleo se cebaba con las dos partes.

Javier Reverte, que antes de escribir libros de viaje ejerció de corresponsal en Londres, fue destinado a cubrir las consecuencias del espeluznante Domingo Sangriento (30/01/72), la manifestación que se saldó con la muerte de trece católicos a manos de paracaidistas ingleses. Pues Reverte contaba en sus memorias de esos años que no podía dejar de preguntarse cómo era posible que “dos comunidades, a las que unían la escasez y la pobreza, podían odiarse a causa de la religión y de la Historia, en lugar de combatir hombro con hombro contra quienes los explotaban”.

McConville era una de esas desgraciadas que malvivía en un horroroso bloque de pisos hasta que un grupo de encapuchados se presentó en su casa y se la llevó delante de sus hijos, “algunos tan pequeños que no habían elaborado todavía un catálogo amplio de recuerdos”. Su desaparición, los motivos, la identidad de los que ejecutaron la orden y de los que la dieron, las secuelas para la familia y la búsqueda de sus restos mortales constituyen el hilo conductor de un libro terrible y admirable.

Admirable si tenemos en cuenta el extraordinario esfuerzo que ha tenido que hacer al autor para recopilar testimonios entre tanta negativa a hablar: “Parecería extraño que acontecimientos de hace casi medio siglo pudieran provocar tanto temor y angustia, pero en Belfast la historia está viva y es peligrosa”.

Un trabajo que desliza preguntas incómodas sin respuesta y que en esa reconstrucción de los años más duros del conflicto, en esa investigación que busca arrojar algo de luz sobre las verdades ocultas, acaba por ofrecer un impagable recuerdo a las víctimas de aquella violencia, especialmente a esa veintena de desaparecidos representados en la persona de Jean McConville.

Una obra maestra contra el olvido y los encapuchados.


No digas nada [1]

Patrick Radden Keefe

Traductor: Ariel Font Prades

Editorial Reservoir Books

543 páginas

22,90 euros

Es mejor comprar libros que leerlos

Publicado por Carlos en En Libros | Sin comentarios

Es imprescindible que los libros no leídos sean libros muy deseados, claro. Además no es tan difícil codiciar libros sin intención inmediata de leerlos: por bonitos, por raros, por minoritarios, por ser de consulta, hasta por estar en un idioma que todavía no dominas del todo. Para eso, lo más adecuado es entrar en una tienda, cotillear, hojear, dejarse incluso asesorar y, a ser posible, soltar una pasta. De ese modo acumulas artefactos mayormente inútiles pero que son saludables promesas de felicidad y lo son hasta el mismo instante en que te pongas con ellos. ¿Tan saludables como para incrementar la esperanza de vida? Seguramente. Era Cioran el que decía eso de “no podríamos vivir si no diésemos importancia a lo que no la tiene”.

[2]

En una de aquellas viñetas intelectuales que durante tantos años dibujó Máximo en El País aparecía un señor calvo con gafas y poblado bigote delante de unos estantes del suelo al techo atestados del libros y afirmando lo siguiente: “Compro libros y libros como si me asegurasen tiempo infinito para leerlos”. Ya lo siento pero las bibliotecas públicas, tan importantes ellas, no valen para este cometido. Tampoco vale atesorar veinte mil obras en un eBook.

Viene esta defensa de la compra de libros, excesiva y enfocada a colonizar físicamente el hogar, tras leer el Manifiesto por la lectura que escribió Irene Vallejo por encargo de la Federación de Gremios de Editores de España [2]. Todo muy sensato: que si leyendo vives más vidas, miras con más ojos y viajas más de lo que te puedes permitir, que si agilizas tu mente e iluminas tu imaginación, que si frenas el deterioro cognitivo o al menos lo retrasas (“los libros ofrecen un gimnasio asequible y barato para la inteligencia en todas las edades”), que si esto, lo otro y lo de más allá, pero ni rastro de lo primero de todo: hay que gastarse el dinero en libros y cuantos más, mejor para que el futuro resulte así más esperanzador.

La superioridad del libro no leído sobre el leído es innegable a la manera en que siempre es más prometedor cualquier viaje aún sin preparar que los mejores viajes ya disfrutados; o al modo en que es más apetecible cualquier restaurante de nivel sin degustar sobre los más excelsos ya probados. No olvidemos lo que decía el escritor y psicólogo Rafael Metlikovez: la esencia de la infelicidad es desear lo que ya tenemos.

Resumiendo, tengamos claro que es mejor comprar libros que leerlos. Lo que no tengo tan claro es que no sea un poco desastre abandonar este valle de lágrimas con demasiadas lecturas pendientes. Porque no nos engañemos, leer libros también está muy bien.

El orgasmo de Nora y el nuestro

Publicado por Carlos en En Cine,Libros | Sin comentarios

El universo de Ephron tiene precisamente grandes dosis de Nueva York, de humor y de relaciones de pareja. También de confesiones a calzón quitado. Confesiones de su entorno contadas con gracia y en las que por lo general ella suele salir la peor parada. Con una confesión empieza su novela Se acabó el pastel: se acaba de enterar, embarazada de siete meses, que su marido tiene un amante. El libro fue un éxito de ventas cuando se publicó en 1983 (Anagrama lo editó en España al año siguiente y lo ha reeditado ahora) y en dicho éxito tuvo que influir forzosamente que los lectores sabían que detrás de la protagonista desgraciada y el adúltero incorregible estaban la propia Nora Ephron y Carl Bernstein, uno de los reporteros que destapó la trama del escándalo Watergate.

Una obra que nace del dolor pero sin dejar de tomarse todo un poco a guasa. “Me aterraba entonces pensar que iba a ser de mis hijos y de mí”, escribiría muchos años después de su aparición. La narradora / protagonista / autora se declara herida, enfadada, humillada, estúpida e infeliz pero lo dicho: no puede parar de hacer chistes. De la reflexión grave a la ocurrencia cachonda sin cambiar de párrafo. “Intente usted volar con un niño en cualquier avión si quiere experimentar una sensación parecida a la de ser un leproso en el siglo XIV”, dice mientras se declara superada por la pena de coger un vuelo sola con su hijo. La trama es mínima –que viene a ser: le perdono o no le perdono esta infidelidad– y al mismo tiempo es suficiente para mostrarse tremendamente mordaz con las amarguras y miserias de la situación. “Una de las cosas que tengo que decir de las crisis matrimoniales es que la gente te da muchos abrazos cuando las cuentas”.

Casi al final le pregunta una amiga por qué cree que debe convertir todo en un relato. Lo escribe concretamente en esta novela pero lo demuestra también en sus libros de ensayos. “Porque si cuento la historia, domino la versión. Porque si cuento la historia, puedo hacer reír; y prefiero que se rían a que tengan lástima de mí. Porque si cuento la historia, no me duele tanto. Porque si cuento la historia, puedo soportarla”.

Dos años antes de fallecer por una leucemia en 2012, Ephron publicó No me acuerdo de nada. Una vez más dolor y pena entre risas. Textos con la sencillez, honestidad y encanto marca de la casa pero trufados de la nostalgia del que se despide. Con este libro la guionista y directora de Tienes un e-mail y Algo para recordar hizo lo más parecido a un balance de vida. Un destilado de sus temas y pasiones desde la última vuelta del camino: el periodismo, el cine, las recetas de cocina, Manhattan… También el divorcio y la vejez (“tomas tantas pastillas por la mañana que no te queda hueco para desayunar”).

Es imposible no caer rendido a su talento cuando se centra en sus problemas de memoria, en sus fracasos (“Del fracaso se aprende. Ojalá fuera cierto. Yo creo que la enseñanza principal de un fracaso es que es muy posible que vuelvas a tener otro fracaso”) o de la relación con sus padres (“los padres alcohólicos son muy desconcertantes. Son tus padres, y por eso los quieres; pero son unos borrachos, y por eso los odias. Pero los quieres. Pero los odias”).

Es difícil no dejarse seducir por su escritura cuando rememora sus inicios como reportera o cuando se felicita por no heredar una fortuna que parecía segura. O cuando recuerda las alegrías y disgustos que trajo consigo que el pastel de carne de un restaurante llevara su nombre y empezara gustando y luego no tanto. Es una delicia su disección en seis fases de la irrupción en nuestras vidas del correo electrónico y es una pena que no le diera tiempo a hacer algo similar con Twitter o Instagram.

Aquella noche en Nueva York mis hijos se sumaron a la ovación del público después del orgasmo simulado. Ya es inevitable: cuando algún día lean a Ephron o vean alguna de sus películas, la asociarán con un verano y una ciudad inolvidables. Y con un orgasmo.


No me acuerdo de nada [3]

Nora Ephron

Traductor: Catalina Martínez Muñoz

Editorial Libros del Asteroide

176 páginas

18,95 euros

Se acabó el pastel [4]

Nora Ephron

Traductor: Benito Gómez Ibáñez

Editorial Anagrama

208 páginas

18,90 euros

10 libros que garantizan la carcajada

Publicado por Carlos en En Libros | 1 Comment

Hay grandes clásicos del humor que te dibujan una sonrisa pero no acaban de despertarte la carcajada, y otros libros menos celebrados a los que rendir tributo eterno precisamente por lograrlo aunque sea solo una o dos veces. La misma situación que a unos les mata de risa a otros les deja indiferentes o directamente les irrita. Aquí una selección para partirse la caja cuyo único aval es habérsela partido alguna vez al arriba firmante.

Abierto toda la noche (Anagrama, 1995)

El debut literario de David Trueba fue esta divertida novela que no se esforzaba por ocultar cierta inspiración autobiográfica. Con dedicatoria a sus padres –“A Palmira y Máximo, mis autores favoritos”– y fotografías en portada de sus hermanos, Trueba ideó el hogar, el único garito de la ciudad abierto toda la noche, de una familia numerosa propensa a vivir las situaciones más disparatadas. El autor volvería a hacernos reír cuatro años después con las vacaciones de Cuatro amigos (Anagrama, 1999).

