«Comedia bajonera». Esa es la mejor manera de definir Negociador según Cobeaga. Artesano de lo cómico, entiende a la perfección la multiplicidad de registros que permite la comedia. «No es lo mismo hablar de una película de Berlanga que de Agárralo como puedas«, ejemplifica. «Las dos son comedias y las dos tienen mecanismos muy diferentes, y la verdad es que la que encuentro más satisfactoria cuando la practico es esa comedia que tiene un tono tristón, que resulta más melancólica o seca, en la que los chistes y las interpretaciones de los actores no son evidentemente cómicas».
Para quienes solo conocen a Cobeaga por sus películas, el paso de la comedia loca de Pagafantas y No controles a esa «comedia bajonera» de Negociador puede suponer una revelación. Sin embargo, no hay más que echar la vista atrás a sus primeros trabajos en formato corto como La primera vez y, especialmente, Éramos pocos, para descubrir que para el vasco no es un género desconocido. «Las mejores comedias son las que se ríen de temas graves», opina quien cree en el humor como un medio perfecto para abordar asuntos serios. «Cuando escribí Éramos pocos, con el que relaciono mucho Negociador por su tono tragicómico, me decían «¿Pero por qué quieres hacer una comedia con esto si es un drama estupendo?», y yo respondía «Joder, es que creo que así lo cuento mejor»».
«Estamos sujetos a la chapuza continua»
Tras dos películas en las que los gags se disparaban sin descanso, con la línea de diálogo precisa en el momento preciso para desencadenar la carcajada, el donostiarra llega con una comedia más sutil que genera su humor desde las entrañas, con esa risa incómoda que, una vez iniciada, es imposible detener. Dos modos diferentes de hacer reír con los que Cobeaga se lo pasa igualmente bien. «De igual manera que disfruto mucho haciendo una comedia más alocada que va a provocar la carcajada del espectador –es una gozada cuando una sala llena se ríe a carcajadas-, también me gusta una película con la que a lo mejor se ríen cuatro en la sala y que provoca incomodidad o va sobre mezquindad o humillación. Creo que quizá es una parte del género que resulta menos popular, pero a quien le gusta, le gusta de verdad».
Quienes se acerquen a Negociador encontrarán una mirada de un humor brillante sobre las chapuzas que vertebran actos tan solemnes como una negociación (o diálogo, según el eufemismo que les apetezca utilizar), la incapacidad para ponerse de acuerdo por el mero placer de discrepar y los innumerables parecidos que insospechadamente nos acercan. Sitúen todo eso en el contexto de una reunión entre un representante del Gobierno vasco y otro de ETA y tendrán una idea del conjunto. «Lo que me interesaba era el lado humano de todo eso, no para humanizarlo, sino para señalar que nosotros, que creemos que la política es una cosa muy seria y está llena de cálculo y matemática, en realidad estamos sujetos a la chapuza continua».
«Si me hubiera fijado en ser útil, no habría sido tan atrevido»
Cobeaga ya le había cogido el punto al asunto con Vaya semanita, programa de la ETB famoso por ser de los primeros espacios televisivos que bromearon sobre el conflicto etarra. «Ahí aprendimos bastante cómo fijarnos en lo más humano y no tanto en lo ideológico». Curtido en un tema espinoso, el dilema mayor a la hora de escribir el guión llegó «cuando pensé hasta qué punto iba a fabular acerca de la historia real». Tras darle algunas vueltas, la cabeza del donostiarra hizo clic y tuvo una revelación: «si hay cosas que no están contadas en los libros que lees y los documentales que ves, invéntate lo que hay detrás». Por tanto, su trabajo consistió en «rellenar las partes que no existen de los personajes, esos espacios en blanco, pero intentando ser fiel al espíritu de lo que quería contar», que no es otra cosa que ese contraste entre solemnidad y chapuza que citábamos antes.
