La artista, en palabras de Ángel Calvo Ulloa, «construye con elementos preexistentes un campo de batalla en el que enfrentarse a sí misma». En su trabajo, Iranzo se debate entre la incógnita y la evidencia de un proceso que la acerca a la escultura con un único propósito, el de configurar un lenguaje propio en el que su práctica cobre sentido unida a sus preocupaciones. El suyo es un trabajo que oculta un secreto y por ello cada una de sus obras se traduce en un enigma. Una barrera entre el soporte y el volumen que se intuye tras los pliegues de cada tejido.
Iranzo utiliza materiales que funcionan a modo de refugio, de protección frente a algo profundamente íntimo. Agua, espejos, fibras textiles, naturalezas recortadas y estructuras rígidas indescifrables se usan como camuflajes. La joven pintora tiene una mirada que transita de lo melancólico a la carcajada, congestionada e impredecible.