Nada es inmutable. En cualquier ámbito, cualquier obra de arte, ya sea una película, un libro o un cuadro debe contar algo fresco, algo que resulte interesante. «Lo contrario es como si contáramos siempre el mismo chiste. Por muy bueno que sea, al final deja de ser gracioso. Con el arte sucede lo mismo. Una obra es la labor de un ser humano tratando de entablar una conversación con otro ser humano. Cada nueva obra de arte lo que hace es continuar esa conversación y tiene que tener algo más que decir. Una idea más que compartir. Tiene que cambiar algo, porque si no sería la misma conversación repetida y eso termina siendo irritante», añade este hombre afable con aire de cualquier cosa menos de lo que es, uno de los grandes expertos en su materia, elegido entre los 50 pensadores sobre arte más originales e influyentes, a nivel mundial, por la revista neoyorquina Creativity y firmante habitual en The Times y The Guardian.
¿El artista parte de un discurso previo, de un objetivo preconcebido, o lo que quiere decir se lo encuentra por el camino, mientras va realizando su obra?
Esto es algo de mucho interés con una respuesta compleja. En mi opinión casi siempre es la segunda opción. Si miramos las obras con rayos X o con infrarrojos vemos todos los cambios, todos los errores cometidos por el artista. Es verdad que hay algunos que hacen cada una de sus obras en un día y nunca cambian nada, pero en realidad en todas las creaciones de cualquier índole se pasa por un proceso para encontrar el resultado perfecto, el resultado buscado.
En mi último libro, Piensa como un artista, muestro la famosa litografía del toro de Picasso y en distintas secuencias vemos que parte de una imagen perfecta de un toro. Todos estaríamos felices con la primera imagen, pero es evidente que para él no captaba la verdad, la esencia que él estaba buscando, y por eso Picasso pasó por once variaciones de la misma imagen hasta que llegó a esa forma simple, sencilla, de un solo trazo, con una sola línea, que es lo que estaba buscando y que no vemos en la primera imagen. Creo que este es un buen ejemplo de lo que es un proceso artístico, que consiste en refinar, en abstraer, en ir quitando detalles superfluos para poder alcanzar lo esencial. A veces sale a la primera, pero generalmente es preciso un proceso.
Respondiendo al título de su último libro, ¿cómo piensa un artista? ¿Qué tengo que hacer para pensar como un artista?
Ya eres un artista. Lo que pasa es que acaso no has empezado a pensar como un artista. En mi libro hablo de las distintas prácticas, los distintos procesos por los que pasa un artista para llegar a esas ideas que tienen un valor, ya sea para ellos o para la sociedad en general. Trato de descifrar qué podemos aprender de esos procesos, cómo podemos llegar a ese punto en el que estemos listos para compartir ideas de valor. Las ideas no salen de la nada, surgen de una base de conocimiento, de un proceso inquisitivo durante el que nos planteamos mil preguntas que son animadas por nuestra curiosidad.
Tenemos que ser escépticos y enfrentarnos a esas ideas preconcebidas. Tenemos que pensar en un tema en concreto y buscar ideas que sean únicas, y van a ser únicas porque cada uno de nosotros vemos el mundo a nuestra manera, y los artistas hacen lo que hacen porque no les importa cometer errores para llegar a donde quieren llegar. En general, los artistas son muy perseverantes a la hora de alcanzar ese punto en el que encuentran algo interesante que decir. La mayoría de nosotros pensamos que no somos artistas porque creemos que no tenemos nada interesante que decir o, simplemente, no tenemos la paciencia precisa para estudiar en detalle algo para alcanzar, algo interesante que compartir.
“El dinero nunca puede ser el objetivo fundamental del arte”
En este paisaje, ¿dónde metemos a los críticos?
Creo que tienen un papel muy importante. De hecho me preocupo cuando veo en el Reino Unido que los periódicos despiden a los críticos que trabajan para ellos. Los críticos actúan como filtro para el público. En realidad ser crítico es ser un artista. Un buen crítico tiene que tener un conocimiento muy profundo del tema del que habla, una visión singular y saber expresarla de una forma única. El público no tiene el privilegio de poder pasarse el día estudiando un tema para adquirir esos conocimientos, ni para poder expresar esa sensibilidad hacia el tema en cuestión.
Es un papel fundamental porque el crítico es el que guía al público. Sin el crítico, el público puede confundirse y perderse ante ese arte que no tiene por qué entender. Los críticos son una parte esencial del proceso creativo. También son importantes para los artistas, que suelen admirar a los críticos conocedores de su obra. Y a menudo les escuchan, aunque no compartan su opinión.
¿Le pesa a usted ser considerado uno de los 50 críticos de referencia?
Para empezar, no creo serlo. Si mi papel es conectar al público con las ideas… Si de alguna forma puedo ayudar a tender puentes entre los artistas y el público, me considero un privilegiado y me encanta hacerlo, pero en el mundo hay mucha gente que lo hace mucho mejor que yo.