No estaba entre las intenciones de Cobeaga hacer con Negociador un retrato fiel sobre el proceso de negociación con ETA. Su foco estaba puesto en los pequeños detalles, en ese patetismo inherente a cualquier acto humano. «Si me hubiera fijado en ser útil, no habría sido tan atrevido, habría tenido más remilgos». Por tanto, el fin último era hacer reír evidenciando la cutrez para quitarle hierro a los que se empeñan en encontrar drama donde sea. «Sí que me gustaría que por lo menos a la hora de poner la mirada sobre determinados temas se relativizase, porque creo que vivimos en una época donde lo solemne, lo grave, lo blanco y lo negro está muy enquistado, y comedias sobre ese tema ayudan a relativizar».
«Pocas veces se habla del límite de la ofensa»
Hacer humor con el terrorismo como tema de fondo hace saltar la alarma al espectador más susceptible. La piel finísima de cierto tipo de público a la hora de reaccionar con el humor que huye de amabilidades reabre continuamente el debate sobre los límites (o no) de la comedia. Cobeaga, que algo de experiencia tiene en el tema, reformula el debate. «Creo que muchas veces hablamos de los límites en cuanto a hablar o hacer sátira de un determinado tema, pero por otro lado, muy pocas veces se habla del límite de la ofensa, es decir, que si es de recibo que alguien se ofenda por una determinada cosa. Cualquier persona se puede ofender por todo». Como bien mantiene Ricky Gervais, uno de los gurús del humor negro, un cómico debe llegar a zonas tabú a las que nadie haya llegado antes. ¿Qué es el humor sino un campo de exploración y experimentación? Ponerle barreras es negar su concepto mismo. Cobeaga piensa al respecto que «esa sensatez que se nos puede exigir a quienes tratamos este tema también se debe exigir a quien se ofende con un determinado asunto porque creo que ese derecho a ofenderse tan abierto nos limita mucho a quienes hacemos humor».
La comedia es un asunto muy serio. El punto de vista que ofrece tiene poderes sanativos. En el caso concreto de Negociador, puede ayudar a avanzar en una buena dirección en el que llegó a proclamarse problema número uno del país. «Creo que la reacción de un vasco ante el humor que pueda tener Vaya semanita, Ocho apellidos vascos o Negociador«, productos diferentes que comparten una mirada común sobre lo relativo a Euskadi, «tiene que ver con la gravedad de lo que hemos vivido. Quien haya vivido un conflicto gordo va a notar en cuanto se hagan bromas al respecto que la risa tiene un efecto liberador».
«A quien no hace comedia le tiene que dar envidia ver un patio de butacas lleno con gente riéndose»
Dado el poder de la comedia, ¿tiene sentido que continúe teniendo cierto aura de desprestigio frente al drama? Cobeaga opina que quien se dedica a la comedia debe estar acostumbrado a ello. «No puedes estar a setas y a Rolex», bromea. Con la sonrisa en el rostro lanza una confesión: «creo que a quien no hace comedia le tiene que dar mucha envidia cuando ve un patio de butacas lleno y la gente se ríe». Una recompensa que, valga la redundancia, compensa todo lo demás. «Si sabes reírte de ti mismo, tienes sentido del humor, relativizas todo y odias la solemnidad, cosas en las que tienes que estar si haces comedia, también relativizas bastante no tener prestigio y que esa frase de «Es mala, pero te ríes» te parezca más fruto de la empanada mental que tiene el espectador que del desprestigio de la comedia».
España es muy curiosa en lo que al humor se refiere. Piensen en cualquier tragedia y recuerden cuánto tiempo tardaron en escuchar algún chiste al respecto en el bar de la esquina, probablemente tras una discreta mirada en derredor y la consiguiente bajada del tono de la voz. Sin embargo, cuando nos tocan lo nuestro… Recuerden el escándalo nacional tras la broma de los guiñoles franceses sobre el dopaje de deportistas españoles. «No sé si un español tiene sentido del humor como para reírse de sí mismo porque creo que nos solemos reír del otro. El sentido del humor español está basado más en la desgracia ajena que en la propia». Resulta algo irónico que presumamos precisamente de sentido del humor, como apunta Cobeaga, «cuando ves en una red social o en los comentarios de cualquier periódico digital a gente rasgándose las vestiduras».
