La exposición, que cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Granada, el Festival Internacional de Música y Danza de Granada y la familia Argenta, presenta de una manera gráfica, a través de 12 paneles expositivos, la huella de su trayectoria dividida en cinco secciones y un preludio que sitúa a Argenta en el momento musical que le tocó vivir. Así, cuando Europa renacía de sus propias ruinas tras la Segunda Guerra Mundial había llegado el momento de reinventar todo. Incluso la música. Y con ella a los músicos también.
Como director de orquesta, este cántabro se preocupó por crear nuevos aficionados, por relacionarse de manera natural con su público y quiso construir un mundo mejor a través de su arte. Un director estrella, una figura con carisma, personalidad, raza, un visionario y un artista audaz que rompía moldes, fronteras y atravesaba el aislamiento de un país detenido en el tiempo con una carrera internacional sólida.
Carisma de un gran director
Nacido en Castro Urdiales el 19 de noviembre de 1913, Argenta llegó al mundo para cambiar radicalmente un panorama tímido y acomplejado como era el de la música clásica en España. Su figura atrajo el entusiasmo del público y multiplicó el compromiso de quienes integraban las formaciones que dirigió, sobre todo el de la Orquesta Nacional de España, que con él vivió un antes y un después en su historia.
Tras el preámbulo, el visitante se encuentra con el entorno personal del músico, con su gente: su familia y su raíces, que son clave en la vida de Argenta. Castro Urdiales, su localidad natal, representaba un compromiso permanente. Hijo del jefe de estación de la villa marinera, la familia se trasladó pronto a Madrid para que Ataúlfo tuviera una formación más completa. A pesar de ello, el futuro músico regresaba una y otra vez a su tierra donde era más que habitual disfrutarle tocando el órgano en la iglesia, dirigiendo un coro o confraternizando en comidas con sus vecinos.
Aficionado a la pesca y a la navegación, Argenta fue hombre de mar, una pasión que quiso trasladar a sus hijos. Del matrimonio con Juanita Pallarés, su fiel compañera, con quien se casó en plena Guerra Civil en Segovia, nacieron Ana María, Margarita, Angelines, Fernando y María Cristina.
Fernando siguió los pasos de su padre en la misión de divulgar la música con programas radiofónicos míticos, como Clásicos Populares, en Radio Nacional de España, o televisivos, como El conciertazo, en La 2 de RTVE.
Figura ascendente
Visto su entorno familiar, el visitante pasa a conocer al Argenta más popular. El carisma del músico, la fuerza de su talento mezclado con su atracción natural y su ambición de pasar a la posteridad contribuyó a que en torno a su figura se fuera perfilando una cultura musical. Lo logró primero a escala nacional. Empezó como pianista pero pronto su maestro Carl Schuricht le convenció para dedicarse a la dirección de orquesta, una decisión que toma en 1944. Tras los primeros pasos al frente de la Orquesta de Cámara de Madrid, vinculada a Radio Nacional, debutó con la Orquesta Nacional en la temporada de 1945-1946 y en 1947 quedó como titular.
La fama y el prestigio que Argenta comienza a coger en Madrid se va trasladando al panorama nacional muy pronto. El joven director es el aliciente perfecto para que el público de la capital se entusiasme con una figura ascendente.
Fama en toda Europa
La popularidad y el prestigio nacional de Argenta fueron fácilmente exportables a algunos escenarios europeos donde eran más expertos en organizar conciertos multitudinarios. Inglaterra venía a ser todo un ejemplo. Si la tradición de los Proms de Londres llega hasta hoy, no menos importantes fueron las veladas en Haringay, donde Argenta debutó ante 10.000 aficionados de la mano de José Iturbi.
Así comenzó su carrera internacional, que también tuvo un lugar de referencia en París, donde el director triunfó en varias ocasiones con conciertos que se grababan en vivo. Supo Argenta comprender el fenómeno de la extensión popular como muy pocos.
La sección dedicada al «Argenta universal» comienza en Inglaterra en 1948 y se sucede sin interrupción hasta 1958. Las actuaciones en toda Europa se multiplican y los más prestigiosos nombres del panorama en su tiempo bendicen su talento y su poderío.
Desde los escenarios de París o el Festival de Lucena crece su nombre hasta ser felicitado por auténticas leyendas de la dirección como es el caso del alemán Wilhelm Furtwängler y el pianista Alfred Cortot, en las imágenes superiores, o su colega Herbert von Karajan, superpoderoso ya en esos tiempos, que llegó a liderar la Filarmónica de Berlín y el Festival de Salzburgo.
Influencias y relaciones
Pero si hay un nombre que marcó su vida fue Carl Schuricht, su maestro. Su relación con los intérpretes es rica continua y variada. Del pianista Wilhelm Kempff a Joaquín Achúcarro, la colaboración es constante. El piano fue su primera lanzadera en el mundo musical y como concertista de dicho instrumento alcanzó también varios éxitos.
