Radical libre (Círculo de Tiza), su último libro, compendia 150 de sus mejores textos en prensa. “La columna perfecta es aquella que leída completa te atrapa y da un giro que hace que veas las cosas desde otro punto de vista”, afirma quien tantas veces lo ha logrado a través de 300 palabras, sólo 300 de pura literatura y periodismo puro.
¿Dónde están los límites? ¿Dónde acaba una y empieza el otro?
No encuentro diferencias. Al menos no en mi caso porque empecé escribiendo novela y de ahí pasé a un periódico. El periodismo ha sido para mí un soporte. El papel ha sido como un telar, un tejido que yo veía que se fabricaba todas las noches y que por las mañanas se llevaba a un kiosko. La gente lo compraba y después lo tiraba y por el hecho de que el destinatario lo depositara en la basura había que hacerlo de nuevo cada día. En ese telar que estaba lleno de improvisaciones, de vida, de falsedades y de pasiones, etc. yo maquiné, puesto que mi novela estaba llena de polvo en los escaparates, que si me dejaban hacer literatura sobre este soporte, sobre este tejido que se mueve todos los días, sería mucho más feliz. Eso es lo que he intentado hacer desde que lo descubrí entonces, en el Diario Madrid. He hecho libros y novelas, pero toda mi labor literaria y profesional se ha realizado a través del periodismo. El periodismo como soporte.
Por otra parte ves que toda la gran literatura española de los siglos XIX y XX se ha hecho en los periódicos. Un literato per se como Azorín no hizo nada más, ni nada menos, que escribir en los periódicos. O un escritor como Julio Camba, o el propio Ortega y Gasset, que escribió, ahí están El Espectador o España invertebrada, toda su vida pequeños ensayos en la prensa. Por no hablar de Eugenio D´Ors, Unamuno y Maeztu que también eran periodistas. Incluso los novelistas escribían folletones en los periódicos, como Valle-Inclán, cuyas Sonatas son pequeñas estampas que publicaba en los periódicos y que después recogía en libros. Bien porque la literatura de escaparate y de librería no daba para alimentar a la familia, o por otras razones, esa forma de manifestarse literariamente a través de los periódicos casi es la esencia de la literatura española.
«Antes la información y el control eran verticales. Ahora son horizontales. Todo el mundo es periodista»
¿Comparte la idea de que la opinión se está convirtiendo en la verdadera información, en el referente informativo, en la medida en que cuaja entre la población un cierto descrédito del rigor del periodismo?
Uno de los estigmas del periodismo es que el éxito del periodista es ser leído, no ser creído. El patrimonio de un periodista es su firma, su criterio; ser creído. Pero hoy la información a través de los medios y de los soportes está pegada a la comunicación y ninguna información es válida si no la comunicas. Y la comunicación está casi convertida en un mero espectáculo y, al tiempo, el espectáculo está unido al negocio. Con lo que la noticia, a través de los medios, de la televisión, radio, internet, etc. se convierte en un negocio. Las noticias son una fuente de poder. El que controla la información detenta el poder. Antes, la información y el control eran verticales, venían de arriba abajo. Ahora son horizontales. Todo el mundo es periodista. Donde quiera que vayas siempre hay alguien que lo capta y que lo mete en internet. Ahora mismo es todo una multiplicación exponencial de todo lo que sucede. Y es tal la cantidad de información que nuestro cerebro no es capaz de asimilarla y se produce un rechazo que se manifiesta creyéndoselo todo o no creyéndose nada.
Todo escándalo está mediado por otro escándalo que se superpone. Como esos pasquines que anuncian un concierto en una pared y sobre el primero se pone otro y otro más y todo acaba por confundirse. Nada hoy se publica que no esté promocionado, pero como todo el mundo promociona, vas de anonimato en anonimato. Es como un espejo que se rompe en mil pedazos y cada esquirla de ese vidrio reflejase una parcela de la realidad. Te mueves pisando esquirlas, y cada esquirla te da una parte de la realidad, con lo que al final todo es casi una ficción.
Es decir, que la reflexión, la esperanza de contar con un periodismo veraz y libre debería llevar al pesimismo…
No sé muy bien que significan la palabras optimista o pesimista. El periodismo es un reflejo de lo que está pasando y si el periodista está podrido es porque la sociedad también está podrida. Pero lo que veo y lo que está sucediendo en España es que, mejor o peor, los medios de comunicación están cumpliendo con su deber. Al fin y al cabo la democracia no es más que una máquina de achicar basura a la superficie. Y esas bombas de achique son el periodismo y la información. Los medios de información suben todos los días la basura a la superficie. Lo que sucede es que esa basura, esa corrupción, se estratifica en las calles. Nadie la recoge. Es como si hubiera una huelga de basureros. Los jueces no dan abasto. La basura está acumulada en las esquinas y nadie se la lleva. Si en España hubiera una judicatura dinámica y rápida y el corrupto fuera a la cárcel y fuera juzgado y esa sensación de putrefacción ambiental no hiciera el aire irrespirable, las cosas serían distintas. Pero, insisto, los medios de comunicación están hoy, en general, cumpliendo con su obligación.
