El tiempo y la historia han dispuesto que Zweig sea una de las figuras literarias icónicas del maltrato de los nazis con los intelectuales que no les eran afines (la inmensa mayoría). Fue, en vida, el escritor en alemán más leído y traducido con una popularidad equiparable a la de Thomas Mann. Nacido en una familia judía muy acomodada, su antibelicismo y compromiso expreso contra cualquier forma de dictadura política lo enfrentaron al régimen nazi y le abocaron a la huida.
Primero se refugió en París, más tarde en Inglaterra -Londres y Bath-, para acabar cruzando el Atlántico para instalarse en Brasil, con algunos ocasionales períodos en Nueva York y Buenos Aires.
Sudamérica
La estancia de sus últimos años en Sudamérica es el marco que establece Schrader para dibujar un biopic poco convencional y lleno de aciertos. A través de cinco episodios, las cinco partes en las que la película se divide, asistimos al desmoronamiento de quien fue una figura admirable para el conjunto, una especie de referente de la honestidad, pero que, paradoja de paradojas, se sentía como un miserable desarraigado. La víctima de un mundo perdido que acabó por aplastarle.
Como apunta la realizadora austriaca: «Su obsesión fue definir lo que suponía el término hogar. Pero no desde una perspectiva nacionalista, sino todo lo contrario. Su patria fue siempre Europa como el lugar de la cultura. Un espacio de encuentro y búsqueda de lo común, no de celebración de la diferencia».
Esa peculiaridad fue motivo esencial para que la directora se embarcarse en la realización de este logrado proyecto que nació en 2011. «Su pensamiento sigue muy vivo. Ante la crisis que vive el continente con el preocupante ascenso de los populismos y los radicalismos, Zweig es más necesario que nunca. Hay que reivindicarlo. Hemos vivido en Europa uno de los períodos pacíficos más largos de su historia. La paz fue siempre su sueño. No podemos rendirnos y dejar de luchar por ese objetivo. Se lo debemos como homenaje».
No hizo falta que se cumpliese aquello de que el tiempo coloca las cosas en su sitio porque tanto en su faceta de ensayista y biógrafo, como de novelista, Stefan Zweig fue reconocido y valorado desde los inicios de su trayectoria literaria. En cada una de sus obras despliega una capacidad narrativa de enorme seducción. Poseedor de una prosa envolvente en la que sutileza y elegancia viajan de la mano para dejarnos ante descripciones que corporeizan y hacen nuestros los sentimientos de los personajes. Vivimos las escenas que sus libros nos acercan como si, al tiempo, viésemos el paisaje donde se producen y tuviésemos la capacidad de traspasar la piel de quienes están viviendo las situaciones que se narran.
Entre su abundante legado -difícil destacar sólo una obra-, cabe mencionar El mundo de ayer (Acantilado), uno de los más conmovedores testimonios de un mundo que se iba desintegrando a pasos agigantados. Escritas ya en el exilio, esas peculiares memorias rescatan los momentos clave de una vida, la suya, que se iba perdiendo en paralelo a la realidad de aquella Europa que se creía libre y segura, inocentemente ajena a la devastadora tormenta que se avecinaba.
Adaptaciones
La huella literaria de Zweig ha tenido importante repercusión en el cine. No son muchos los autores cuya obra haya tenido tantas adaptaciones en pantalla por realizadores tan distintos como Wes Anderson, que filmó en El Gran Hotel Budapest (2014) su particular visión del mundo de escritor. Más de sesenta años antes Max Ophüls dirigió Carta de una desconocida (1948), acaso una de las mejores adaptaciones cinematográficas de los textos del austríaco.
También Roberto Rossellini se adentró en el mundo Zweig al llevar al cine Ya no creo en el amor (1954), basado en el relato Miedo, como lo hicieron, entre otros, los cineastas Robert Siodmak, Xu Jinglei o Patrice Leconte.
En la película que ahora nos ocupa destaca la interpretación, llena de emoción, de Josef Hader, magníficamente secundado por Aenne Schwarz en el papel de Lotte, la segunda esposa del escritor, y muy especialmente Barbara Sukowa, que en un breve papel como primera mujer del escritor llena cada plano de verdad.
Película-homenaje u homenaje-película a quien defendió a machamartillo que «la cultura siempre ha sido felicidad y libertad». Cuando el mundo le hizo sentir que ese pensamiento cada vez estaba más lejos de la realidad, Stefan Zweig se acostó en compañía de su esposa, ingirieron ambos dosis de barbitúricos incompatibles con la vida y se fueron. Los descubrieron abrazados. Él vestía camisa blanca y corbata oscura; ella un brillante kimono. Fue en Petrópolis, Estado de Río de Janeiro, Brasil, el 22 de febrero de 1942.
Dirección: Maria Schrader
Guión: Maria Schrader, Jan Schomburg
Intérpretes: Josef Hader, Aenne Schwarz, Barbara Sukowa, Tómas Lemarquis
Fotografía: Wolfgnag Thaler
Música: Cornelius Renz, Tobias Wagner
Alemania, Austria, Francia / 2016 / 106 minutos