El arte popular y la fiesta también eran del agrado de Argenta. Los flamencos y folclóricos le demostraban respeto y veneración, como es el caso de Antonio el bailarín o Pastora Imperio.
Para el canto, Argenta tenía un cuidado y una devoción especiales. Había acompañado en recitales desde sus inicios a Miguel Fleta o al propio Beniamino Gigli, pero una vez en el podio disfrutaba con divas de la talla de Elisabeth Schwarzkopf, así como actuó en varias ocasiones con Victoria de los Ángeles, Pilar Lorengar o Teresa Berganza.
La tarea de Argenta con los músicos de su tiempo fue ejemplar. Se empeñó en colocarlos en sus programas contra las reticencias de los sectores del público más conservadores. Stravinski, Béla Bártok, Alban Berg, Hindemith o españoles como el joven Halffter fueron algunas de sus apuestas. Si el público protestaba o se removía, como fue el caso una vez con un Divertimento de Bártok, lo volvía a repetir en los bises ante la alucinada reacción de algunos: “La segunda vez entra mejor”, decía. Y no le faltaba razón.
Una de las personalidades más importantes en la carrera de Argenta fue Ernest Ansermet. El creador de la Orquesta Suisse Romande acogió al cántabro en su país con los brazos abiertos y le cedió el podio varias veces. El afecto fue tal que cuando murió, desde la institución, se hicieron cargo de los estudios de su hijo Fernando.
Junto a los más grandes
El empuje y el encanto personal del director sedujeron a los grandes. Sus 10 años de carrera internacional fueron intensos y fructíferos. Junto a Herbert von Karajan, Leonard Bernstein o Sergiu Celibidache estaba considerado dentro de su generación a suceder en el trono los tiempos en que reinaron Furtwängler o Arturo Toscanini, con quien fue comparado algunas veces por la crítica internacional.
La carrera por el mundo del músico fue imparable y muy meditada en cada paso, aunque resultara, a menudo, agotadora. Argenta estaba obsesionado por cimentarse en Europa antes de dar el salto hacia Estados Unidos o Australia, de donde le llegaban constantemente ofertas. Pero sólo tuvo tiempo de conquistar el continente donde habitaba y en el que se convirtió en imprescindible en países como el Reino Unido, Suiza, Alemania, Francia o Italia.
Su carisma se ve reflejado en la cuarta sección de esta muestra. Las manos armoniosas y expresivas, los brazos largos y en constante movimiento, la figura alta, espigada y elegante componían la imagen del director de orquesta ideal.
El carisma en un director no está reñido con la autoridad que ejerce. Al contrario, se complementan. Y Argenta lo administraba de puertas para adentro y de puertas para afuera. Es decir, entre los músicos y ante el público. Con los primeros se empleaba a fondo en la búsqueda de la perfección, la lucha constante contra el estancamiento y el compromiso. Al público en cambio les proponía pactos no escritos: él les ofrecía la gran música, incluidos ciclos completos de sinfonías como las de Brahms o Beethoven y a cambio debían dejarle presentar reportorios contemporáneos y arriesgados.
Adorado por la crítica
Si la crítica española lo había catapultado en un ambiente pequeño, la internacional supo entender la verdadera dimensión de su talento a lo grande. Lo captaron rápido y quedaron rendidos ante sus habilidades naturales. Queda para el registro la que le dedicó Alois Mosser en La Suisse, de Ginebra en 1954: “Facilidad increíble, ardor tempestuoso, autoridad y dignidad soberanas, poder de comunicación inmediato e irresistible”. No son los únicos elogios, pero resumen perfectamente el impacto tanto físico como sensorial que Argenta dejaba en la memoria y que ha marcado también a figuras de generaciones posteriores que lo vieron en acción, como fue el caso de Zubin Mehta.
Para finalizar el recorrido, el visitante se acerca hacia el mito de Argenta. La muerte por accidente del maestro una fría mañana del 21 de enero de 1958 fue un impacto absoluto. Había encendido la calefacción de su coche en el garaje y al esperar se intoxicó. Sus débiles pulmones, afectados por una reciente tuberculosis, no aguantaron el despiste. Aquella mañana debía dirigir un ensayo ante la Orquesta Nacional con la Sinfonía Renana, de Schumann.
A partir de entonces surge el mito. Nunca un director español había triunfado de manera tan contundente fuera de sus fronteras.
Los 100 años de su nacimiento son la mejor ocasión para recordar sus logros, sus hazañas y la impronta que impuso a nivel internacional. El mito se agranda a medida que los tiempos que le suceden se empeñan en darle la razón como al auténtico pionero que fue. Argenta es hoy gigante pero a la vez cercano en todas las esferas. Como el comprometido hombre de su tierra que sabe trascender a lo universal y romper barreras, el maestro se encaminó hacia el lugar de la historia que le pertenece y nos contempla allí día a día como la figura legendaria que es.