Salón de pasos perdidos (Editorial Pretextos)

Van ya publicados 21 volúmenes de esta novela en marcha que son los diarios de Andrés Trapiello. El argumento se repite en todos ellos con pocas variaciones: la historia de un tipo que pasea de forma incansable tres o cuatro rincones de Madrid, que se escapa a su casa de campo extremeña, que nos cuenta sus charlas y lecturas, que ajusta cuentas y clava retratos (tiernos, malvados, familiares…), que escucha y comparte las historias más variopintas… ¿Un momento? ¿Pero aquí hay motivos para reírte a carcajadas? Ni uno ni dos ni tres. Son muchos y algunos de ellos son antológicos. Uno podría ser el de aquella anciana empeñada en meterle en el bolsillo del pantalón los honorarios por una conferencia mientras dicta dicha conferencia. Puede que Trapiello se adorne con maneras de melancólico impenitente pero en el fondo es un grandísimo humorista.

Memorias de un amante sarnoso (Tusquets, 2018)

“Este libro fue escrito durante las prolongadas horas que pasé aguardando a que mi esposa acabara de vestirse para salir. En este sentido, si nunca se hubiera puesto nada encima, jamás se habría escrito este libro”. Así explica Groucho Marx en la primera página el origen de esta obra tan divertida como Groucho yo (Tusquets) o su maravillosa correspondencia (Las cartas de Groucho, Anagrama).

Perelmanía (Editorial Contra, 2018)

Tan gracioso como Groucho pero más preocupado por esculpir una prosa de indudable calidad fue Sidney Joseph Perelman [5] (1904-1979), que invertía mucha horas en dar con la palabra exacta. Fue también el modelo a seguir para un joven Woody Allen que trataba de colocar en revistas sus primeros relatos de humor. Desde el año pasado disponemos en español, por fin, de una selección de sus mejores historias publicadas en la revista New Yorker entre 1930 y 1976.

Cuentos sin plumas (Tusquets, 2009)

Tras las dos recomendaciones anteriores, la secuencia lógica es aterrizar en esta recopilación de los tres libros de relatos de Woody Allen. Aquí están las bromas iniciales sobre sus temas de siempre, la muerte, dios, la religión, el arte, los intelectuales. ¡Cómo son esas cartas de Van Gogh a su hermano Theo en Si los impresionistas hubieran sido dentistas! “Estos libros son las obras que más veces he leído en mi vida. Siguen siendo una fuente inagotable de carcajadas, que a veces despiertan a mi mujer violentamente en mitad de la noche”, Fernando Trueba.

El odio, fuente de vida y motor del mundo (Ediciones Martínez Roca, 2000)

Primero reflexiona sobre los peligros del campo de fútbol como espacio para el odio o sobre el nacionalismo como coartada para odiar a manos llenas, pero acto seguido Ramón de España ejerce también su propio derecho a odiar y hace entonces desfilar por este libro a una galería de personajes conocidos que por distintos motivos merecen su aversión más sincera aunque sea solo por un par de minutos al día. Aviso: abstenerse fans con poco sentido del humor de Abba, Pedro J. Ramírez, Bruce Springsteen, Robin Williams, Tom Hanks, Emilio Aragón o Ken Loach.

Chap chap (Blackie Books, 2015)

Similar espíritu festivo, gamberro y provocador que el anterior gasta Kiko Amat en su faceta de periodista cultural, escribiendo siempre en primerísima persona, con sus filias desatadas y sus fobias ofensivas, y abundantes referencias a su mujer y sus dos hijos, los tres pelirrojos, a los que unas veces califica de zanahorias y otras de sospechosos del IRA. La carcajada puede llegar leyendo el relato de su vasectomía, que le obliga a desplazarse por la ciudad “como un Lucky Luke con ladillas”; o cuando enumera las 10 cosas que no puede hacer desde que tiene hijos (“cagar en paz” es una de ellas; “sufrir atroces resacas” es otra); o cuando defiende el abuso del alcohol como filosofía de vida y ataca a “sus detractores y otras alimañas de secano”.

Los millones (Blackie Books, 2010)

Marzo de 1986. A uno del GRAPO le tocan doscientos millones de pesetas en la Lotería Primitiva. No puede cobrar el premio porque no tiene DNI. Así resumían en la contraportada la primera novela de Santiago Lorenzo, digno heredero del mejor Rafael Azcona y de Jardiel Poncela en este retrato de Francisco, un infeliz que se muere literalmente de hambre y que hace méritos con escaso éxito para ser terrorista.

El novio del mundo (Fundación José Manuel Lara, 2018)

Con esta loquísima ficción, Felipe Benítez Reyes no solo crea uno de los grandes personajes literarios de las últimas décadas; también uno de los más cachondos: Walter Arias [6]. Baste mencionar cómo recuerda el autor uno de los detonantes de la creación del personaje para hacerse una idea del sistema de ideas que gobierna la mente de Walter. “Me presentaron a un pájaro de la noche madrileña, actor a tiempo parcial, tarambana a tiempo completo y creo recordar que algo así como relaciones públicas de una discoteca por entonces de moda; bien, aquel joven se quejó de su alopecia creciente y me ofreció su diagnóstico científico: ‘Creo que estoy quedándome calvo de tanto comer coños. Estoy convencido de que los coños sueltan un líquido que quema el pelo’”.

¿Dónde vamos a bailar esta noche? (Círculo de tiza, 2017)

En esta miscelánea de textos autobiográficos donde abundan los recuerdos de amigos, cromos de fútbol y ciudades, Javier Aznar describe una cita en Madrid con una joven extranjera que nada tiene que envidiar en su aire de pesadilla a la gran comedia de Scorsese ¡Jo, qué noche! Una joyita –la chavala y la crónica– de un libro que tiene unas cuantas.

Lecturas para disfrutar aún más del Museo del Prado

Publicado por Carlos en En Libros | Sin comentarios

En su libro sobre Madrid, en el capítulo dedicado al museo, Andrés Trapiello celebra los textos de Gaya sobre el Prado, que acaba de recopilar la editorial Pre-Textos con el título de Roca Española, y coincide con él cuando sostiene que en el fondo “la españolidad, lo que esto pueda significar, está más y mejor expresada en ese museo, en todo cuanto allí se custodia, que en sus ministerios, palacios y bolsas, y que sus tesoros espirituales son más valiosos que los sepultados en las cajas fuertes del Banco de España”. Azaña lo dijo más corto: “el Prado es más importante que la Monarquía y la República juntas”.

Un año después de celebrar los doscientos de su fundación, el Prado sigue y seguirá siendo fuente de inspiración para multitud de autores. Uno de los últimos en enseñarnos a ver con ojos nuevos las obras de la colección permanente ha sido Eduardo Barba Gómez, que en El jardín del Prado nos ayuda a corregir un déficit muy común descrito en Estados Unidos en los noventa y conocido como plant blindness o cómo somos capaces de no prestarle la más mínima atención a la botánica aunque nos suelten en mitad de un bosque. No digamos ya delante de un cuadro. Da igual que éste sea nada menos que el Tríptico del Jardín de las Delicias de El Bosco, que incluye entre sus plantas –aparte de la aguileña o el drago– una enteramente comestible con presuntos poderes antidepresivos: la flor de la borraja. Este profesor de jardinería se empeña y consigue que no volvamos a pasar por alto la higuera de La Anunciación de Fra Ángelico, las flores de la milenrama a los pies de San Juan Evangelista en El Descendimiento de Rogier Van Der Weyden o los geranios que pintó Mariano Fortuny en el cuadro Los hijos del pintor en el salón japonés.

Cuesta creer que hace tres años a Ximena Maier se le pasara recopilar en su Cuaderno del Prado la variedad de plantas que crecen en los mejores lienzos, teniendo en cuenta que reunió y dibujó colecciones de cabezas cortadas, pájaros, platos de comida, libros, tocados y peinados, coronas y diademas o zapatos, sobre todo masculinos porque hasta el XVIII debía de ser un tabú pintar el calzado femenino.

La de Maier es la visión en dibujos, notas y apuntes de una ilustradora que ama el museo y lo demuestra con creces, descaro y mucho humor; también con consejos –la mejor manera de ver Goya, cómo aprovechar bien dos horas–, con listas sobre los cuadros con los hombres más guapos (“el pelirrojo del fusilamiento de Torrijos, el Adán de Durero…”) y con una enamorada excursión a la trastienda del edificio, allí donde se restauran no solo pinturas sino también papeles, marcos y esculturas. “Si te topas con un Tiziano o un Rubens en caballetes a ras de suelo, sin marco, sobre un fondo en que se ven botes de barniz y un microondas, cuando vuelves a encontrártelos en la sala te parecen de tu familia”.

Entre los libros sobre el Prado probable y lógicamente las guías sean el subgénero más común. Como la de Maier, la del escritor y pintor Eduardo Arroyo, titulada Al pie del cañón, va también sobrada de personalidad, dialoga con las Tres horas en el Museo del Prado de Eugenio d’Ors y defiende la idea de que el Prado ni es un museo ni es una galería de pintura, sino una casa que pertenece a los pintores, que no se ha hecho con el esfuerzo de sociedades pudientes sino que es obra de artistas. “La hicieron para nuestro deleite y nuestro tormento. Es la casa de los pintores”.

Lo cierto es que algunos de los protagonistas de Diez artistas y el Museo del Prado, obra primorosamente editada por La Fábrica y publicada hace unos meses, confiesan efectivamente sentirse allí tan a gusto como en el salón de su hogar. María de la Peña conversó con el fotógrafo Alberto García-Alix, las escultoras Cristina Iglesias y Blanca Muñoz, y los pintores Miquel Barceló, Rafael Canogar, Carmen Laffón, Eduardo Arroyo, Antonio López, Soledad Servilla y Juan Uslé para contarnos la relación de todos ellos con el Prado, el primer recuerdo, las manías y rituales al adentrarse en sus salas, las pinturas que echan de menos y de más cuando lo recorren, las anécdotas, las epifanías, las obsesiones y las obras predilectas. Emerge entre sus páginas la demostración de hasta qué punto el arte del pasado sigue inspirando y reconfortando a los artistas del presente. O como dice Barceló, “la pintura alimenta a la pintura”.

