Una de las figuras más importantes del mundo de la ópera mundial, Mortier era, además, doctor en Derecho, máster en Ciencias de la Información, doctor honoris causa por las Universidades de Amberes y Salzburgo y profesor de Historia Política y Sociológica del Teatro en la Universidad de Gante.
En 1981 fue nombrado director del Théâtre Royal de la Monnaie, ópera de Bruselas, y en 1991 se le confió la dirección del Festival de Salzburgo. En 2001 aceptó crear y dirigir la RuhrTriennale 2002-2004. Entre 2004 y 2009 fue director de la Ópera Nacional de París y en septiembre de 2010 se incorporó al puesto de director artístico del Teatro Real.
En septiembre de 2013, el Real acordó su nombramiento como asesor artístico de la institución y fue sustituido en la dirección por Juan Matabosch. En virtud de este nombramiento, Mortier continuó vinculado a la actividad artística del coliseo madrileño desarrollando funciones de asesoramiento en el área artística y colaborando, con sus conocimientos y reconocida experiencia, en la proyección internacional y la difusión de actividades de la institución.
En mayo del año pasado se le detectó un cáncer y recientemente había estado en Rusia recibiendo tratamiento. Actualmente vivía entre Bruselas y Alemania, pero seguía con atención el desarrollo de la temporada del Real, que él mismo había diseñado. Uno de sus últimos trabajos fue el estreno mundial de la ópera Brokeback Mountain.
Dramaturgia de una pasión
En 2010 publicó con Akal Dramaturgia de una pasión, un auténtico manifiesto de la dirección artística de un teatro de ópera. Escrito al final de su etapa parisina, el autor analizaba en él ese puesto como un auténtico compromiso intelectual que, lejos de la pura gestión, debe tener como misión principal concebir la temporada operística como un todo coherente. Por eso, la selección de los títulos no está regida por el azar o por el simple gusto del público, sino que es fruto de un complejo proceso en el que deben tenerse en cuenta factores como las voces, la puesta en escena, el contexto histórico-cultural de la ciudad y el país que acoge la representación, el autor y, por encima de todo, la obra en sí. Y todo ello partiendo de la base de que el operístico es un género claramente urbano y obligatoriamente político, que no sólo debe producir un goce estético, sino conmover al espectador (que no tiene, por tanto, un papel pasivo sino activo), remover su conciencia y propiciar la reflexión.