«Hoy tenemos una sensación de injusticia porque nuestra sensibilidad ha mejorado»
Pese a la situación actual, ¿puede considerarse que vamos a mejor, a un mundo menos violento y corrupto?
La ciencia y la técnica han dado pasos gigantescos, pero la sensibilidad humana apenas ha variado. Si se lee a los poetas griegos socráticos ves que ese grado de sensibilidad apenas ha variado en relación con la actualidad. Esa sensibilidad poética, moral, estética de la antigua Grecia o Roma apenas ha dado un salto mínimo. Sin embargo, técnicamente, el compás entre la ciencia y la tecnología y la moral y la sensibilidad humana es brutalmente abierto. Ahora bien, es evidente que la sensibilidad humana también va mejorando y, de hecho, hoy tenemos una sensación de injusticia porque nuestra sensibilidad ha mejorado. Hoy se curan más enfermedades que antes, hay menos dolor que antes, menos injusticias que antes, pero la sensación de que no es así es porque nos enteramos de todo y nos hemos hecho más sensibles. Veo que por cada acuchillado, hay siete camilleros. Que por cada persona destrozada hay veinte solidarios. Por cada individuo que se desmaya en la calle hay un montón de personas dispuestas a asistirle. Claro que se ha avanzado, creo que la misma esclavitud supuso un paso adelante, pues se pensó: en vez de matarlos vamos a esclavizarlos y que trabajen. Un paso adelante aunque fuera una situación totalmente inaceptable.
Así pues, ¿la realidad no sólo se manipula, sino que se crea?
Depende de dónde pongas las cámaras. Hoy las cámaras eligen y ya no son inocentes. Si enfocas a un “botellón” de adolescentes ebrios un fin de semana, te crees que toda la juventud está perdida. Pero si enfocas hacia una biblioteca verás que hay mucha gente joven estudiando y leyendo y la conclusión que sacas es otra muy distinta. Por otra parte la cámara crea la realidad. Vivimos en un mundo en que la realidad está creada por las cámaras. Cuando las cámaras se retiran acaba una guerra. ¿Quién sabe hoy lo que está pasando en Siria? No lo sabemos porque las cámaras se han ido. Además, las cámaras no pueden deglutir dos grandes acontecimientos a la vez, por lo que van a uno, allí donde la noticia es comunicación, espectáculo y negocio. Buscan que suba la audiencia, que aumente la poca publicidad que hay… Es como una especie de damero maldito, como un laberinto diabólico.
Es curioso comprobar que las noticias sobre corrupción afloran los lunes y son una fuente económica pues las audiencias suben. Ese bombazo pierde enseguida sabor, como un chicle que pierde azúcar. Además, a medida que se acerca el fin de semana la gente se va relajando y un bombazo de corrupción el sábado molestaría. No nos gusta compartir esa basura con el desayuno del domingo. Dicho esto, también es verdad que somos un pueblo de extremos y cuando se llevaba minifalda se llevaba minifalda hasta el ombligo y si esto sigue así veremos al propio Rajoy poniéndose las esposas…
«La cultura es lo que nos ha hecho salir de la selva, y del mono, y de los instintos»
¿Vivimos momentos en que domina la confusión?
Está confundido y perdido el que no se da cuenta de que media humanidad está en la grada y media en la pista del circo y que en ese circo hay payasos y leones y trapecistas y cada cual hace su número. Estamos sentados viendo el espectáculo que antes era la información y que ahora es la comunicación.
Frente a esta situación, la cultura como asidero, como antídoto, o ¿cómo qué?
La cultura es una represión. Si no fuéramos entes o seres culturales iríamos con los instintos fuera y haciendo barbaridades. La cultura es una forma de reprimir a través de ciertas barreras psicológicas de cara a establecer una convivencia. Es un refinamiento a través de tabúes, enseñanzas y prácticas para que la convivencia sea lo menos agresiva posible. Si no fuéramos seres culturales no se podría ir por la calle. La cultura es lo que nos ha hecho salir de la selva, y del mono, y de los instintos.
Una vez aceptado que el ser humano es un ente cultural, creo que lo que hace que el paso de la humanidad por este planeta deje un rastro -un planeta que hubo un tiempo en que no existía y vendrá otro en que dejará de existir- es lo que deje como arte, como cultura, como estética. De hecho, lo que conservamos de todas las civilizaciones que han pasado es el arte. No hemos dejado nada más. Ahí están las pirámides o el Partenón o el derecho romano, o los poemas o la filosofía… Lo que ha valido la pena de haber pasado por este mundo nos lo dan ciertos seres que han captado un momento de belleza y que la han estratificado en una obra de arte, en una pintura, en un poema, en un libro, en una escultura, en una música, etc. El arte y la cultura hacen que no te avergüences de haber pasado por este mundo. Eso por encima de la carnicería brutal que ha provocado tantas veces el ser humano, que es carnicero por excelencia.
Radical libre es su nuevo libro. ¿Cual es su objetivo esencial?