En muchos de los libros citados hasta aquí se repite el poder de fascinación que Velázquez en general y Las meninas en particular siguen ejerciendo en sucesivas generaciones de creadores. Uno de los grandes cómics recientes, prácticamente un clásico instantáneo de la novela gráfica de este siglo, escrito por Santiago García y dibujado por Javier Olivares, tiene como protagonista a este cuadro milagroso y enigmático, fetiche absoluto del Prado.

Y es que no hay género que no acabe por rendir tributo a nuestro Museo más visitado: del relato (Un novelista en el Museo del Prado, de Manuel Mujica Lainez) al verso (Nueva guía del Museo del Prado, de José Ovejero) pasando por la historia (La familia del Prado, de Juan Eslava Galán), el teatro (Noche de guerra en el Museo del Prado, de Rafael Alberti) la denuncia (Las invisibles. ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres?, de Peio H. Riaño) e incluso el diagnóstico médico (La medicina en el Museo del Prado, publicado en el año 1933 por el doctor José María Bausa). Así que, contradiciendo al gran Ramón Gaya, un tesoro sí pero a la vista de todos y felizmente inagotable.


Roca Española [7]

(El Prado de Ramón Gaya)

Edición de Rafael Fuster

Editorial Pre-Textos

128 páginas

17 euros

El jardín del Prado [8]

Eduardo Barba Gómez

Editorial Espasa

240 páginas

21,90 euros

Diez artistas y el Museo del Prado [9]

María de la Peña

Editorial La Fábrica

232 páginas

31 euros

Madrid [10]

Andrés Trapiello

Editorial Destino

560 páginas

24,90 euros

La mejor música clásica en 10 libros

Publicado por Carlos en En Libros,Música | Sin comentarios

Aquel libro, El ruido eterno, de Alex Ross, crítico musical del New Yorker, demostró que, a diferencia de lo que podría pensarse, hay bastante interés por saber más sobre música clásica, incluida la de vanguardia más contemporánea.

Pocos años antes del ensayo de Ross nos habían llegado las obras extraordinarias de Eugenio Trías -la mirada del filósofo sobre los más insignes compositores- como El canto de las sirenas. Desde entonces, se han publicado muchos ensayos de los que seleccionamos una decena tratando de que sean lo más variados posibles.

Con ese afán abarcador de la totalidad, están los preciosos volúmenes editados por PreTextos de Gerardo Diego con el título de Prosa Musical [11]. El poeta de la Generación del 27 escribió infinidad de crónicas, perfiles, análisis e incluso programas de mano con las dosis justas de erudición y pasión.

Con mayor vocación periodística, destaquemos La sinfonía de la libertad [12], el repaso a la historia de la música clásica que plantea Antoni Batista, valiéndose de su doble condición de cronista político y crítico musical para recordarnos el impacto que en en la política tuvieron óperas, himnos, compositores, directores e intérpretes desde Bach a Daniel Barenboim.

Dentro de la música clásica hay libros sensaciones sobre la ópera. Un buen hilo conductor para recorrer su historia es hacerlo de la mano de las grandes divas que el género ha tenido. Eso hizo Fernando Fraga en Simplemente divas [13], editado por Fórcola, cuyo catálogo no dejar de sumar formidables trabajos sobre los más diversos artistas, Beethoven, Bach, María Callas, Rossini o Wagner.

Al creador total de Tristan e Isolda le dedicó el año pasado un volumen monográfico de autor colectivo y centrado en el impacto de su universo en la gran pantalla, Wagner y el cine. De las películas mudas a la saga de Star Wars [14].

Otra editorial con un catálogo encomiable en cuestiones musicales es Acantilado. ¡Hay tanto donde elegir! Son deliciosos los libros de Alfred Brendel, como ese breve y personal diccionario que es De la A a la Z de un pianista [15].

Brendel es, por cierto, uno de los mejores intérpretes al teclado que ha tenido el Viaje de invierno de Franz Schubert. A esa obra maestra le dedicó un libro muy notable el tenor Ian Bostridge, Anatomía de una obsesión [16].

Como no podía ser de otro modo, Schubert es uno de los compositores incluidos en la serie de biografías musicales que tiene la editorial Turner. Uno de los últimos libros de esa colección estuvo protagonizado por la Vida y obra de Leonard Bernstein [17], de Paul R. Laird, coincidiendo con el centenario de su nacimiento hace dos años. Un ejercicio de síntesis admirable capaz de no dejarse ninguna de las muchas aristas de Benstein, la compositiva, la social, la pedagógica, la teatral, la cinematográfica, la de director de orquesta… Aquí optamos por resumirlas en diez adjetivos que definen al creador de West Side Story.

Otro gran comunicador y seductor, batuta en mano, fue Ataúlfo Argenta, fallecido en la plenitud de su talento y falto hasta hace tres años de una semblanza que no solo arrojara luz sobre el modo en que perdió la vida sino también sobre su capacidad de trabajo, la tremenda energía que ponía en entender a fondo cada pieza que dirigía, su independencia en un tiempo tan marcado por las intrigas y las mezquindades. Todo eso y más está en el libro Música Interrumpida [18], de Ana Arambarri.

Y sin salir de nuestro país, merece también la pena España en los grandes músicos [19], de Andrés Ruiz Tarazona, un análisis pormenorizado del influjo español y las afinidades en el trabajo de nombres mayores de la composición: de Debussy y Ravel, quizá los más obvios, a otros como Haydn, Mozart, Chopin, Sibelius o Britten.

Cerremos esta selección de recomendaciones con humor, el que gasta Máximo Pradera, autor de Tócala otra vez, Bach. Todo lo que necesitas saber de música para ligar [20] o la demostración de que es posible aprender nociones básicas sobre el contrapunto, la armonía, la atonalidad o la polifonía sin perder en ningún momento la sonrisa gracias a ejemplos y anécdotas tan divertidas y bien traídas como las que rescató Pradera para este libro.

Cine para leer: 10 imprescindibles

Publicado por Carlos en En Cine,Libros | Sin comentarios

Algunos de nuestros protagonistas nos dejaron hace mucho, otros siguen felizmente en activo con más de noventa tacos (Clint Eastwood, Roman Polanski); de alguno llevamos demasiado tiempo sin tener noticia (Jack Nicholson) y de otros, como Christopher Nolan, sabemos que está en condiciones de seguir entregando lo mejor de su filmografía.

En el capítulo de memorias, diremos que las de Luis Buñuel son oro puro incluso para quien conecte poco o nada con su cine, las de David Niven están escritas con mano maestra y las de Errol Flynn son las páginas de un salvaje sin domesticar. Tres maravillas tres. Avisados quedan.

Amores de cine que dan que pensar [21]

Polanski, entre el hedonismo y la tragedia [22]

Alcohol, lujuria y bromas pesadas en el Hollywood clásico [23]

El escándalo creciente de Luis Buñuel [24]

Christopher Nolan, inteligencia tras la cámara [25]

Nuestro canalla favorito [26]

Eastwood made in Spain [27]

Carta de amor al cine de los ochenta [28]

Música y cine: 10 matrimonios perfectos [29]

El huevo en la tostada y la música en el cine [30]

10 libros con mucho arte dentro

Publicado por Carlos en En Arte | Sin comentarios

Fuera de los manuales y los libros más académicos, en los últimos años nos han ido llegando unas cuantas joyas que además se acercan a su objeto de análisis, crítica o admiración desde los ángulos más diversos. Está la mirada del novelista, que recopila sus textos sobre arte para solaz de sus seguidores: toneladas de erudición, lucidez y buen gusto en los libros de Julian Barnes (Con los ojos bien abiertos) [31] y Félix de Azúa (Volver la mirada) [31].

Rodrigo Muñoz Avia, autor de La casa de los pintores [32], es otro novelista con acreditada sensibilidad para escribir de arte en parte porque lo lleva en los genes, en parte por su talento para revelar con claridad y pasión los secretos de la pintura realista y la abstracta tomando como ejemplo a dos grandes que conoció mejor que nadie: sus padres Lucio Muñoz y Amalia Avia.

Y si bien está aprender a mirar el arte de la mano de grandes escritores de ficción, otro tanto pasa cuando el que nos guía entre lienzos, grabados, murales, fotografías e incluso fotogramas es un artista y encima de la talla inmensa de David Hockney, autor, junto con Martin Gayford, de Una historia de las imágenes [33] imponente, entretenida y maravillosamente editada; complemento ideal a aquellos pedagógicos e imprescindibles Modos de ver que escribió hace medio siglo el polifácetico artista británico John Berger [33] y reeditados recientemente.

Hay que mirar sin complejos ni ataduras, ni culturales ni religiosas. El arte puede ser religioso pero la pasión y la emoción que despierta no tiene etiquetas. Si no, que se lo digan al periodista de origen iraní y estudioso del islam Navid Kermani que cuenta en Incrédulo asombro [34] su progresivo embeleso hacia el arte cristiano a pesar de no comulgar de entrada, nunca mejor dicho, con la representación católica del mundo.

Una obra en particular cobra más sentido cuando se conocen cuáles fueron las circunstancias personales del artista en el proceso de gestación. Eso pasa con El hombre que camina [35], que da título a una de las esculturas más icónicas del siglo XX y al libro que sobre esta creación de Alberto Giacometti publicó Frank Maubert el año pasado. Pocas esculturas modernas resultan más fascinantes por la cantidad de cuestiones que sobre su significado ha suscitado y suscita. Con precios de salida de muchos millones, Sotheby’s ha subastado en diferentes ocasiones obras de Giacometti. De esa casa precisamente fue presidente para Europa durante varias décadas Simon de Pury y la trastienda de aquellos años la contó en El subastador. Aventuras en el mercado del arte [36].

