No cabe duda de que la controversia fue desde cierto punto una de las pátinas del genio. Hay quien sostiene que la aportación más significativa al arte moderno que estableció Dalí no fue otra que su redefinición del artista en cuanto a su papel en la sociedad, demostrando –dentro de su inveterado anhelo de popularidad– la suficiente lucidez para cobrar conciencia del cambio de registro contextual del europeo al estadounidense, manteniendo siempre un constante dialogo posmoderno entre las artes.
Bajo otros puntos de vista se ha establecido la noción del flaco favor que hizo a la esencia artística al columpiarla no tanto en el prestigio como en la fama y los focos contemporáneos, más propios de la industria verbenera que de las más etéreas realidades inherentes al arte.
El pintor visionario
Es cierto que en la indagación de la esencia creativa daliniana hay elementos que pueden establecerse, dentro de cierta coherencia displicente, bajo el prisma circense que a lo largo de las décadas convirtió al artista en personaje de anuncio y payaso mediatizado. Sin embargo hay que remitirse a la naturaleza del pintor visionario, marcado por sus demonios personales y por la catalización de los estímulos internos y externos a través del vehículo de la pintura, para encontrar ciertas claves en la percepción de la obra de Dalí. Recurrentes abismos en torno a la narratividad del sueño, el onanismo, las arquitecturas orgánicas, la sexualidad que gira alrededor de la putrefacción y el canibalismo, el cómo encontrar estructuras subyacentes en el caos.
Todo ello empezó a gestarse en cierta profundidad cuando, abandonando sus primeros coqueteos con la pintura posimpresionista, inicia una escalada que le llevará al surrealismo, tras algunos delirios irresolubles que podríamos encuadrar dentro del cubofuturismo y la pintura metafísica.
Es en 1929 cuando tiene lugar su viaje a Paris para exponer en la galería Goemans, tomando contacto con la pléyade surrealista liderada por André Bretón. Todo el grupo, condicionado por las teorías de Freud y Lacan en cuanto a las vías de exploración onírica, consideró de inmediato al de Figueres como uno de los suyos, teniendo en cuenta que ya en aquella época sus temas basculaban sobre las paranoias y percepciones destinadas a desvelar nuevas dimensiones de realidad al ser humano.
Mecánica de exploración
La muy famosa mecánica de exploración surrealista pergeñada por Dalí, el método paranoico crítico, sistematizaba la abyección propia de las indagaciones en el inconsciente en cuanto a la suave vulneración de los límites establecidos; el sueño y la vigilia, lo perceptible y lo abstracto, lo duro y lo blando. Todo ello se fundiría en el camino de alcanzar un estrato superior de realidad. Obras maestras como El gran masturbador, La persistencia de la memoria, Retrato de Paul Éluard, e incluso textos como La femme visible, testimoniarán el alcance de este nuevo método perceptivo.
Particularmente, siempre he pensado que es en esta época de su obra donde las claves de su creación artística se plasman con mayor claridad, para quizá desdibujarse después, o bien encontrar permeabilidades difusas y propias de otros ámbitos. La delicuescencia, la putrefacción tumescente y otros muchos elementos partícipes a su pintura tienen en común la blandura. Lo blando, como estadio propio a los más variados procesos de degradación y metamorfosis, es el firme denominador común a los cuadros de su mejor época.
Repertorio iconológico
Quizá debamos tomar como ejemplo El gran masturbador (1929), ya que es una obra clásica donde figura el repertorio iconológico más reiterado del pintor. Entre toda la composición del cuadro, en su figura central y elementos aledaños, la lectura se imbrica dentro de cómo los recuerdos de su reciente amor con Gala, la ex mujer de Paul Éluard, engendraban sus fantasías eróticas y lo estimulaban a la masturbación. Esa misma detumescencia que sigue a la eyaculación se halla presente en toda la blandura que impregna la obra.
En Dalí lo blando no es necesariamente referencial a la materia física, sino más bien una suerte de metáfora del carácter dúctil y polimorfo del deseo mismo. Muchas de las reivindicaciones posteriores del artista, en los más dispares ámbitos, se aferrarán a ese concepto, donde la blandura representa la transformación, de él mismo y de su entorno. La continuación eterna de esta constante, en su misma esencia mutable, la encontramos en obras como El enigma del deseo (1929), donde la cabeza blanda del gran masturbador se prolonga en suerte de excrecencia informe y amarillenta, en esta ocasión como eyaculación semisólida de lo prohibido, representado por el deseo edípico.
Esencia creativa del siglo XX
Como no podía ser de otra forma, lo cierto es que tales desarrollos de actividad creadora superaban con mucho a las mascaradas de uno de los más eminentes incapaces de la época de las vanguardias, como era el ya mencionado André Bretón. El surrealismo comenzaba a languidecer, por conflictos más políticos que estéticos, y el enfrentamiento de Bretón con Dalí se saldó con la expulsión de este último del movimiento.
La ortodoxia bretoniana estaba más que agostada, como bien podía dar fe Georges Bataille, y la inseguridad del cacique surrealista ante la creatividad daliniana, que abría infinitas posibilidades y era, como el artista mismo, errática e ingobernable, preconizó el impacto que posteriormente, ya con su marcha a los Estados Unidos, gestaría las siguientes etapas de su obra y la ulterior creación del personaje mediático. Un personaje que, en su delirio carnavalesco, no consiguió opacar por completo a una de las grandes esencias creativas del siglo XX.