Antonio Colinas empezó recordando lo mucho que la poesía española y sus poetas le deben a Lostalé, que apostó, en tiempos en los que el verso volvía a cubrirse de cierto artificio, por una voz transparente; un decir llano, apunta Colinas, “en el que sentimos toda la emoción contenida, cuando no ligeramente desbordada”. En esa sencillez radical, Lostalé recupera imágenes y símbolos tradicionales que consiguen hundirse en una nueva profundidad significativa sin caer nunca en el tópico, como si, devolviéndolos a la llaneza de su voz, el poeta diera una vuelta más de tuerca, pudiera volver a hablar de las nubes, del perfume de la rosa, de la luz última del día con una frescura que reinventa las imágenes para la poesía.
Presencia de la ausencia
Así, la palabra deja de ser objeto terminado, consenso social, y se hace productora de sentido en el respiradero de su aislamiento poético. “Las nubes nos ignoran”, escribe Lostalé, “pero hay en ellas un fugitivo soplo carnal / que nos anuda sin tiempo ni destino / a la universal pulsación de lo aún no concebido”.
El pulso de las nubes mide un tiempo que siempre está escurriéndose, el tiempo fugitivo de los versos quevedescos: “Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar en un punto: / soy un fue, y un será, y un es cansado”.
La imagen de las nubes, tan poderosa en los poemas de Lostalé, nos hace reflexionar sobre el tiempo y sobre la palabra: la palabra que pasa dejando la presencia de su ausencia, estando para significar algo que no está, como la sombra o huella de un significado que no se materializa; un palimpsesto borroso, un rastro de nube. Las nubes que se escapan dejando el rastro de la invisibilidad, tan imprescindible en poesía.
Silencios significativos
Javier Lostalé construye esa invisibilidad a base de silencios significativos, paisajes vacíos donde las palabras se colocan conociendo su lugar determinado y apuntan desde él a todas partes; a veces, de hecho, es sólo en el silencio intermitente en el que se instalan los versos donde percibimos el dolor que se contiene y estalla, como en los estertores del llanto. Para el poeta José Ángel Valente es en este rodeo de la explosión donde está la mejor poesía, como afirma en su ensayo Las palabras de la tribu: «En el punto de máxima tensión, con el lenguaje en vecindad del estallido, se produce la gran poesía, donde lo indecible como tal queda infinitamente dicho». El verso de Lostalé tiene mucho de Valente, de esa metafísica de la sencillez que nos lleva a la tierra de los nadies, los nadas, los nuncas.
«Nunca por nadie fuiste deseado», comienza uno de los poemas, «pasaste por el mundo / como nube sin sombra». Si bien la vida, como la nube, pasando dejando atrás la nada, el poema construye otra vida que nos sobrevive y nos completa, con esa intensidad que Lostalé expresó al final del encuentro: «Cuando se viven en el poema realidades que no existen fuera de él, y después se va uno a la cama y apaga la luz y piensa: quién pudiera vivir como ha vivido ese poema».
Solitario
Tiene el solitario toda la luz dentro,
por eso se convoca a noche perpetua
sin dejar nunca de amanecer.
Núbil vive en el astro quieto de su sueño,
hundido su corazón en latitud sin orillas.
Exiliado fiel a su propio destino
mide lo infinito mediante latidos,
y redime tanta ausencia
con un adviento de sombras en calma.
Abre surcos el pensamiento del solitario
hasta tocar el embrión de lo iluminado,
y cada uno de sus deseos
se consuma en la vigilia con pulso
de un hondo ser sin nadie.
Desclavado de cualquier respiración
sabe llenar su pecho de mareas silenciosas,
y su meta está siempre en la partida.
Sin firmamento se desnuda el solitario
mientras es amado por lo que no existe.
Su destino es renacer
en la sorda transparencia del olvido.
Javier Lostalé
Nació en Madrid en 1942, y tras estudiar Derecho, su vida profesional ha transcurrido en Radio Nacional de España, donde ha presentado el programa cultural El Ojo Crítico, codirigido La estación azul, programa de poesía de Radio 3, en el que sigue colaborando y, en general, se he dedicado a la promoción de la lectura, tarea que fue galardonada en 1995 con el Premio Nacional al Fomento de la Lectura a través de los Medios de Comunicación.
Hasta el momento ha publicado cinco libros de poemas reunidos en el volumen titulado La rosa inclinada, publicado por la editorial Calambur, que también ha editado La estación azul, poemas en prosa. También es autor de una antología temática de Vicente Aleixandre, Antología del mar y la noche. Es colaborador y crítico de las revistas Mercurio y Turia, y promueve la lectura en institutos y bibliotecas públicas.
El pulso de las nubes
Javier Lostalé
Pre-textos
64 p
13 euros