Acabemos estas recomendaciones aclarando que se puede aprender y disfrutar del arte echando además unas risas si uno se agencia el libro que recopila los cientos de dibujos de Pablo Helguera que satirizan el mundillo de las galerías, ferias y museos reunidos bajo el título de Artoons [37] o siendo testigo de las maravillosas y autobiográficas Conversaciones imaginarias con mi madre de Juanjo Sáez [37].

El hombre que sufre, busca y muere [35]

Los padres de Rodrigo Muñoz Avia [32]

Alucinar con el arte de inspiración cristiana [34]

Volver la mirada con los ojos bien abiertos [31]

Aprenda a mirar con los ojos de un genio [33]

Una risa el arte moderno [37]

Aprenda a mirar con los ojos de un genio

Publicado por Carlos en En Arte | 5 Comments

Cierto que no todas las imágenes merecen nuestra observación más atenta ni el esfuerzo por entender al autor de dichas imágenes y el contexto en el que se crearon, como sucede con los cuadros de un museo o la portada de nuestro disco favorito. Pero al menos sí conviene conocer los secretos de las mejores imágenes: saber por qué no las olvidamos, por qué no se apaga su influencia, por qué significan cosas diferentes para distintas generaciones de espectadores…

Lo más fácil es empezar desde el principio y comprobar que algunas cosas no han cambiado tanto. Cuenta Miquel Barceló que la primera vez que tuvo ante sus ojos las pinturas prehistóricas de Altamira pensó que la pulsión, la necesidad del artista apenas había variado en tanto tiempo, que la intensidad y las ganas de trascender ya estaban ahí, en la cueva en la misma medida que pueda estarlo en el chaval que hoy dibuja a escondidas en la fachada de un edificio o prueba a pintar con una tableta electrónica. Dicho de otro modo: en esto del arte hay poca progresión.

Si bien en un principio se creaban imágenes con la idea de evocar la apariencia de algo ausente, ha habido y hay mucho arte que no busca la representación. Por eso David Hockney y Martin Gayford son partidarios de acotar y contar Una historia de las imágenes que abarque por igual Las meninas que una película como Casablanca o El tercer hombre, un mapamundi del siglo XV, una fotografía de Cartier-Bresson o una viñeta de Joe Sacco. Ellos, uno de los grandes pintores de nuestro tiempo y un crítico de arte, son los mejores guías posibles para dialogar sin pedantería y sumergirnos en un relato apasionante con infinitas y sugerentes conexiones.

Por sus conversaciones desfilan iluminadores del Hollywood clásico que sabían aprovechar sus conocimientos de pintura (“va en serio cuando digo que Caravaggio inventó el modo en que se iluminan las películas”, afirma Hockney), creadores de cine animado para niños que copiaban hallazgos de grabados chinos y japoneses, pintores dispuestos a valerse de las primeras cámaras fotográficas para prescindir de modelos o, bastante antes, aquellos otros que utilizaron lentes para acertar con las proporciones o poder experimentar mejor con la luz.

Reinvención de la mirada

El siglo XVII es un punto y aparte en la mirada humana sobre las cosas. A nivel científico es el tiempo de los telescopios y los microscopios. En el ámbito artístico los espejos primero, y después las lentes y la cámara oscura –embrión de la fotografía al obtener en su interior una proyección plana de una imagen externa– se convierten en herramientas clave para el pintor que busca ver más de lo perceptible a simple vista y aspira a reflejarlo en sus lienzos.

De todos los artistas que aprovecharon las posibilidades de la cámara oscura parece que ninguno supo sacarle tanto partido como Johannes Vermeer. En su libro El ojo del observador, la historiadora Laura J. Snyder (Nueva York, 1964) propone un asombroso viaje a la ciudad holandesa de Delft que no debería perderse ningún aficionado al Arte y a la Ciencia. Allí, en aquella pequeña localidad de los Países Bajos, coincidieron dos vecinos ilustres nacidos el mismo año (1632) y de los que no hay evidencia alguna de que llegaran a conocerse: por un lado, Antoni van Leeuwenhoek, fabricante de lentes autodidacta y descubridor del mundo microscópico, el primero en atisbar lo que luego se denominarían glóbulos rojos, espermatozoides y una multitud de criaturas vivas completamente invisibles a simple vista; por otro, el responsable de La lechera o La joven de la perla prestando atención a cualidades ópticas que hasta entonces pasaban desapercibidas, aprendiendo a mirar de una manera inédita hasta la fecha.

Imágenes memorables

Trazar una historia de las imágenes es también tratar de entender por qué unas resultan memorables y otras no. Como bien dice Hockney, hemos visto millones de imágenes de una pareja posando en un salón pero basta con ver una sola vez al Matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck para no olvidarla jamás, para recordarla mentalmente como una diapositiva que se activa en el cerebro. Añade que si fuera fácil saber bien por qué unas se evaporan entre los recuerdos y otras echan raíces en nuestra memoria, habría muchas más de las que hay. Aun así, una vez las tienes delante cabe preguntarse por su significado, por las razones de su existencia y por la fuerza oculta que las hace tan especiales: puede ser la sencillez y eficacia del trazo, el dominio de la perspectiva, el uso del color y las sombras (o su ausencia), el punto de vista, la composición, el empleo de espejos…

Todo tiene su importancia y de todo tiene una opinión lúcida e interesante Hockney, que es transparente en sus debilidades (Rembrandt, Vermeer, Cézanne, Picasso) pero también en sus argumentos a la hora de celebrar o cuestionar la grandeza de una obra, un movimiento, una técnica o un artista. A sus ochenta años no se le escapa ninguna innovación tecnológica (ahí están sus formidables dibujos hechos con iPad) ni tampoco los desafíos que traen consigo. “Cuantas más fotos haces, menos rato le dedicas a cada una. Hubo un tiempo en que solo había unas pocas imágenes y ahora hay miles de millones más cada año. La mayoría se perderá, seguro, casi de inmediato”.

Puestos a educar la mirada y saber ver más allá de lo obvio, merece muy mucho la pena acercarse a los Modos de ver de John Berger, un clásico de la teoría del arte y la comunicación escrito hace cuatro décadas y vuelto a reeditar hace poco coincidiendo con la muerte de su autor el año pasado. Un trabajo esencial para comprender la manera en que el lenguaje publicitario ha fagocitado la imagen artística en su beneficio o por qué a lo largo de los siglos los hombres “actúan” en los cuadros y las mujeres, en cambio, se limitan a “aparecer”. “Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se miran a sí mismas siendo miradas”. Aborda también el desnudo femenino como contenido de tantas pinturas y fotografías, casi siempre con un denominador común: atraer la sexualidad del varón. “Las mujeres deben alimentar un apetito, no tener el suyo propio”. Para interesados en la materia, no hay mejor ni más personal estudio sobre este asunto que Una historia sensorial (Acantilado), deliciosa y erudita memoria de Rafael Argullol.

Libros todos para aprender a mirar con los ojos bien abiertos, para escudriñar conexiones y buscar vínculos con el mundo real, para apreciar detalles de valor y despreciar simulacros visuales. De la cueva a la pantalla, ahí fuera nos espera una catarata de imágenes que si sabemos mirar con criterio nos puede ayudar a entender mejor el mundo que nos rodea y a nosotros mismos.

9788417151393_L38_04_l Una historia de las imágenes [38]
David Hockney y Martin Gayford
Traductor: Julio Hermoso
Editorial Siruela
360 páginas
48 euros

 

 

El-ojo-del-observador-Laura-Snyder_cubierta-editorial-Acantilado-600x920 [38]

 

 

El ojo del obsevador [39]
Laura J. Snyder
Traductor: José Manuel Álvarez-Flórez
Editorial Acantilado
536 páginas
29 euros

 

 

modos de ver [38]Modos de ver [40]
John Berger
Traductor: Justo G. Beramendi
Editorial Gustavo Gili
168 páginas
16 euros

 

 

Siguiendo el rastro de los libros viejos

Publicado por Carlos en En Libros | 2 Comments

Ni Trapiello se ha limitado a recopilar las páginas más afortunadas de las muchas que dedica en sus diarios –Salón de pasos de perdidos (1990-2018)– al Rastro ni Bonilla ha juntado un ramillete de artículos ya publicados sobre tesoros descubiertos fatigando librerías de viejo. Felizmente han ido más allá. Puede que El Rastro y La novela del buscador de libros, que ahora comparten espacio en la mesa de novedades, sean encargos pero son obras muy personales en las que han invertido, en realidad, toda una vida; sendos testimonios de una patología incurable a la que no tienen ninguna intención de poner remedio. El mismo Trapiello habla de su fidelidad al Rastro en los meses más fríos del invierno como “una manifestación ilustrada del masoquismo”.

Cada buscador de libros, precisa Bonilla, “tiene sus razones, pero todas esas razones acaban juntándose en una que puede que sea común a todos: lo que hacemos nos gusta, nos depara felicidad suficiente –aunque a veces también tanta amargura– como para seguir empeñados en hacerlo sin preguntarnos muy bien qué obtenemos de esta compartida insaciabilidad que, reconozcámoslo, no tiene ningún sentido y que seguramente hace que la búsqueda de libros caiga del lado irremediable de las enfermedades crónicas”. Ahí es nada: pacientes, solitarios y melancólicos (la melancolía es, según Walter Benjamin, el principal motor de todo coleccionismo) pero también muy conformes con ese modo de vida al que son incapaces de renunciar.

El origen del trastorno, como casi todo, hay que buscarlo en la adolescencia, y sorprende una nueva coincidencia: dos hogares casi con menos libros que sillas pero con varios momentos de pura epifanía. Pueden ser las novelas que esconde un tío cura de Trapiello que vive con sus padres y hermanos o la sacudida que experimenta Bonilla cuando cae en sus manos el primer tomo de La novela de un literato de Rafael Cansinos Assens, “un invencible canto de amor a la locura de vocación” y una multitud de pistas sobre obras y autores que llevan a otras obras y autores y hasta hoy.

