Ricardo López Bueno ha escogido voluntariamente un enfoque clásico pero muy personal que afirma unas opciones rigurosas, precisas y sin concesiones. Para realizar sus obras juega con las cuestiones tradicionales del punto de vista –personajes sentados, a menudo de tres cuartos y en interiores–, el encuadre –planos ceñidos al rostro o al busto para captar mejor la personalidad del modelo–, la luz –con la presencia permanente de una doble iluminación artificial para hallar el sentido del volumen–, el decorado –lo más neutro posible, es decir, la persona destacando sobre un fondo negro con ropa corriente–, y la elección de los modelos, que prefiere sencillos y anónimos.
Efectivamente, la parte esencial de su trabajo se sitúa en ese diálogo privado y sensible que entabla largamente con la persona; en ese sentido, las pruebas de contacto son apasionantes, pues muestran la evolución de las expresiones del modelo en el silencio del taller, hasta que todos los elementos citados encuentran su justa medida para traducir mejor el sentimiento que el fotógrafo experimenta ante su personaje.
De todas las tomas que realiza, López Bueno selecciona la que responde a sus intenciones y sus expectativas para, posteriormente, en función del uso que vaya a dar a la imagen, realizar las tiradas él mismo; el pequeño formato encontrará su lugar en el marco familiar, el formato medio podrá acabar en el gabinete de un coleccionista y el gran formato, expuesto a la vista del espectador, se unirá a la galería de retratos que ofrece el museo.
Comisariada por Agnès de Gouvion Saint-Cyr, la muestra ha sido organizada por diChroma photography.