Yo no he hecho esta selección que condensa cuatro o cinco años de trabajo. Le di el material a una serie de personas de mi confianza y ellos eligieron. La única condición es que quedaran fuera los nombres propios, los de los políticos y determinados acontecimientos actuales porque eso es lo que se pudre enseguida. Columnas que se pudieran leer en cualquier sitio, da igual que fuera en Madrid, en Nueva York o en Arévalo o en Grecia, y que se pudieran leer en cualquier tiempo. Que fueran intemporales y, al serlo, siempre fueran temporales. Hacer una especie de reflexión moral que pueda servirle a alguien. He hecho lo que he podido y si en algún momento logro ese objetivo me doy por satisfecho.
[Y como sin querer, que es como Vicent enlaza palabras que trazan un discurso en el que cada frase supone toda una declaración de principios, habla de internet: «El papel todavía es documento. Internet es un río rápido y superficial. Aguas poco profundas que corren y corren. En lugar de la reflexión manda la rapidez, el tiempo, el que seas el primero. Todo está y no está; todo fluye. Internet, además, está inscrita en la cultura de la gratuidad. Es difícil que a un joven, que conoce todos los intríngulis de las teclas, le convenzas de que debe de pagar por conseguir y bajar algo. Ese robo generalizado, ese no pagar, esa gratuidad, está arruinando la cultura.]
«Si tienes una salud aceptable y proporcional a esa edad y tienes proyectos, eres joven»
¿En que está metido ahora Manuel Vicent?
Hice unos libros como una especie de ruedo ibérico. Uno era Aguirre el Magnífico, centrado en Jesús Aguirre. Después otro, La mujer rubia, que era una historia de la Transición a través de la figura de Carmen Díez de Rivera. Me valía de unos personajes como pivote para explicar a través de una medio historia, medio ficción, medio información, una situación y un mundo. Ahora quiero completar esa trilogía con una visión de los últimos veinte años, del 94, que es cuando se le encargó a Antonio López el retrato de la Familia Real, a hoy. Voy a intentar meter en ese hipotético cuadro inacabado todo lo que ha sucedido en este país en el fin de siglo. De forma que cuando se levante esa sábana que tapa el cuadro se vea lo que ha sucedido en el país. Estoy haciendo una metáfora de un cuadro. Todos los acontecimientos se van pegando a un retrato fantasma que es el retrato de estos veinte años. Es una descripción literaria, porque no se trata de un libro de historia ni de una crónica. Simplemente, una pieza literaria con fondo histórico.
Que titular le pondría a la España de hoy…
Así a bote pronto: «España, vertedero o catarsis». O mejor: «España, basurero general o catarsis».
En relación con lo que escribe, ¿le queda a Manuel Vicent alguna asignatura pendiente?
Ser escritor no es más que ser un profesional. Yo me he tomado esto como una profesión. Al margen de la edad que tengas, si tienes una salud aceptable y proporcional a esa edad y tienes proyectos, eres joven. Un chaval de veinte o treinta años que no tenga salud y que no tenga proyectos está trincado por la vida y es un viejo. En tanto que una persona de edad que conserve salud y ganas y, sobre todo, refleje la sorpresa en los ojos de ver que todo cambia, que siga con la curiosidad de su parte, está vivo. Mi proyecto es seguir estando vivo. Estar vivo como una victoria, esa victoria que configura el tener trabajo, el levantarme con ganas de seguir viendo la vida y, en mi medida, aportando algo. Esa, hasta que se acabe la mecha, es mi gran victoria.
Vida y obra
Manuel Vicent nació en Vilavella, Castellón. Su larga obra, más de veinte novelas y muchos centenares de artículos en prensa, le han hecho merecedor de buen número de premios, entre los que se cuenta el Alfaguara de Novela, en 1966, por Pascua y Naranjas y en 1999 por Son de mar y el Nadal de 1987 por La Balada de Caín. Su labor periodística mereció, entre otros, el Premio González Ruano y el Francisco Cerecedo que otorga la Asociación de Periodistas Europeos. El autor ha sido recientemente reconocido con el título doctor Honoris Causa por la Universidad de La Plata, Argentina.
Los artículos que Manuel Vicent escribe en su columna dominical están escritos desde la quietud de quien trata de tenerse a uno mismo como refugio y con la lucidez de quien cuenta los sucesos que pasan en el mundo desde la idea, como señala Gutiérrez Aragón, de que «la realidad es una de las cosas más raras que existen».
Las 150 columnas que integran Radical Libre vuelven a moverse entre la rabia de la razón, la belleza de la idea y la poesía del lenguaje. Con estilo y lógica contundentes, Vicent lleva años retratando lo que acontece, combinando lo cotidiano y lo trascendente, la racionalidad y el instinto, el misticismo y el descreimiento. Sus escritos abocan a la reflexión y dejan en el lector un regusto de límites difíciles en el que, como queda dicho, navega el cabreo y la melancolía, la sorpresa y el polvo, el humor y la luz; siempre la luz. Manuel Vicent: radical y libre.