Los dos se esmeran en dejar clara una cosa: que persiguen libros sin obsesión de completistas, que no pueden estar más lejos de lo que podríamos entender por bibliófilo. Son más bien bibliómanos devorados por una acumulación insensata que exige comprensión ilimitada por parte del entorno más cercano. Porque aquí cada pesquisa en marcha tiene como objetivo último una obra que habrá siempre de ser leída y que raramente puede encontrarse en una tienda de primera mano. “La actualidad es tiránica”, se lamenta Trapiello. “Acerquémonos a una librería de nuevo: el espacio que se le reserva a los clásicos es mínimo, comparado con el dedicado a los autores recientes de los últimos treinta o cuarenta años. Veinticinco siglos de teatro, filosofía, poesía, novela universales apenas ocuparán unos centímetros de las estanterías y mesas, en tanto se le dedican metros y metros a los libros editados ese mismo año”.

Son igualmente conscientes del encanto de la búsqueda, casi por encima de la misma adquisición del objeto de deseo. “Los libros que nos faltan –escribe Bonilla-, los que buscamos, están cargados de una energía muy superior a la de los libros que ya tenemos, soldados abatidos en un campo de batalla mental”. Y Trapiello también confiesa que lo mejor de buscar ilusionados una pieza es el hecho mismo de buscarla con esa ilusión. “Naturalmente me alegra encontrar, como a todos, pero en mi caso el mayor provecho del hallazgo es éste: cobra uno ánimos para seguir buscando”.

Eso sí, cada uno con su propia ballena blanca: la de Trapiello el manuscrito de Las semanas del jardín, la obra perdida de Miguel de Cervantes. Bonilla va siempre con la escopeta cargada por si se pone a tiro una nueva edición, da igual el idioma, de la Lolita de Navokov, o alguna joya de la vanguardia latinoamericana.

El ocaso de los chollos

Quien haya leído que en el Rastro es posible dar con un gran tesoro ha leído bien. En él, entre abundante porquería, han florecido, a la vista de los más listos, desde obra del Greco a parte de los dibujos y la biblioteca de Ramón y Cajal pasando por aquello que justamente uno lleva tiempo persiguiendo. Aun así no conviene adentrarse con esa idea en la jungla. “Los tesoros”, avisa Trapiello, “empiezan a venir cuando no se les busca. Los tesoros los encuentra uno antes de ir al Rastro y, con suerte, al llegar al Rastro se le aparecen. Pero el verdadero tesoro es el Rastro en su conjunto, el todo”.

La irrupción de internet ha cambiado el panorama, ha erradicado las gangas de tiempos pasados y ha facilitado muchas compras pero no ha acabado con las ganas de seguir practicando un deporte que exige frecuentar cuevas insalubres y respirar polvo sin escafandra. Además no se recuerda igual un libro pescado en aguas revueltas y disputado con otros pescadores que uno recibido limpia y cómodamente en casa. No hay color.

Es la ilusión del recuerdo, de poder luego contar la aventura que hubo detrás (Bonilla ha comprado libros increíbles en una peluquería y relata la historia de un burdel con librería de viejo incorporada). ¿De qué vale un trofeo si no recordamos cómo fue la victoria? El Rastro, por ejemplo, ha deparado grandes y pintorescas estampas de ese momento maravillosamente narradas por Trapiello. Su libro sobre El Rastro es desde ya una obra ineludible sobre ese “museo inmenso de cosas y de gentes absurdas” en palabras de Arturo Barea sacadas de La forja de un rebelde. Un trabajo ambicioso que va más allá de la búsqueda de libros y que incluye una historia de esta región de la capital, unas cuantas reflexiones (“meditaciones y conjeturas” las llama el autor) y una guía con recomendaciones prácticas para conducirse por este pequeño gran universo que en su origen fue un mercado de comestibles en los arrabales de Madrid y que ha fascinado por igual Ramón Gómez de la Serna, Pío Baroja, José Gutiérrez Solana o Carlos Saura.

Un nuevo canon

Trapero de la vida y la cultura española. Así se ven Trapiello y seguramente otros como él quitándole el polvo a obras y autores a los que la historia oficial ha dado la espalda. Un esfuerzo por devolver la vida a quien se ha enterrado con poco tacto y demasiado deprisa. Gracias a las librerías de viejo, puede uno, dice Bonilla, sentirse alguna vez como un Jesús ante el cadáver de Lázaro para decirle levántate y anda. De otra manera, habría sido poco probable que hubieran renacido algunas cosas de Manuel Chaves Nogales o Elena Fortún. Agradecimiento eterno.

La novela del buscador de libros [41]
Juan Bonilla
Editorial Fundación José Manuel Lara
272 p
19,90 euros

El Rastro. Historia, teoría y práctica [42]
Andrés Trapiello
Editorial Destino
376 p
24,90 euros

La peor de las guerras

Publicado por lopeziglesias en En Cine | Sin comentarios

En un futuro muy cercano, Estados Unidos se encuentra sumido en una cruenta guerra civil. En ese caos en el que nadie parece dispuesto a entrar en razón, un pequeño grupo de periodistas y fotógrafos emprende un trepidante, casi suicida, viaje por carretera en dirección a Washington D.C. Su misión: llegar antes de que las fuerzas rebeldes asalten la Casa Blanca y arrebaten el control al presidente del país.

Lo que pudiera ser un filme bélico más, con sus correspondientes secuencias de sangre y destrucción, se convierte a través de la cámara de Garland, artífice de películas convertidas en obras de culto como Ex Machina o Aniquilación, en un visionario toque de atención. Civil war trasciente el enfoque convencional y, no exenta de lirismo, dejar en la pantalla trazos para inquietantes y necesarias  reflexiones.

Kirsten Dunst, Jesse Plemons, Wagner Moura, Stephen McKinley Henderson, Cailee Spaeny y Nick Offerman protagonizan esta película que bascula entre los géneros dramático, bélico, político y de acción, beneficiándose de una puesta en escena y una banda sonora meticulosamente trabajadas. De todo ese entramado surge la superproducción del oscarizado estudio A24 (Todo a la vez en todas partes, Midsommar), que lidera en EE.UU. la recaudación en taquilla.

Garland destaca la importancia de situar la historia en Estados Unidos: «Es una potencia mundial y seguimos de cerca su política y sus elecciones porque sabemos que nos afectarán los resultados. Algunos países lo notarán en la economía, otros pueden verse inmersos en conflictos armados y otros correrán distinta suerte en función de todo tipo de factores basados en la política estadounidense».

«Es extremadamente difícil hacer una película de guerra que sea antibélica, porque también es un filme político basado en ese terrible sentimiento que desprende un mundo en el que los políticos mienten sin pudor, de un modo abierto y deleznable», añade el realizador, quien se ha esforzado por narrar la acción utilizando el lenguaje visual que estamos acostumbrados a ver en las noticias (extraordinaria la fotografía de Rob Hardy): «Ese lenguaje no es tan cinematográfico, sino más documental, por lo que nos ha permitido retratar la violencia de una forma más desgarradora. No hay encanto en una fosa común. No tiene nada de romántico».

La carrera de Alex Garland (Londres, 1970) comenzó como novelista, con obras tan populares como La playa y Tesseract. Su primera incursión en el cine fue como guionista de 28 días después, que dirigió en 2002 Danny Boyle. También es responsable de los guiones de Sunshine, Nunca me abandones y Dredd, y del videojuego Enslaved: Odyssey to the West.

Como director debutó en 2015 con Ex Machina. En 2018 estrenó su segunda película como director y guionista, Aniquilación, basada en la novela de Jeff VanderMeer. En 2020 estrenó la serie Devs y en 2022 llegó a las salas el thriller de terror psicológico Men.

Civil War, su personal perspectiva sobre una nación fragmentada que se asoma al abismo de la violencia sin límites y sobre el papel del actual periodismo, es su cuarta película.  

Civil War

Dirección y guion: Alex Garland

Intérpretes: Kirsten Dunst, Jefferson White, Wagner Moura, Karl Glusman, Cailee Spaeny, Stephen Henderson, Christopher Cocke, Sonoya Mizuno, Jonica T. Gibbs, Juani Feliz, Alexa Mansour, Melissa Saint-Amand y Jared Shaw

Fotografía: Rob Hardy

Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury

Montaje: Jake Roberts

Estados Unidos / 2024 / 109 minutos

«El cine es una forma de sobrevivir»

Publicado por lopeziglesias en En Artistas,Cine | Sin comentarios

Formada en la Escuela Nacional Superior de Artes Decorativas y ESAG Penninghen en París, Di Giusto comenzó su carrera trabajando en publicidad y diseñando créditos para la cadena de televisión France 5. Posteriormente dirigió vídeos musicales, cortos y videoinstalaciones. En 2016 hizo su debut como cineasta con La bailarina, un filmE seleccionado en el Festival de Cannes.

Al comentar el origen de Rosalie, la propuesta que ahora presenta, recuerda: «Después de mi primera película, La Bailarina, quería tomarme tiempo para escribir. Ese es para mí el momento más preciado de la creación, un momento en el que todavía es posible todo, en el que nos sentimos libres. Después de Loïe Fuller, a cuya figura está dedicada La Bailarina, me crucé con otra mujer extraordinaria: Clémentine Delait. Una mujer barbuda que se hizo famosa a principios del siglo XX. Ese rostro femenino con barba me fascinó. Tenía fotos de ella y vi en su mirada un misterio por explorar. Había leído un primer texto sobre el tema, algo que podía ser una película biográfica, pero necesitaba ir más allá, y encontrar lo que resonaba íntimamente en mí al mirar esas fotos. Sabía que ella se había negado a convertirse en un fenómeno cualquiera de feria, y que, por el contrario, quería vivir su vida. Me interesé por otras mujeres que padecían hirsutismo y la mayoría de ellas terminaron solas, en ferias, reducidas a fenómenos vulgares, a freaks. Tras un largo proceso de investigación lo único que quería conservar de la vida de estas mujeres era lo que me conmovía. No quería hacer una película biográfica. Eso no me interesaba. Empecé a soñar con la vida de una de estas mujeres. Ya era un personaje de cine, con su fascinante presencia física, pero también su secreto, su gracia… Y la promesa de un destino romántico, de conquistar el mundo y a sí misma. Así nació Rosalie«.

