Su trabajo establece así un claro vínculo con el lugar y el espacio que parece reclamar ser invadido, y que la artista se atreve a delimitar y a sostener a través de la combinación de gestos pictóricos y marcas gráficas, espectáculo y rigor, formas orgánicas y geométricas, superficies irreales y figuras que residen en su imaginación.
El título de la exposición ha sido encontrado al azar. En palabras de la propia artista, se trata de «un proyecto de reflexión personal en el cual aparecen elementos muy cotidianos en mi obra, como son el uso de los colores rojo, negro y blanco, la utilización de la figura del pájaro, la imagen de la casa, la representación del huevo o la simbología de la cruz invertida o cruz de San Pedro. Estos símbolos siempre están bajo el techo de la palabra “silencio” como elemento presente y canalizado bajo tonos musicales con ritmos repetitivos, pulsos constantes, con reiteraciones de frases musicales, y música experimental y minimalista».
Por otro lado, el pilar donde se asienta el trabajo de la artista siempre conlleva los conceptos de serenidad, vigilancia, creación, libertad… Es una intersección visual entre lo divino y lo humano, entre lo terrestre y lo celestial. La figura del pájaro como una representación elevada de un concepto y la transmisión de las almas es el lado espiritual de la naturaleza humana.
Poética espacial
La obra de Rubio podría entenderse como una pintura mural, que recupera el vínculo con la arquitectura y la configuración espacial, en la que la artista despliega un verdadero mapa del mundo, una mixtura entre alegoría íntima, imaginario personal y poética espacial, un verdadero alfabeto visual con una gran carga de simbología arquetípica. La Fragua se convierte también en un “espacio escultórico arcaico”, de formas geométricas básicas, metamorfosis sobrias del arquetipo de casa o vivienda.
La artista madrileña introduce en su obra combinaciones de materiales preexistentes, imágenes, objetos, palabras captadas en las esquinas de las paredes los patios de las escuelas, los frontispicios de los monumentos, en fin, cosas casi siempre cargadas con significados muy personales. Pero, igualmente, le interesa lo más oculto o excluido, los yacimientos arqueológicos, los museos etnológicos, las lenguas indígenas, las cosmologías mitológicas o las arquitecturas anónimas, el pasado medieval o remoto, la mitología y los ritos, y la superposición de culturas.
Este conglomerado personal hace de su obra un verdadero “universo poético” que es siempre afirmación de sí misma e, incluso, también rechazo, melancolía y pérdida. Llena de ambigüedad, como la vida, en ella no hay sintaxis, ni lógica, sino un estremecimiento del ser, un murmullo que llega hasta el fondo de las cosas. Como un diario íntimo de su vida emocional refleja el ritmo fluctuante, contradictorio, secreto y esotérico del acto del creador.