Vivimos en un mundo lleno de fronteras, de líneas imaginarias que se convierten en barreras que atravesar: las vallas en Ceuta, Melilla, Hungría, Serbia o Chipre…; los muros al sur de Estados Unidos y los túneles en México, en Israel y los territorios ocupados palestinos; los cayucos, las pateras y los barcos a la deriva en Lampedusa; los campos de refugiados en Calais, el abandono en Lesbos o los contenedores repletos de personas en Reino Unido; el terrible éxodo sirio, afgano o iraquí.
Todas estas situaciones dejan un mundo en doloroso movimiento. Un mundo en el que el Mediterráneo aparece como una gran frontera en donde se ahogan las almas que intentan llegar a Europa, aunque no es la única, pues también sucede en México con los latinoamericanos que intentan cruzar a Estados Unidos, y en otras latitudes menos visibles. En definitiva, millones de personas están dispuestas a morir en el mar o en el desierto para llegar «al otro lado».
En este contexto, Moisés Yagües hace uso de la xilografía en un intento por recuperar el carácter documental de la estampación, que fue diluyéndose en la segunda mitad del siglo XX. El proyecto, inspirado en un elocuente texto de la novela de Manuel Rivas, El lápiz del carpintero, aborda esta cruda realidad social. Así, en la mencionada novela, uno de sus personajes (el doctor Da Barca) dice: «Lo único bueno que tienen las fronteras son los pasos clandestinos».