«En historias de humillación y patetismo tiene que haber una cobra»
A nivel de dirección, Negociador supone definitivamente un paso adelante para Cobeaga. El donostiarra ha abandonado ese miedo a «lucirse» en la realización, algo «muy jesuítico, muy de colegio de curas», comenta. «Cuando hacía mis primeras películas equivocaba los términos: confundí el estilo invisible que tanto admiraba de directores clásicos como Howard Hawks con la retransmisión». Su labor de realizador televisivo lo llevaba a obsesionarse con la eficacia cómica, aquello de introducir la frase perfecta en el momento perfecto, lo que lastraba la expresividad. «Fue a raíz de ver cómo directores como Edgar Wright o Javier Ruiz Caldera aprovechaban o por lo menos potenciaban el lado cómico a través de la dirección, o incluso viendo Muchachada Nui, donde muchos chistes vienen de realización, que me di cuenta de que estaba perdiendo una herramienta muy importante y que también importaba si al público le entraban las películas por los ojos».
Cobeaga se remonta a 2013 para explicar uno de los factores para su evolución estilística como director. «Hice un corto llamado Democracia que en proporción de presupuesto tenía mucho más que Negociador en el sentido de que en pocos días de rodaje podías tener un mayor despliegue, y ahí sí que puse mucho en práctica cosas que tenía en la cabeza».
Para el seguidor de Cobeaga resulta un guiño descubrir en Negociador una cobra (ya saben: intentan besar a alguien y esa persona se aparta hacia atrás imitando a la serpiente). El concepto, explicado con detalle en Pagafantas, no es nuevo para él. «La primera cobra que rodé era Mariví Bilbao intentando besar a Ramón Barea en Éramos pocos«. En el caso de la cinta que nos ocupa, el vasco quería reflejar un descenso a los infiernos del personaje protagonista (un espléndido Barea), y qué mejor manera. «No sé si es una marca autorial, pero en historias de humillación y patetismo tiene que haber una cobra».
Futuro
Quienes quieran ponerse al día con la obra de Cobeaga deben echarle un ojo a Aupa Josu, un proyecto de serie para ETB que finalmente, por motivos presupuestarios, acabó siendo un telefilme. Esta historia sobre un consejero vasco de Agricultura y Pesca que quiere contactar con ETA para lograr una paz que le granjee su soñado puesto como consejero de Interior es uno de los proyectos de los que más orgulloso se siente el donostiarra. Por suerte, ante la discutible continuidad del proyecto, consiguieron darle una historia cerrada.
El futuro de Cobeaga está cargado de proyectos. Como guionista se encuentra desarrollando junto a su inseparable socio de escritura Diego San José los guiones de la secuela de Ocho apellidos vascos y la adaptación del personaje de cómic Superlópez que dirigirá Javier Ruiz Caldera. En un futuro incierto, un proyecto deseado: Fe de etarras, una comedia alocada sobre los integrantes de un comando de ETA que, tras instalarse en un piso franco, son nombrados presidentes de la comunidad. «Antes no había ganas de hacerlo porque el tema era delicado, y ahora en cambio vivimos la situación opuesta de que se quiere hacer, pero Diego San José y yo andamos muy pillados de tiempo». La ironía haciendo de las suyas con un profesional del humor. No podría ser más apropiado.
Dirección y guión: Borja Cobeaga
Intérpretes: Ramón Barea, Josean Bengoetxea, Carlos Areces, Melina Matthews, Jons Pappila, María Cruickshank, Óscar Ladoire, Raúl Arévalo, Secun de la Rosa, Alejandro Tejería, Santi Ugalde, Gorka Aguinagalde
Música: Aránzazu Calleja
Fotografía: Jon D. Domínguez
España / 2014 / 79 minutos