“Todo el mundo es un teatro y todos los hombres y mujeres meramente actores; tienen sus salidas y sus entradas…” dejó escrito Shakespeare en su comedia Como gustéis (1599). El comisario de la exposición, Karsten Löckemann, se ha inspirado en estos versos para elaborar el hilo temático de esta muestra que transporta al espectador al mundo del teatro, a su estética, su narración y sus estrategias.
El poder del teatro
El teatro y las artes escénicas siempre han ejercido un enorme poder de atracción sobre los artistas plásticos. Así, las obras de esta exposición han sido seleccionadas de los fondos de la Colección Goetz para ilustrar esta influencia de lo escénico en las artes plásticas.
La mayor parte de los artistas presentes en la exposición han trabajado para el teatro o han colaborado en producciones escénicas concretas. Entre ellos destacan Matthew Barney, Cardiff & Miller, Stan Douglas, Elmgreen & Dragset, Jonathan Meese, Ulrike Ottinger, Laurie Simmons y Matthias Weischer. Su obra, en general muy diversa y a menudo multimedia, es la mejor prueba de los impulsos que el trabajo escénico puede ejercer en la creación artística.
Para el comisario, “la exposición muestra que el escenario sigue actuando, aún en nuestra sociedad multimedia, como un resorte o una fuente de inspiración en las artes plásticas”. La intención “es que las obras conduzcan al espectador de una manera u otra a este diálogo entre arte y teatro, y que esta selección tan interdisciplinar sea capaz de trasladarlo a otra realidad”.
Entre bastidores
Entrar en la exposición es como adentrarse en un escenario durante un intervalo de la representación donde el decorado está a punto de cambiar, los actores deambulan entre bastidores repasando su papel y nunca está claro cómo será el desenlace.
A este mundo teatral nos da la bienvenida el tríptico de Michael Kunze Vormittag (La mañana), de casi seis metros de largo por más de tres de ancho, que nos sitúa en la tradición del gran estilo clásico de fachadas arquitectónicas. Veinticuatro figuras fantásticas casi oníricas se funden con el entorno creando un mundo a caballo entre la ensoñación y la realidad.
Alrededor de este tríptico se sitúan seis esculturas de bronce del artista Jonathan Meese, el enfant terrible del panorama artístico alemán. Criaturas fantásticas y personajes extraídos del mundo del cómic y de los videojuegos.
Fotografía
La exposición conduce al espectador al diálogo entre teatro y arte a través de diferentes disciplinas. En primer lugar la fotografía, que ocupa en esta exposición un lugar privilegiado con un total de 42 piezas. Stan Douglas, Jeff Wall y Rodney Graham, los tres grandes representantes de la llamada Escuela Conceptual de Vancouver, están presentes en la muestra.
Las cajas de luz de Wall parecen fotogramas de una película cuyo guion debe ser desarrollado por el espectador. Douglas mantiene una mirada documental impregnada de un interés social e histórico por los temas que trata, como se puede observar en Abbott & Cordova, 7 August 1971. Graham, a diferencia de Wall y Douglas, es también un maestro de la autoescenificación, en su obra Dance!!!!! aparece perfectamente caracterizado a la manera de una escena típica del western americano.
Seguimos con la fotografía para llegar a dos grandes artistas capaces de observar el espacio teatral o cinematográfico con una mirada casi documental. Por un lado, Hiroshi Sugimoto, que retrata salas de cine de los inicios de la cinematografía como si fueran espacios sagrados; y por otro, Candida Höfer, que se ha dedicado durante largos años a fotografiar grandes salas de ópera y teatro desiertas. En esta línea de lo documental, las fotografías de la estadounidense Nan Goldin retratan lo fascinante y marginal del mundo de las drag queens.
Videoarte
De la fotografía volvemos la vista al videoarte, otro de los géneros más representados en la exposición. Ulrike Ottinger y Matthew Barney son los grandes narradores de la muestra, que convierten el medio cinematográfico en el escenario de un Theatrum mundi espectacular.
Ulrike Ottinger, figura del Nuevo Cine Alemán, recrea en su película Freak Orlando un teatro del mundo poliédrico protagonizado por el personaje andrógino de Orlando e inspirado en la novela homónima de Virginia Woolf. Por otro lado, el artista estadounidense Matthew Barney en su Cremaster 5 cruza el proceso de la evolución biológica con elementos teatrales y crea con ello una epopeya operística en cinco actos. No dejará de sorprender el belga Hans Op de Beck, que en su filme Staging Silence muestra cómo un par de manos anónimas construyen una y otra vez nuevos decorados con objetos simples y cotidianos. Catherine Sullivan se apropia en su obra Big Hunt de fragmentos de películas clásicas de Hollywood, donde la ausencia de voces resalta el conflicto de personajes complejos.
Para terminar, Candice Breitz plantea en su videoinstalación Becoming una reflexión sobre los medios de comunicación de masas y Rosemarie Trockel, en Manus Spleen IV (Las excentricidades de Manu), se adentra por primera vez en su faceta de videoartista.
