La semblanza de una gitana no se puede hacer sin mirar su historia. Ello sirve para recrear en escena los romances originarios con «la toná», «la debla» y «el martinete», cantes considerados gitanos desde Demófilo.
La semilla musical de la emigración también sembró las tierras de los desfavorecidos, que es lo que era el barrio del Somorrostro de Barcelona. Porque no era solo un barrio gitano, ni un barrio de marginados. Era un barrio de desfavorecidos de la fortuna, y el baile violento, duro, de ritmo febril y seco, de vueltas y giros vertiginosos se entiende mejor desde la negación de un destino injusto al que acompañan siempre los sonidos negros a los que aludía Manuel Torre.
La desatada técnica natural de Carmen Amaya, inaprensible desde cualquier método académico, la llevó a los grandes teatros que frecuentaban los artistas más importantes de su época: Pastora Imperio, La Argentinita, Pilar López, Antonio, Rosario, Vicente Escudero, etc.
El espectáculo hace algunos guiños escénicos con «la caña» de Antonio y «la estilización y el cubismo» de Vicente Escudero, que termina impregnando «la farruca» de Gades. Es difícil con el lenguaje coreográfico describir la versatilidad gitana de Carmen, pero en cualquier caso su dimensión da para que dos bailaoras coincidan en una, abriendo el extraordinario abanico expresivo.