A través de la documentación epistolar, fotográfica, periodística, obra plástica de Zuloaga y musical de Falla, la muestra realiza un recorrido cronológico (1913-1939) por el trabajo conjunto de estos dos creadores, contextualizado en su época histórica, un período extraordinario de la modernidad artística.
Se exponen más de un centenar de piezas, entre las que destacan una treintena de obras de Ignacio Zuloaga –Lolita, Las tres primas, Desnudo del clavel, Retrato de Ortega y Gasset, Vista de Toledo, El Cardenal, o el Retrato de Manuel de Falla, entre otras– junto a obras de Pablo Picasso, Manuel Ángeles Ortiz, Hermenegildo Lanz y Eugenio Lucas Velázquez.
Para uno de sus dos comisarios, Pablo Melendo, una exposición como ésta refleja cómo personajes muy distintos, con historias distintas, tienen muchos puntos en común. Así lo ratifica también Elena García de Paredes, gerente del Archivo Manuel de Falla y sobrina nieta del compositor: «Fue una amistad muy fructífera que dejó un rastro en obras muy importante». Además «ambos fueron personas que nunca olvidaron a quienes dejaron atrás cuando se fueron a otros países».
María Rosa Suárez Zuloaga, la nieta del pintor, todavía recuerda cuando su madre le contaba la última visita de Falla a Zuloaga en Zumaia: «Iba con una maleta pequeña porque no llevaba demasiadas cosas. Tenía muy buen porte, era muy guapo para la época. Sólo dejaba que fuera mamá quien tocara su maleta y sus cosas porque no le gustaba que se contaminaran de microbios».
Historia de una amistad
Las investigaciones indican que posiblemente Falla y Zuloaga se conocieron en París en 1910, pero no es hasta 1913 que hay prueba documental de su relación.»Toda la muestra está construida en torno al material epistolario entre ambos, pero principalmente a partir de dos cartas, la primera y la última», explica José Vallejo, co-comisario de la muestra. En total hay 240 cartas catalogadas. Actualmente él mismo está trabajando en un libro que reunirá todo el epistolario.
Así, la primera es el primer contacto documental que se conserva de la amistad. Todo comienza con la petición de permiso para que Germán de Falla, hermano del compositor, fotografíe algunos cuadros y piezas textiles de la colección de Ignacio Zuloaga en París, especialmente «su admirable gitana», para que le sirvan de inspiración al figurinista de la ópera de Niza a la hora de hacer el atrezo para el estreno de La vida breve, en 1913. Zuloaga no solamente deja hacer las fotos a Germán, sino que envía con éste una serie de prendas (mantones, faldas y zahones) para facilitar el trabajo del figurinista.
Tras este primer contacto, ambos mantienen una relación epistolar, en la que, como explica el comisario, “se traslucen los éxitos, los fracasos, las inquietudes sociales y políticas, las ilusiones, los problemas familiares y, sobre todo, la forma de ver la cultura española y el arte de estos dos magníficos creadores”.
Proyectos conjuntos
Zuloaga y Falla se encuentran en París, Madrid y Granada, entre otras ciudades, a lo largo de dos décadas. Su relación de amistad les anima a trabajar juntos en un gran proyecto en el que música y escena cuentan con la dirección de los dos. Un propósito que tardará quince años en formalizarse, cuando en 1928 representen El retablo de maese Pedro en la Ópera Cómica de París.
El retablo es la culminación profesional de una relación que a lo largo de veinte años les lleva a colaborar en diversos proyectos que, en su mayoría, tienen siempre un interés social. Entre otros destacan la inauguración del proyecto de Zuloaga de las escuelas de Fuendetodos en la casa natal de Goya, en 1917; el trabajo conjunto en la obra escénica sobre la novela de Enrique Larreta La gloria de don Ramiro (1919-1921); el Concurso de Cante Jondo de Granada, organizado por Falla, Federico García Lorca y Fernando Vílchez en 1922; la exposición de Zuloaga ese mismo año en el Museo de Meersmans de Granada; hasta llegar al último encuentro entre los dos artistas en 1932, cuando Falla se aloja en casa de Zuloaga en Zumaia con motivo de la inauguración del Museo de San Telmo y el pintor realiza el conocido retrato del compositor.
El recorrido finaliza con la carta de despedida que en 1939 Falla envía a Zuloaga antes de su viaje a Argentina, donde muere en 1946, un año después que su amigo.
Querido don Ignacio:
Desde hace mucho tiempo he querido escribirle, pero no sabe vd. hasta qué punto han sido difíciles estos meses para mí, y tanto por las alteraciones que ha sufrido mi curación (aún no completa) como por la terminación de lo que había preciso estrenar en Buenos Aires y por todas las complicaciones que han surgido en esto del viaje, sin saber hasta ahora cuándo ni cómo embarcar.
Al final he recibido un cablegrama de allí diciéndonos que saliéramos el domingo próximo de Barcelona en el Neptunia, y por eso le pongo estas líneas de despedida, lamentando muchísimo que ud. haya desistido de venir, según me dice José María Rodríguez Acosta. Por él sé también que piensa Vd. venir a Granada. ¡Qué pena me da no estar aquí para entonces, como me dio también que fuera tan breve el momento en que nos vimos!
Reciban uds. todos nuestros más cordiales saludos, y Vd. el gran abrazo que le envía con tanto cariño como admiración su devotísimo
Manuel de Falla
Mi dirección en Buenos Aires: Teatro Colón
26 de septiembre de 1939
El retablo de maese Pedro
La colaboración de Zuloaga y Falla en 1928 en El retablo de maese Pedro ocupa la sala principal de la exposición al tratarse del proyecto de mayor envergadura que ambos artistas realizaron juntos. El retablo es una obra musical para personajes y títeres que explora el mundo del teatro dentro del teatro, con libreto inspirado en un episodio de El Quijote. Es una de las creaciones más destacadas y reconocidas del compositor. Se estrenó en Sevilla en 1923 –en versión concierto– siendo su estreno definitivo en París ese mismo año y tras su gran éxito se estrenó en otras ciudades europeas como Ámsterdam (1926), bajo la dirección escénica de Luis Buñuel.
Para la representación de una nueva versión en el Teatro Nacional de la Ópera Cómica de París en 1928, Falla encargó la realización de los decorados, figurines y marionetas para la puesta en escena a Zuloaga. En la exposición se pueden ver dibujos, bocetos a color de la escenografía y cuatro cabezudos y siete marionetas de cruceta alemana originales que Zuloaga realizó en colaboración con Maxime Dethomas. Estas piezas se exponen por primera vez de forma conjunta desde el estreno. Además se muestra correspondencia del pintor que refleja el viaje quijotesco que realizó a lo largo de 1927 para inspirarse, así como el manuscrito de la obra.