Este proyecto, patrocinado por la Fundación BBVA, permite experimentar durante 75 minutos al célebre tríptico desde un espacio sensorial y perceptual en el cual el espectador camina y comparte el lugar del Paraíso, el Jardín o el Infierno con una multitud de seres, criaturas y cuerpos.
En palabras de Miguel Zugaza, director del Prado, «El Jardín Infinito amplifica hasta el delirio formal las cualidades icónicas y visuales de este tríptico y su particular horror vacui. Entre todas las metamorfosis creativas que ha vivido El jardín de las delicias desde su creación creo que ésta que han creado Álvaro y Andrés es la más empírica o, desde luego, es postsurrealista».
Perdices y Sanz diseccionan los múltiples mundos pictóricos del cuadro haciendo posible una experiencia completamente inmersiva y envuelta por la composición de un paisaje sonoro que ha sido creado por los músicos Santiago Rapallo (Madrid, 1974) y Javier Adán (Madrid, 1975) en un tiempo récord: «Todo el trabajo ha sido llevado a cabo en unos seis meses», destaca Perdices.
La obra se basa en el material científico que el Prado atesora sobre la obra. «Lo que se proyecta en esta videoinstalación es el ojo científico del museo. La forma de ver en profundidad a este maestro de la historia del arte universal», explica Zugaza. Para ello, los autores han partido de dos características primordiales que tiene la obra de El Bosco, «una es el carácter de miniatura. Un universo del que nos hemos nutrido para poder sacar multitud de detalles que han ido construyendo un viaje a través del cuadro. Ese elemento de miniatura va acompañado de un elemento de misterio, que es el hecho de que sepamos tan poco de la obra, que nos ha permitido soñar y viajar sin ninguna idea preconcebida», asegura Sanz.
A partir de ahí han diseccionado, recortado y ensamblado detalles de los múltiples mundos pictóricos del cuadro, generando un espacio completamente sensorial, envuelto a su vez por un paisaje sonoro dotado de acentos tridimensionales. En palabras de Raspallo y Adán, «hemos trabajado en una pieza que fuera envolvente pero que también tuviera una entidad propia. Uno de los retos era conseguir crear un universo sonoro propio para situar al espectador dentro de la obra y, para ello, hemos ahondado un poco en la ambigüedad de las imágenes».
Las imágenes fragmentadas, los cambios de escala o las sorprendentes micronarrativas adquieren una nueva dimensión, suscitando el primigenio asombro que la obra del Bosco siempre ha despertado. Estos detalles dislocados forman un itinerario por una obra que fascina y se rebela ante la incapacidad de experimentar el todo de un dispositivo espacial que disuelve el objeto en la experiencia.