Instalaciones
La exposición conduce ahora al espectador al mundo de las instalaciones. La pareja Janet Cardiff & George Bures Miller invitan a participar en Playhouse y lo transportan al mundo del teatro como si fuera el único invitado en el palco de una ópera. Elmgreen & Dragset muestran en Go Go Go!, una tarima de baile desierta que plantea muchas preguntas al visitante. Pero quizás el espectador queda aún más confuso en Last Performance, donde se muestra un camerino vacío con una soga colgando del techo, una rosa marchita y una nariz de payaso.
Lothar Hempel y Hans-Peter Feldmann juegan con el espacio como escenario de sus múltiples figuras. En la instalación de Hempel aparecen varios personajes extraídos de la obra Los veraneantes de Máximo Gorki. La de Feldmann recuerda a un pequeño teatro de sombras en el que diferentes figuras proyectan formas móviles o estáticas sobre la pared.
También destacan las instalaciones de Paul Pfeiffer y Zilla Leutenegger. En Vitruvian Figure, Pfeiffer realiza una reproducción a escala del antiguo estadio de Wembley, aludiendo a la importancia de la imagen en los medios de comunicación de masas con el ser humano. Rondo, obra de Leutenegger, representa un análisis del tiempo y el movimiento a través de una videoinstalación en la que la sombra de la propia artista se proyecta mientras toca el piano y crea un juego de planos visuales.
Y pintura
Y aunque la pintura propiamente dicha tenga una menor presencia en la exposición, además de Kunze participan otros pintores. Los delicados cuadros de Hiroshi Sugito aúnan la tradición pictórica de Japón con influencias occidentales e insinúan historias en reducidos ambientes teatrales. También, la obra de Matthias Weischer hace patente una acentuada pasión por los decorados, los patrones y la perspectiva.
Pero ¿qué sería del teatro sin los títeres y muñecos? Los personajes de Laurie Simmons dan buena cuenta de ello. En The Music of Regret, un musical dividido en tres partes, hace que los protagonistas cobren vida y terminen lamentando oportunidades perdidas y errores del pasado. En el segundo acto, la actriz Meryl Streep encarna a la propia artista.
El artista austríaco Markus Schinwald, en cambio, siente una debilidad por las marionetas, lo corpóreo, los vestidos y las prótesis. Asta Gröting en Die innere Stimme (La voz interior) muestra a un ventrílocuo charlando con un muñeco. Lo destacable de la pieza, que subraya la conversación que mantienen muñeco y ventrílocuo, son las voces que terminan por confundirse.
Y para finalizar, la obra de Johannes Wohnseifer Trough the Green Door deja la puerta abierta para que el espectador pueda decidir si ser actor o espectador de este teatro que es el mundo.
Una coleccionista excepcional
Ingvild Goetz nació en 1941 en Kulma, al oeste de Prusia durante la Segunda Guerra Mundial, de donde tuvo que huir con sus padres y su hermano ante el avance de los rusos. Estudió ciencias políticas aunque su verdadera vocación era la de artista. En 1969 abrió su primera galería en Zúrich, Art in Progress, con la idea de realizar happenings de contenido político. Allí conoció a Ulrike Ottinger, artista presente en la exposición. A esta galería le siguieron dos más en Múnich y Düsseldorf pero, como confiesa, “era una pésima vendedora porque lo que quería realmente era quedarme con todo”. Su trabajo como galerista le permitió estar cerca de artistas, pero en 1984 decidió cerrar su galería y concentrar todos sus esfuerzos en el coleccionismo.
“Ha sido mi amor por el arte lo que ha alimentado mi pasión por el coleccionismo”, explica Goetz, cuya colección cuenta con más de 5.000 obras de arte de casi todos los géneros artísticos. Con una amplia colección que hunde sus raíces en la década de los 60, y que se extiende desde el arte povera italiano, pasando por la pintura norteamericana de entre los años 60 y 80, hasta los “Jóvenes artistas británicos”, ha reunido una colección tan completa como personal. No confía en consultores ni asesores y compra siempre basándose en sus propias opiniones.
Goetz considera imprescindible visitar los talleres de los artistas y conversar con ellos antes de comprar una pieza; nunca compra en subastas ni en ferias. La coleccionista ha huido siempre de las corrientes dominantes y ha preferido concentrarse en aquellos artistas que trabajaban al margen y a los que la escena no presta atención. Ha apostado siempre por artistas jóvenes aún desconocidos y también por muchas mujeres.
Ingvild Goetz fue una de las escasas coleccionistas privadas que apoyaron de manera comprometida y continua el nuevo medio del videoarte. A lo largo de los años ha ido estableciendo una colección de media art que es ahora una de las más importantes del mundo y que debería mencionarse con el mismo respeto que la importante Colección Kramlich de San Francisco, que está dedicada exclusivamente al media art.
En 1993 encargó a los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron (arquitectos de la Tate Modern y de CaixaForum Madrid), por entonces casi dos desconocidos, la construcción de un museo privado para albergar su colección en Múnich. Cuando este abrió las puertas en 1993, la colección contaba apenas con trescientas obras.
En enero de 2014 donó al Estado de Baviera 375 obras de videoarte junto con el edificio para exposiciones que construyeron Herzog & De Meuron.