Uno de sus mensajes recurrentes es que la venta no puede ser el fin último del arte. ¿Está cada vez más convencido de esta afirmación?
Lo tengo cada día más claro. Si hemos aprendido algo con la crisis económica es que si sólo te preocupas por hacer dinero, terminas siendo destructivo. El dinero nunca puede ser el objetivo fundamental del arte, sino crear algo valioso para el mundo, compartir algo con el mundo. Eso es maravilloso. Los artistas generalmente hacen lo que les gusta, y si una vez hecho les gusta a otras personas es estupendo. Cuando ves una obra que ha sido creada con cuidado, se percibe. De la misma forma que cuando ha sido fruto del descuido o de la rapidez también se nota. No se pueden, no se deben hacer cosas faltando al respeto a uno mismo y al público.
Si sólo se busca el dinero se buscan los atajos para sacar el producto al mercado lo más rápido posible, para tener los márgenes mayores, y cada paso te aboca al descuido, a hacer las cosas sin cuidado. La creación se produce cuando nos planteamos preguntas, cuando nos dejamos llevar por nuestra curiosidad, cuando somos instintivos e inquisitivos. Nos tenemos que plantear cada uno de los puntos de la existencia de la obra y buscar soluciones para cada paso. Si sólo nos preocupa el dinero, produciremos creaciones vacías, sin ningún futuro y sin nada que aportar.
(De pronto reflexiona en voz alta para plantear qué pensarían los Van Gogh o los Modigliani, -lo formula así, en plural-, ante este espectáculo, que califica de «obsceno», de millones y millones «invertidos por multimillonarios a los que no mueve el amor por el arte, sino la especulación». «Los imagino horrorizados», prosigue, «porque ellos no hicieron arte para que se vendiera así. Obviamente querían vender sus cuadros porque aspiraban a vivir de ello, pero seguro que no les gustaría asistir a este espectáculo de millones de billetes. Porque esos compradores no ven un cuadro, ven un objeto que vale muchísimo dinero. Salvo excepciones, que las habrá, no saben ver el arte, sino una mercancía muy valiosa. Es una triste paradoja»).
«La creatividad es lo que nos hace sentir realmente humanos»
En este sentido, ¿qué piensa del «mercado negro» del arte?
Es terrible. En general, el mercado del arte es un poco como el salvaje Oeste. No sabemos quién tiene qué, cuánto paga, dónde lo tiene… Esto da pie a una gran corrupción. Habría que regular todo esto. Por ejemplo, el cuadro Los jugadores de cartas de Cézanne fue comprado a través de una casa de subastas y no se sabe por cuánto ni quién lo compró, no se sabe dónde se lo llevó, no sabemos si volveremos a verlo… El nivel de secretismo que hay en el mercado del arte es totalmente inaceptable. No sería aceptado en cualquier otro mercado, y hace que el blanqueo de dinero sea muy sencillo.
Todo esto hay que limpiarlo y para ello es precisa la colaboración de todos: los museos, los coleccionistas, los comisarios, las casas de subastas. Hay que regularlo. Hace falta un sistema abierto que permita que el origen sea comprobado, que se atribuya la propiedad y se sepa quién tiene qué y dónde. No tiene por qué ser un registro público, puede ser un registro sólo profesional, pero esto ayudaría a limpiar el mercado y a erradicar ese nefasto mercado negro.
¿Se debería abaratar el acceso al arte?
Creo que el acceso al arte en cualquiera de sus formas debería ser tan barato como fuera posible porque es un tema esencial en una era en la que deberíamos poder utilizar nuestra creatividad. La creatividad es lo que nos hace sentir humanos. No digo que nos haga sentir felices, pero nos hace sentirnos en plenitud y enraizados en nuestra sociedad. La creatividad es lo más humano que existe. Igual que los parques públicos son gratuitos, los museos también deberían serlo, porque en realidad los museos son parques para la mente.
Si pudiera llevarse a su casa dos obras de arte, una universal y otra de origen español, ¿cuáles se llevaría?
Colgaría en mi casa dos pinturas, una el paisaje pintado por Cézanne en Aix Saint Provençe, que brilla de maravilloso por su excepcional simplificación de lo que vemos y porque nos ayudó a cambiar la forma de ver el mundo en el siglo XX. La segunda, sin lugar a dudas, el retrato que Picasso realizó a Gertrude Stein, que me parece un monumento a la vitalidad. Ella está viva. Tiene unos marrones tan especiales. Los españoles entienden el marrón y los marrones de Picasso son atemporales e irrepetibles. Es un cuadro excepcional, mágico.
Will Gompertz
Traducción: Miguel Marqués
Taurus
210 páginas
19,90 euros
E-book: 8,99 euros