Mujeres, unas y otras, que nacidas en la segunda mitad del siglo XIX, desarrollaron sus singulares vidas en el siglo XX. Este ciclo intenta ofrecer una aproximación a algunas de las más carismáticas protagonistas de este tiempo, a media docena de mujeres que hicieron historia. Estas seis mujeres son Lou Andreas-Salomé, Rosa Luxemburg, Gertrude Stein. Alma Mahler, Virginia Woolf y Clara Campoamor.
- Martes, 23 de abril: Antonio Pau, Lou Andreas-Salomé, una mujer sin debilidades.
- Jueves, 25 de abril: Anna Caballé, Rosa Luxemburg, la energía ilimitada.
- Martes, 30 de abril: Esteban Pujals, Gertrude Stein: la vida de una obra.
- Martes, 7 de mayo: Almudena de Guzmán, Alma Mahler: la mujer y su mundo.
- Jueves, 9 de mayo: Laura Freixas, Virginia Woolf: huerto, jardín y campo de batalla.
- Martes, 14 de mayo: Margarita Borja, La utopía pura de Clara Campoamor.
Sobre Lou Andreas-Salomé escribe Antonio Pau, ensayista, biógrafo y traductor: «El poeta Rainer María Rilke dijo de ella: ‘Es una zarza ardiente’. Incendió con su fuego a los demás, que ardieron, pero ella no se consumió nunca. Ardieron los filósofos Paul Rée y Friedrich Nietzsche, el político Georg Ledebour, el médico Friedrich Pineles, el escritor Richard Beer-Hofmann, y otros muchos. Pero entre tanta destrucción que provocó a lo largo de su vida, se alza la figura de Rilke, que ella modeló y contribuyó a hacer un gran poeta. Los versos de Lou Andreas-Salomé emocionaron a Nietzsche y sus teorías psicoanalíticas asombraron a Freud. Pero Lou Andreas-Salomé ha pasado a la historia como un símbolo: el de la mujer libre».
Sobre Rosa Luxemburg escribe Anna Caballé, profesora titular de Literatura Española de la Universidad de Barcelona y responsable de la Unidad de Estudios Biográficos: «Rosa Luxemburg (o Luksenburg) nació en 1871 en la ciudad polaca de Zamosc (dominada entonces por la Rusia zarista) pero al poco tiempo su familia, judía, se trasladó a Varsovia donde la pequeña Rosa fue testigo de los primeros progromos sufridos en el gueto de la capital polaca, y en su propia calle: la calle Zlota. Luksenburg se convertiría en una autoridad intelectual y en una celebridad en el seno del mundo obrero por la autenticidad de su pensamiento. ¿Reforma o revolución? La gran pregunta en el seno de los partidos socialistas ella la resolvía con claridad: ¡ambas cosas! El activismo político de la gran pensadora polaca, defensora de la huelga general como arma de combate y convencida pacifista, le ocasionó sucesivas detenciones y largas estancias en la cárcel que combatía estudiando, escribiendo su importante obra, manteniendo correspondencia con intelectuales de toda Europa, cultivando sus herbarios y creando pequeños jardines junto a las celdas. Su energía era ilimitada. Murió asesinada en 1919».
Sobre Gertrude Stein escribe Esteban Pujals, profesor titular de literatura inglesa en la Universidad Autónoma de Madrid: «En el caso de Gertrude Stein se diría que en el conjunto unitario constituido por su obra y por su vida ambas se corresponden y completan como el símbolo del ying-yang: la sensación de rareza que experimentamos ante la obra parecería equivaler a una sensación análoga de extrañeza ante la información, poca o mucha, sobre las circunstancias de la vida. Lo que esta aparente armonía de rarezas ha venido a consolidar es una noción de normalidad tras la que se agazapa el formidable prejuicio que durante cerca de un siglo ha impedido comprender la ambición de Stein como escritora y su muy considerable contribución a la cultura literaria y artística de nuestros días».
Sobre Alma Mahler escribe Almudena de Guzmán, investigadora en temas de arte y música: «La figura de Alma Mahler es una de las más polémicas del siglo XX. Para los hombres fue una mantis religiosa que explotó a sus amantes antes de extraerles su genio creativo; para los judíos, una antisemita que abrazó la causa del nazismo; para las feministas, una compositora en ciernes que quedó frustrada por un marido opresor; para los nazis, una libertina que se casó con dos judíos. Todas estas apreciaciones, aunque ciertas en parte, no consiguen explicar quién fue en realidad esta caleidoscópica mujer que no pintó, pero vivió rodeada de arte; que casi no escribió, pero fue fundamental en la vida literaria vienesa; que apenas compuso, pero figura con letras mayúsculas en la historia de la música. El recorrido a través de su vida es, pues, un viaje a través del siglo XX, con sus inmensos logros artísticos de ruptura y vanguardia, pero también con sus horrores y miserias. Un mundo en el que ella figuró, si no como protagonista, al menos como estrella invitada».
Sobre Virginia Woolf escribe Laura Freixas, editora, escritora, traductora y crítica literaria: «La figura de Woolf, lejos de olvidarse y desvaírse, crece con el tiempo. Sin duda ello se debe a dos motivos. Por una parte, a su variedad, fertilidad, riqueza. Woolf no es solamente una exquisita modernista, creadora de belleza en sus novelas y cuentos; es también una pensadora, cuyas reflexiones sobre el arte –la relación de la creación con las condiciones materiales, los límites de la representación, las mujeres como objeto y sujeto de la literatura…- están del todo vigentes. Al mismo tiempo, y ese es el otro motivo que explica su actualidad, Woolf es un icono muy poderoso (por su fama y su sólido prestigio), pero también ambiguo. ¿Escritora elitista o autora popular? ¿Defensora de la tradición o vanguardista? ¿Artista encerrada en su torre de marfil, o intelectual comprometida? ¿Casta esposa victoriana, u homosexual?… Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta clara, lo que ha permitido a los más diversos grupos reivindicar a Woolf. Y así es como el exquisito jardín modernista en el que florecen obras tan refinadas como Al faro, Orlando o Las olas es también un fértil huerto que acoge textos robustos –El señor Bennett y la señora Brown, Una habitación propia, Tres guineas…– y a la vez, un campo de batalla en el que se afrontan muy distintas causas».
Sobre Clara Campoamor escribe Margarita Borja, poeta, autora, directora y productora de teatro: «El debate del sufragio femenino en las Cortes de 1931 es hoy una sucesión de textos, vaciados de imágenes documentales, de cuya lectura brota un apasionante juego escénico, pautado en tiempos de exposición, nudo y desenlace propios del teatro clásico. Clara Campoamor, alzada en el ojo del huracán, consigue irradiar y conmover. El hemiciclo, hasta ese momento de representatividad masculina exclusiva, pese a los avances de las españolas en la sociedad, se transforma por su intervención en el lugar desde el que afloran las tesis que defiende frente a poderosos antagonistas, incluida su compañera, la abogada Victoria Kent. Como todo acto utópico puro, la situación desencadena retahílas dramáticas de traiciones y lealtades, tesis contrapuestas y vibrantes ritmos y formas estéticas, hasta desembocar en otra cruel paradoja de la historia. La utopía de la dignificación del sexo femenino, lograda en su tiempo y en su generación por la consecución del derecho al voto, se revierte para ella en el no lugar del aislamiento y el exilio».