No se había superado el ecuador del siglo pasado cuando Eugène Ionesco, un joven y desconocido autor, estrenaba en un teatro parisino una obra que llegaría a convertirse en una de las piezas más representativas del llamado teatro del absurdo. Casi setenta años después, La cantante calva llega a Madrid de la mano de Luis Luque, en una versión de Natalia Menéndez.
La obra, que Luque califica de “una gran comedia que es en sí misma una gran tragedia”, nació a partir del estudio de un manual para aprender inglés. Sin embargo, no fue la gramática ni fonética anglosajona lo que inspiró al autor, sino las reveladoras verdades que contenían los innegables axiomas que aparecían en el manual.
“Abajo está el suelo y arriba el techo” o “el campo es más tranquilo que una ciudad ruidosa” son algunas de las sentencias enseñadas en aquellas páginas que llevaron a Ionesco a escribir una obra que “a través de sus sinsentidos es un fiel reflejo de las sociedades modernas y muestran el absurdo de nuestras acciones que llenan nuestro día a día”.
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