– ¿Saber de ella le suscitó muchos interrogantes?

Rosalie es una mujer emancipada que tuvo que enfrentarse a la mirada de los demás y afirmar su feminidad única contra los prejuicios de una época. ¿Debería someterse y afeitarse para encajar en una ‘norma’? O, por el contrario, ¿debería intentar descubrir cómo aceptar lo que era? ¿Qué es el deseo para una mujer como ella? Y, aún más fascinante, ¿Es deseable una mujer así? Me encantó filmar el rostro y el cuerpo de esta mujer, este erotismo único entre delicadeza y animalidad. El cine comienza para mí con esta fascinación ante una presencia poética, cuando el reloj se detiene sin que yo lo toque. Cuando una imagen se convierte en poesía… o en cine.

– ¿El cine como respuesta?

Cada película es una respuesta a los tiempos en los que vivimos, una forma de sobrevivir al mundo que nos rodea. Creo que el amor se ha convertido hoy en día en una batalla, en una forma de vida que poco a poco se va deshumanizando. Esta es la lucha que liderará Rosalie. Ama a los demás, ámate a ti mismo. Quería escribir una historia de amor absoluto, de amor incondicional. Pronto pude sentir los latidos de su corazón. Rosalie se estaba convirtiendo en una joven que se siente perdida, que se busca a sí misma… que también se busca a sí misma en los ojos del hombre que ama.

– Una relación que las circunstancias y la realidad convierten en muy compleja, ¿no es así?

Rosalie y Abel se conocerán con el tiempo. Hay crueldad, y una emoción, recatada y violenta en la vida amorosa de un ser tan peculiar. Rosalie tendrá que luchar contra las mismas verdades que todas las demás personas sensibles: el miedo a ser abandonada, el deseo de amar y ser amado a pesar de la crueldad, el rechazo del victimismo, la rebelión, la naturaleza bestial y delicada de los sentimientos y el problema de cómo te ven los demás.

– Y el pelo como elemento determinante.

El cabello es una parte esencial para presentarnos en sociedad. El cabello es visto como algo animal y primitivo. Está asociado con partes privadas y secretas. Con la bestia. Con la sexualidad. El ser humano es un monstruo domesticado por nuestras sociedades llamadas civilizadas que no dejan de exponer su propia monstruosidad, con guerras o con humillaciones sociales y sexistas. Quería presentar un personaje alegre, una mujer joven cuya fuerza vital se desborda, que se esconde para sufrir pero tiene rabia por vivir. Rosalie es una mujer enamorada, pero el romance banal no es para ella. Ella no lo quiere, no tiene derecho. Cuando eres como ella, un ser aparte del que algunos quisieron hacer un monstruo, siendo ella tan femenina y delicada, el amor se vuelve mucho más que eso. Abel tiene dificultades para canalizar su violencia. La guerra le hizo mucho daño y dejó en él una huella imborrable. Ya no es capaz de amar. Ya no cree en nada. Rosalie lo va a poner a prueba. Quiere que él la ame tal como es. Es la emoción de esta pelea lo que he querido capturar.  

– ¿Reflejar cómo nacen los sentimientos a través de un deseo que se les escapa?

Me fascina esa dimensión de la historia: el misterio de un cuerpo. Filmar la piel, atreverse a filmar el cabello, revelar la sensualidad de los cuerpos donde menos se espera, para revelar algo inquietante, vibrante y bello. Abandonar los códigos habituales que se ven en pantalla. Cuerpos lisos casi surrealistas. Hay que crear algo bello en lo inesperado.Esa es una de las razones que me empujan a hacer cine, a filmar el deseo de otra manera, a llevarlo a otra parte.

– ¿Cómo se decidió por Nadia Tereszkiewicz como protagonista?

Después de muchos intentos, no había encontrado la actriz para interpretar a Rosalie. Obviamente hice muchas pruebas de vestuario con barba, lo que da una percepción completamente diferente y bastante sorprendente de la actriz, pero nunca me creí el personaje. Conocía a Nadia Tereszkiewicz de mi primera película, ya que figuró como joven bailarina en el grupo de Loïe Fuller. Un día la encontré en la calle por casualidad y le pedí que viniera a hacer una prueba. Cuando llegó a la sesión era una de las pocas actrices que no parecía asustada, lo cual era comprensible cuando les pedía que interpretaran a una dama barbuda… La mayoría seguía mirándose al espejo, desconcertadas. Otras seguían rascándose… Pero Nadia adoptó inmediatamente y por completo la barba. No tuve dudas mientras la veía actuar. Tenía la energía pura de una actriz y el entusiasmo natural que necesitaba en el personaje. Incluso con la barba desprendía algo inquietantemente sensual. Durante su pasado como bailarina sufrió mucho. Su cuerpo era constantemente juzgado ya que no se correspondía con los cánones de la danza clásica. Tenía la fuerza, pero también la fragilidad que esperaba. Creo que el personaje de Rosalie también le conmovió por eso. Ella también tuvo que aprender a vivir con un cuerpo que sufre.

– Y a someterse a muchas horas de maquillaje.

Durante el rodaje, cada mañana, cada cabello era pegado uno a uno al cuerpo de Nadia. No quería engañar y usar un postizo barato con una actriz que necesitaba creer que también era real. Ese trabajo minucioso y obsesivo la ayudó a apoderarse del papel por completo. Tratamos el cuerpo de Rosalie como una escultura. La idea era crear una segunda piel que la actriz se ponía todos los días para sentir su peso. Esa decisión me estimuló en el día a día. Ese es el milagro del cine: hacer creer, hacer que algo antinatural parezca natural, revelar la poesía en algo que parece desprovisto de ella. Necesito el cine para explorar lo que el movimiento de un cuerpo en una cocina o en una cama puede revelar sobre los secretos de una vida.

– ¿Y por qué Benoît Maginel para el papel de Abel?

Nada sería posible sin Abel, el amor de su vida… Y nada habría sido posible sin la milagrosa presencia de Benoît Magimel. Captamos las emociones de Rosalie a través de los ojos de Abel. Sabía que sería difícil, que haría falta valor por parte de un actor para exponerse así. Sólo Benoît me pareció capaz de esta encarnación interior y física a la vez sensible y bella. Desde nuestro primer encuentro él ya lo sabía todo sobre Abel y estaba dispuesto a aceptar el reto. Es un actor que se involucra con el director, la película y el equipo. Es una bestia fabulosa… pura emoción todo el tiempo. No puede hacer algo que no siente, pero siempre encuentra el gesto adecuado, la respiración adecuada, la ‘música’ adecuada. Tiene gracia. Lo sabemos. Lo vemos. Es todo.

– ¿Es verdad que les prohibió que se conociesen antes del rodaje?

Para mí era muy importante que los dos actores no se encontraran antes del rodaje. Filmamos en orden cronológico, quería que se descubrieran a lo largo de la película para crear sentimientos poco a poco, como en la historia. Realmente construimos la película juntos.

– ¿El decorado como parte esencial del relato?

El café donde se desarrolla buena parte de la acción es un personaje más de la película. Mientras lo renueva, Rosalie crea conciencia y fomenta la libertad. Ella une a las personas y libera emociones. El café es un lugar donde las vidas se cruzan, donde se socializa. El café fue pintado por muchos impresionistas para resaltar las escenas más simples y banales de la vida. Resucitar ese teatro vivo, capturar esos momentos de la vida, creer en ellos, me fascinaba. Rosalie es el catalizador que revela a quienes la rodean. Su caballo de batalla es la suerte que tiene de estar viva, contra todo pronóstico. Encontré la antigua fragua donde transcurre le historia en el centro de Bretaña, un pueblo entero, aislado, vacío, muy bien mantenido por sus propietarios desde finales del siglo XIX. Sin este entorno natural no habría habido película. No tenía presupuesto para construir un decorado así. Es todo un mundo, una historia, que aparece en estas piedras, en estos edificios. Utilizamos los mismos extras todos los días, así pudimos conocerlos y poder filmarlos mejor. La idea era crear el microcosmos más realista posible, para que Abel y Rosalie se sintieran literalmente inmersos en la historia.

– Y la libertad como uno de los ejes de la historia.

La libertad de Rosalie también será su perdición. La libertad es siempre una amenaza para quienes la rechazan: en nombre de la religión, la moral, la sociedad, la ley y el orden, y la guerra que se avecina… inevitable. Rosalie pagará el precio convirtiéndose en el chivo expiatorio de la comunidad. Hoy en día, muchos todavía consideran peligrosas a las mujeres que hacen algo más que traer niños al mundo. Rosalie no encaja en la norma, por lo que es necesariamente un peligro potencial para la sociedad. Después de haber adorado su barba, toda la comunidad se une contra Rosalie, que se convierte en la víctima elegida, responsable del desorden. Rosalie es vista como alguien en connivencia con el poder maligno.

– Y la tolerancia en relación con el diferente…

Detrás de esta historia de amor se esconde la cuestión de la naturaleza humana, siempre dispuesta a destruir a cualquiera que sea diferente. Esta película trata principalmente sobre el amor y la libertad de aceptarte a ti mismo, de crearte a ti mismo. Muy pocas personas se permiten esa libertad, probablemente porque son conscientes del precio que tendrán que pagar. Todo lo que el personaje Rosalie quiere es ser ella misma. El amor brota de Rosalie como un último mensaje que anula el odio y las diferencias. Ella creerá en la vida. Y Abel estará allí a su lado.

Cuento breve: Crimen pasional

Publicado por Carlos en En Premio de Cuentos Breves | Sin comentarios

– ¿Qué ha ocurrido?

