Perm, la tercera ciudad más grande de Rusia, después de Moscú y San Petersburgo, está situada a orillas del río Kama, justo antes de los Urales. Tiene el título de ser la última ciudad europea. Fue un importante nudo ferroviario que conectaba Siberia y el Lejano Oriente con la parte europea del país, lo que en su momento provocó que cuando el Kirov-Marinskii y la célebre escuela Vaganova (asociada al mismo) tuvieron que irse de Leningrado (hoy San Petersburgo) durante la II Guerra Mundial, se asentaran por casualidad en la ciudad al verse su tren detenido allí. Este hecho hizo que «la ciudad heredara el mejor ballet y la mejor ópera», afirma Teodor Currentzis, director musical y fundador de MusicAeterna (Coro y Orquesta de la ópera de Perm). «Por eso ahora este ballet es más Kirov que el propio ballet Kirov», añade con humor.
«En la tradición europea hay muchas casas de óperas y algunas de ellas cuentan con un ballet como el Covent Garden de Londres o la Ópera de París, sin embargo, para el 95% de ellas lo primordial es la ópera y sólo hay tres o cuatro que dividan ambas especialidaes al 50% en importancia. En Rusia, sin embargo, esto es diferente, la ópera se crea a partir de la gran tradición de ballet, surge a partir de éste. Es el caso que nos ocupa, el caso de Perm», explica el maestro.
El gran Serguéi Diaghilev
Dentro de esta tradición es imprescindible hablar de Serguéi Diaghilev, creador de los Ballets Russes y uno de los mayores mecenas culturales del siglo XX, quien vivió su infancia precisamente en Perm y está vinculado sentimentalmente con la ciudad.
Para Aleksey Miroshnichenko, actual director del Ballet y responsable de la coreografía de El Bufón, el Perm y el Mariskii son el mismo estilo. «El ballet de Perm busca ante todo el mantenimiento del repertorio clásico, un enrequecimiento del mismo con aportaciones de grandes coreógrafos y siempre acercándose a las coreografías originales», señala. «Esta visita a Madrid es histórica porque tenemos pocas posibilidades de mostrar nuestro arte fuera de lo estereotipado y parece que sólo podemos hacer El lago de los cines o algo así. Aquí tenemos la posibilidad de mostrar lo que hacemos».
Es cierto, es fácil que recalen en nuestro país producciones de ballets rusos como El lago de los cisnes, El Cascanueces, Giselle, Las Sílfides o La consagración de la Primavera, todos ellos compuestos por autores rusos famosos. Sin embargo, tener la ocasión de disfrutar de obras menos conocidas de los mismos autores es, sin duda, una genial contribución por parte del Teatro Real a la supervivencia de la esencia del ballet ruso fuera de sus fronteras. Por supuesto, también una posibilidad única de acercarse a la misma, a sus bases, a la escuela rusa, y a la historia del ballet.
Los ballets
- Les noces
Les noces (1923), de Igor Stravinsky, llega con coreografia de Jiri Kylian y bajo la dirección musical de Teodor Currentzis, que dirige a la formación MusicAeterna. Narra el ritual matrimonial de los antiguos campesinos rusos y no se interpreta desde 1982.
Para Currentzis bien podría ser «una de las cinco mejores obras contemporáneas». Stravinsky comenzó a idearla en 1913, pero no hizo sus primeros esbozos hasta 1914, mientras huía en Suiza de la Gran Guerra. Aunque la obra parecía terminada en 1917, no se completó hasta 1923.
- El bufón
El bufón (1921), de Serguéi Prokófiev, con coreografía de Alexey Miroshnichenko, está basado es uno de los cuentos populares rusos recopilados entre 1855 y 1867 por Alexander Afanásiev. En él, un bufón hace creer a un grupo de bufones que ha matado a su mujer y que después la ha resucitado con un látigo mágico. Como ellos insisten tanto, acaba vendiéndoselo.
Pertenece a ese periodo productivo de Prokófiev tan olvidado del que ya nunca se habla. Miroshnichenko, heredero de la tradición neoclásica, cuenta que a la hora de hacer este Bufón lo primero que hay que tener en cuenta es la música, «es ella la que te dice lo que tienes que bailar». Para él sólo puede interpretar la coreografía de Diaghilev (se estima que es él quien está detrás de la misma) el Ballet de la Ópera de Perm, «aunque de manera posmodernista, porque los años 20 y 30 no pueden volver a repetirse». «Como decía Balanchine, no hay movimientos nuevos, sino combinaciones nuevas», finaliza.