David Espinosa quería realizar una gran producción que no escatimara en gastos, pero la realidad escénica está marcada por la precariedad y la escasez de medios, que lo llevaron a «ingeniar mecanismos para resolver la falta de recursos, convertir la necesidad en virtud, subrayando las carencias para potenciar el fracaso como interés y motor de la creación», explica el director.
El resultado pone sobre la escena al teatro más grande del planeta, con 300 actores, una orquesta militar, una banda de rock, animales, coches, incluso un helicóptero, «había que desarrollar todas las ideas que aparecieran por muy caras que pudieran resultar, con material y un equipo artístico ilimitado». Todo esto y más ofrece al espectador Mi gran obra, aunque la sorpresa no se hace esperar, ya que el tamaño no es el habitual, sino que todo el teatro de Espinosa cabe en una maleta, es decir, «a escala, pensando en grande y haciendo en pequeño, usando para ello planteamientos y técnicas propias de un arquitecto» asegura.
El espectáculo revelación de la pasada temporada nació cuestionando el sentido de los grandes proyectos, estas creaciones artísticas que cuentan con presupuestos elevados pero vacías de contenido y cuyo valor cultural es raras veces demostrable. Para ello se vale de maquetas porque, como afirma Espinosa «son visualizaciones de una idea previa a la construcción».
Tan sólo veinte espectadores, a los que se les da unos binoculares para que puedan apreciar los detalles, pueden disfrutar en cada representación de los pequeños políticos, flamencas, suicidas, exhibicionistas, niños, precesiones, bodas… Todo ello acompañado de una banda sonora de excepción, la Quinta de Beethoven mejorada y reelaborada por Santos, el bajista de Pompeia.