– Míralo tú mismo. –Señala el juez con su bolígrafo hacia el interior del vehículo, al tiempo que devuelve su atención al informe que redacta.

El sheriff se agacha para poder ver a través de la ventanilla. La escena le provoca arcadas. Dos masas de carne sanguinolenta y piel churruscada están abrazadas en el asiento trasero. Por su complexión y restos de prendas se adivina que son dos varones.

– ¡Joder! –Se le escapa al sheriff.

– Está claro, ¿no? –Deduce Evans.

– Yo diría que sí.

El juez ordena el levantamiento de los cadáveres y certifica el suceso como crimen pasional.

En ocasiones la historia más simple puede ocultar el mayor de los secretos. Tan solo hay que saber mirar. En este caso habría resultado fácil haberse dado cuenta de que Marley Bennet y John Willians, como serán identificados los cuerpos cuando les realicen las pruebas forenses, no estaban abrazados, sino que peleaban en el momento de su muerte.

La tirantez en los tendones del cuello y el que ambos tuviesen los puños cerrados prendiendo al otro, no era producto del amor, sino de la ira y el deseo de salir victoriosos de la contienda que mantenían.

Y es que uno de los tipos, el más grandullón y propietario de la camioneta bicolor, después de puñetazos y golpes, tanto dados como recibidos, pudo deshacerse de su contrincante al liarle el cinturón de seguridad alrededor de la garganta y sacarlo del vehículo. Williams pataleó arañando su cuello desesperado porque una mínima molécula de oxígeno entrase en sus pulmones. Bennet aprovechó el momento para salir por la puerta trasera, abrir la tapa del depósito, deshacerse del tapón y arrancarse la manga de la camisa para utilizarla a modo de mecha.

Apurado metió el improvisado cabo en el depósito de la gasolina, se palpó los bolsillos en busca de un mechero y prendió el trapo. El aire estaba empapado de furia y rabia que se mezclaban con los golpes desesperados de su enemigo por buscar un punto de apoyo y no perecer ahorcado de la forma más estúpida. Y lo consiguió. Logró apoyar los pies en el ángulo de la ventanilla y entrar nuevamente al coche.

Con las fuerzas que da mirar a la muerte a la cara, John Williams agarró a Bennet de un puñado y lo arrastró hacia el interior. Las reglas del juego habían cambiado. Intentó apagar el trozo de tela, pero le resultó imposible. Segundos después y tras una atronadora explosión, el Lotus Cortina se convirtió en una inmensa bola de fuego.

Y el hecho de que el coche de John Williams hubiese terminado sobre la barriga de la furgoneta, también tiene una explicación, que si, tanto el sheriff como el juez se hubiesen fijado en las huellas del terreno habrían sabido esclarecer. Y es que Williams ya se marchaba cuando Bennet la emprendió a gritos asegurándole que como volviese a verle le iba a matar. La amenaza le revolvió las tripas y enfiló contra Marley, que huyó a la carrera dirigiéndose hacia un cúmulo rocoso. El grandullón en el momento exacto le dio esquinazo, pero el conductor tuvo reflejos y en el último segundo esquivó el obstáculo con un volantazo. El vehículo derrapó y la rueda trasera se salió de su lugar, desestabilizando el auto que, ya fuera de control, cayó por la pendiente y se incrustó en la furgoneta roja y negra que ya estaba en la orilla del río.

Ahí fue cuando Bennet creyó que había llegado la hora de dar un escarmiento al cabrón que había pretendido acabar con su vida. Con la ira diluida en sus venas, bajó por el repecho y entró al Lotus. Supo aprovechar el desconcierto del conductor que, atontolinado por el golpe, yacía sobre el airbag del volante y liarle el cinturón de seguridad alrededor del cuello.

Y no habrían llegado a eso si, cuando Marley Bennet estacionó su camioneta ante el coche de Williams, le hubiese ayudado a arreglar el pinchazo en vez de pavonearse del miedo que este le demostró sentir al verle. El accidentado dejó sin colocar los tornillos a la rueda que cambiaba y corrió a guarecerse al interior del vehículo.

Bennet se regodeó en su suerte y se tomó su tiempo entretanto cercaba el automóvil. John se retorcía en su asiento para no perderle de vista. Cada vez que uno pateaba la chapa del coche, el otro daba un bote en su asiento.

Dada una vuelta completa a su presa, Bennet agarró la palanqueta utilizada para el cambio de neumático abandonada sobre el asfalto y sin mediar palabra la emprendió a golpes contra el cristal delantero del Ford.

Las súplicas del tipo de Ohio por que parase, pasaron a gritos e insultos cuando el agresor se subió al capó, se bajó los pantalones y como si se tratase de un váter talla XXL defecó sobre el destrozado cristal.

Marley Bennet volvió a su camioneta, Dios sabe con qué intención, instante que Williams aprovechó para salir de su coche, apretar con la mano el último tornillo de la rueda y volver a su guarida antes de que saliese el loco que le amargaba la existencia. Quería marcharse de allí cuanto antes, pero un impulso vengativo le inundó y antes de desaparecer del lugar avanzó hasta topar con la furgoneta.

Bennet saltó de ella asustado. La empujó directa al terraplén por el que se deslizó hasta hincar el morro en un desnivel del terreno, lo que le hizo quedar ruedas arriba en la orilla del río. Fue después de aquello cuando John Williams vio bien marcharse mientras Marley Bennet le gritaba que como volviese a cruzarse con él le mataría. El tipo en ese instante tenía el poder y se vanaglorió como venganza al grandullón que le había cagado el coche y giró en seco con la intención de atropellarle y ser él quien pusiese punto y final a aquella locura absurda.

Porque todo era absurdo: la pelea, los gritos, los insultos, que según había ido avanzando la pelea se convirtieron en ansias de venganza, de matar y de dejar claro que ninguno se iba a dejar avasallar.

John Williams era de esas personas que no le gustaba dejar nada a medias. Aseguraba que eso solo trae complicaciones y él no tenía tiempo para problemas.

Marley Benner conducía su furgoneta directo a su destino, cuando un Lotus Cortina le adelantó y el tipo que conducía, un hijo de mala madre casi le saca de la carretera.

Williams se dirigía a Ohio y estaba arrepentido de haber tomado aquella carretera en vez de la Interestatal y más después de haberse cruzado con un gilipollas en una furgoneta bicolor que le impedía el paso. Se le antojó que jugaba con él y no estaba para jueguecitos, de modo que cuando le pudo adelantar forzó la maniobra para echarle al arcén y que dejase de hacer el ganso.

Y es que Marley Bennet pretendía visitar la granja de su viejo amigo James.

Conducía en silencio por la solitaria carretera secundaria y el aburrimiento se fijó en él, por lo que decidió entretener su monótono viaje con los conductores de los vehículos que se encontraba a su paso.

Por el espejo retrovisor vio acercarse una moto y ahí encontró el objetivo para sus bromas.

Marley aminoró la velocidad. La motocicleta quiso adelantarle por su excesiva lentitud, pero Bennet se lo impidió ocupando el carril izquierdo. Enfadado quiso rebasarle, esta vez, por la derecha, pero la furgoneta volvió a su carril y el conductor se vio obligado a dar un frenazo para no colisionar con la vieja tartana. Marley que reía a carcajadas.

El motorista repitió el intento de adelantamiento y en esa ocasión la camioneta sí que se lo permitió. Le vio perderse por la interminable recta al mismo tiempo que gesticulaba de forma exagerada mostrando su enfado.

Repitió el estúpido juego con un coche y varios camiones. A juzgar por la reacción de los conductores, el único que se lo pasaba bien era el simplón de Bennet. 

John Williams, un tipo de apariencia dura que pensaba que a los traidores o se les paga o se les mata, pasaba por Cleveland a liquidar un asunto con un individuo que le debía unos miles de pavos.

Marley esperó al siguiente pardillo con el que distraer su anodina conducción. Una sonrisa se dibujó en su cara. El gesto dejó al aire su chueca dentadura cuando vio a través del espejo retrovisor un vehículo acercarse.

Pensaba pasárselo bien con él, como había ocurrido con los anteriores, pero fue un Ford Lotus Cortina del 68 el que se colocó tras él con la intención de adelantarle.

Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores [43] y de la marca de comunicación Alabra [44], convoca la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen una única obra.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023

Cierre: 15 de mayo de 2024

Fallo: 22 de agosto de 2024

Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024

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Rosalie: sin pelos en la lengua

Publicado por lopeziglesias en En Cine | Sin comentarios

Di Giusto, coautora también del guion, se inspira en la figura de la francesa Clémentine Delait, una mujer que a finales del siglo XIX y principios XX ocupó las portadas y titulares de los periódicos más relevantes de la época alcanzando una enorme y contradictoria popularidad.

En aquella Francia que se abría a un nuevo siglo, Rosalie (soberbia la actriz Nadia Tereszkiewicz dando absoluta credibilidad a su personaje) no es una joven como las demás. Es bella, pero esconde un gran secreto. Desde que nació, su cuerpo está cubierto de pelo que oculta tras largos vestidos y en su rostro aflora una frondosa barba que día tras día se ve obligada a afeitar para disimular la realidad y evitar las burlas y el rechazo. Es, en toda la peyorativa consideración, una mujer barbuda.

Pero a pesar de lo que el destino parece haberle marcado, nunca quiso convertirse en una atracción de feria. Un día, Abel (Benoît Magimel, sobrio y verosímil como segundo protagonista), un hombre solitario y tosco, pero a su modo tierno, que posee un café con demasiadas deudas y muy pocos clientes, acepta casarse con ella sin conocer su secreto. En principio toma su decisión para aprovecharse de la dote de la joven.

Pero Rosalie está cansada de esconderse y quiere empezar a mostrar su verdad y, a pesar de ser diferente, ser vista como lo que es: una mujer. Pero, ¿qué pensará su marido cuando descubra el misterio? ¿Y cómo actuará el entorno cuando se desvele la realidad?.

El segundo largometraje de Stéphanie Di Giusto [51], tras su ópera prima La Bailarina, tuvo su presentación mundial en la sección Un certain regard del Festival de Cannes y su estreno en España en el de San Sebastián, donde fue muy bien acogida.

A través de una puesta en escena elegante y contenida, la película defiende la libertad y la igualdad, la convivencia y el entendimiento con el diferente al mostrar a una mujer que, sin pelos en la lengua, se enfrentó a una mirada social esclava de los prejuicios de la época y que luchó tanto por aceptarse a sí misma como por que los demás la aceptaran.

Sobre ese punto insiste Di Giusto al concluir que «esta película trata principalmente sobre el amor y la libertad de aceptarte a ti mismo, de crearte a ti mismo. Muy pocas personas se permiten esa libertad, probablemente porque son conscientes del precio que tendrán que pagar. Todo lo que mi personaje Rosalie quiere es ser ella misma. El amor brota de Rosalie como un último mensaje que anula el odio y las diferencias. Ella creerá en la vida».

Rosalie

Dirección: Stéphanie Di Giusto

Guion: S. Di Giusto, Sandrine Le Coustumer

Intérpretes: Nadia Tereszkiewicz, Benoît Magimel, Benjamin Biolay, Guillaume Gouix, Gustave Kervern, Anna Biolay y Eugène Marcuse

Fotografía: Christos Voudouris

Música: Hania Rani

Francia, Bélgica / 2023 / 111 minutos

Karma Films

Cuento breve: Diez caracteres

Publicado por Carlos en En Premio de Cuentos Breves | Sin comentarios

Vestíbulo de la Estación Sur. Me acerco al mostrador de la venta de billetes. Me inclino delante de la ventanilla y pregunto por el primer autobús a Linares.

– ¿Y llega?
– A las 15.30 ¿Ida y vuelta?
– Ventana, por favor.
– Treinta euros. ¿Con tarjeta? –me desliza el datáfono por la rendija. Dársena seis.

Treinta monedas de plata que me franquean el acceso a la dársena seis y a un asiento reclinable, junto a la ventana, al lado de otro asiento que ocupará un extraño, ignorante de los diez caracteres. «Murió padre». He echado en una bolsa dos calzoncillos, dos pares de calcetines, una camisa limpia y los pantalones oscuros. También un libro para el viaje. «Murió padre». Deambulo por la dársena haciendo memoria de cuando lo vimos aparecer en el templo. «Mira, llegó padre a despedirla», y él se acercó hasta nuestro banco y tú y yo dimos dos pasitos laterales para dejar que ocupara un lugar junto a nosotros. «Murió padre». Son las 15.25 y yo, como Gary Cooper, peso los minutos que faltan.

– ¿Para Linares? –pregunta la mujer que arrastra una maleta con ruedas.

Señalo con una elevación de barbilla y me coloco en la fila. Subo al autobús con la misma desgana con que subía al autobús del colegio. El asiento contiguo permanece vacío. Trato de conjurar, con una tos impostada y la mirada de Gary Cooper, la amenaza de que alguno de aquellos viajeros que avanzan por el pasillo, igual que soldados americanos en una selva de Vietnam, decida sentarse junto a mí. Pero mis plegarias quedan desatendidas.

– Tiene que ser difícil leer con toda la gente alrededor y el traqueteo del autobús, aunque las carreteras son ahora mejores que las de antes. Yo recuerdo cuando había que atravesar Aranjuez y Despeñaperros. ¿Qué me dice de Despeñaperros? Ahora, con la variante, ni te enteras, pero antes…por lo menos cuarenta minutos en atravesar Aranjuez. 90 kilómetros por hora y sin aire acondicionado. Y si te tocaba detrás de un camión en Despeñaperros… En comparación esto parece una nave espacial…

– Lo es –digo para mí.
– ¿Qué?
– Leer.
– ¿Leer qué?
– Que es difícil leer con gente alrededor.

«Murió padre». Todavía en la M-30. Miro alrededor y no encuentro ningún asiento libre donde huir del ocupante del asiento contiguo. Los camiones regresan de Mercamadrid con los remolques vacíos. Juego a descifrar los rótulos de los camiones, como jugábamos a descifrar las siglas cuando viajábamos al Sur en el mil cuatrocientos treinta. «Sociedad Española de Automóviles de Turismo». «Tren Articulado Ligero Goicoechea y Oriol». «Instituto Nacional de Industria». «Alta Velocidad Española». Más tarde jugaríamos a descifrar los jeroglíficos que quedaban esparcidos sobre el suelo mojado de las tardes sin él. Ahora, los rótulos de los camiones sugieren otros proyectos de vida: «Transportes Manfer» ¿Manuela y Fernando?, «Autocares Yolcar» ¿Yolanda y Carlos?, «Grupo Fergar» ¿Fernández y García?

El viajero a mi lado no detiene la cháchara. Echo mano de los auriculares, pero me doy cuenta de que los he debido dejar olvidados en la repisa, mientras guardaba en la bolsa las cuchillas de afeitar, los calzoncillos, los calcetines, los pantalones oscuros, la camisa limpia. No importa. Puedo escoger entre el reguetón del muchacho de delante –»a ella le gusta la gasolina (dame más gasolina); cómo le encanta la gasolina (dame más gasolina)»–, la música tecno que llega desde la zona media o los gritos de los hinchas de los asientos de atrás, que no se cansan de jalear los goles de Vinicius. Dejo el libro abierto sobre mis piernas.

– ¿Ve cómo difícil leer con toda la gente alrededor? Yo siempre traigo los auriculares. No se crea, que yo también leo, pero me mareo en el autobús ¿Usted se marea? Aquí me entretengo con TikTok. Hay que ver las cosas que hace la gente por aparecer en las redes sociales. El año pasado se mataron unos chinos en Portugal por hacerse un selfie en un acantilado.

Cierro el libro, dejo caer la nuca sobre el reposacabezas y cierro también los ojos. No quiero abrirlos, a ver si el ocupante del asiento contiguo deja de murmurar gilipolleces de una vez. No tengo ganas de hablar con él. No tengo ganas de hablar con nadie. No sé qué hacer para que se dé cuenta de que no quiero hablar y me deje en paz de una puta vez. Me giro hacia la ventana y hago un gurruño con el jersey para apoyar la cabeza y simular que dormito. «Murió padre». Las torres de alta tensión me parecen la misma torre de alta tensión que se repite, que se repite, que se repite. Si el viaje durara lo que la vida de padre cada una de aquellas torres representaría ¿qué? ¿dos meses, tres meses? Madrid-Linares: trescientos kilómetros. Los pájaros se encaraman a los cables y las cigüeñas, ajenas al peligro de una descarga, tejen sus nidos en lo alto de aquellas torres que me recuerdan a Mazinger Z.

– ¿Va usted a Linares? Yo nací en Linares, pero de niño me trajeron a Madrid. Mi padre trabajaba en la Standard, en Villaverde, hasta que la cerraron. De San Cristóbal de los Ángeles. Dios, cómo ha cambiado aquello. Ni la madre que lo parió reconoce el barrio…

Echo de menos las bocinas de los camiones, las luces de los coches que vienen de frente y nos avisan de la patrulla de la Guardia Civil, las curvas de Despeñaperros. La realidad de los olivos por todas partes, la merienda en Puerto Lápice. Padre detenía el mil cuatrocientos treinta en Puerto Lápice, junto a la estatua de Don Quijote. En aquella venta servían duelos y quebrantos. Yo no me atrevía a preguntar qué eran duelos y quebrantos, que me sonaban a las consecuencias de un castigo, y pedía una Fanta de naranja. Nos compraban una bolsa de patatas fritas y madre sacaba de una bolsa los filetes empanados y un huevo cocido para cada uno. «No se admiten meriendas». El autobús frena. Escucho las bocinas de los tractores que cortan la carretera y las sirenas de los antidisturbios que aceleran por el arcén.

Nos quedamos parados junto a una torre de alta tensión, como si la vida de padre quedara también detenida en el mismo lugar, igual que cuando él tenía que cambiar el neumático pinchado; el coche en el arcén, arrimado al guardarraíl, nosotros fuera del coche, mirando cómo lo iba alzando con el gato, cómo retiraba las tuercas y después encajaba la rueda de repuesto, lo mismo que los mecánicos en las carreras de Fórmula 1. Luego llegaba la preocupación de madre por si volvíamos a pinchar. «¿Qué hacemos si volvemos a pinchar?». «Murió padre». Escribo un mensaje en el móvil: «No creo que llegue a tiempo». Recibo como respuesta varios signos de interrogación colocados en la pantalla como los soldados que rinden honores a un mandatario extranjero. «Tractorada», respondo.

– No, si yo los entiendo, pero que se vayan a cortar el tráfico a la Carrera de San Jerónimo o al Palacio de la Moncloa y que no nos fastidien a la gente normal, que yo también trabajo y no tengo la culpa de la política agraria común, ni de las subvenciones, ni de que los franceses vuelquen la carga de los camiones. Que yo también tengo familia en el campo y sé lo que es el trabajo allí. Lo que pasa es que las multinacionales les imponen los precios y los márgenes ¿sabe? son cada vez menores. Y no les dejan usar pesticidas, pero en Marruecos pueden usar los pesticidas que les salga de los cojones.

Abro el libro y trato de leer a pesar del reguetón, de la música tecno, de los goles de Vinicius y de las explicaciones sobre las movilizaciones agrarias que rescata de los lugares comunes el viajero que se sienta a mi lado.

– A ver cuándo vamos a llegar a Linares.

Cierro el libro, apoyo la nuca en el reposacabezas y cierro también los ojos. «Murió padre», leo en la pantalla del móvil. «Murió padre», digo en voz alta, casi en un reflejo.

– ¿Cómo dice?
– Nada.

Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores [43] y de la marca de comunicación Alabra [44], convoca la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen una única obra.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023

Cierre: 15 de mayo de 2024

Fallo: 22 de agosto de 2024

Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024

 

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