Comisariada por el propio Paternosto, la muestra analiza el cambio de paradigma que llevó a los artistas de comienzos del siglo XX a redescubrir la pintura como objeto frente a la ilusión renacentista que había convertido el lienzo en una ventana en la que ver reflejada la realidad visible.
Para reflexionar sobre esa transformación que se inició hace ya más de un siglo, el artista ha seleccionado seis obras del Museo -de Piet Mondrian, Pablo Picasso, Juan Gris y Joaquín Torres-García- para exponerlas junto a las suyas, ocho piezas procedentes de diversas colecciones públicas y privadas. Su visión conjunta no solo ejemplifica la senda hacia la objetualidad de la pintura, sino que sirve para establecer el linaje de su propia evolución en los años 1970.
César Paternosto (La Plata, Argentina, 1931) es un pintor, escultor e investigador teórico que vivió en Nueva York desde 1967 hasta 2004, y que actualmente reside en Segovia. Practicó desde el primer momento la abstracción, inicialmente de tipo expresionista y muy pronto geométrica, insertándose así en la gran tradición vanguardista latinoamericana. En este contexto evolucionó hacia una “geometría sensible” en la que la frialdad quedaría atenuada por la delicadeza de los tonos y una sutil irregularidad de las líneas.
Hacia la periferia
En la tradición del arte occidental, el campo pictórico siempre se había organizado hacia el centro del lienzo. En su obra de madurez, Mondrian impuso sin embargo la dispersión compositiva, eliminando el marco y empujando suavemente los elementos pictóricos hacia la periferia del cuadro.
Paternosto, por su parte, descubrió en 1969 las posibilidades expresivas del canto de los lienzos, lo que le permitió transformar el cuadro en objeto, inaugurando un nuevo espacio para la pintura y obligando a modificar la posición tradicional del espectador frente a la obra. Fue una consecuencia lógica del precedente iniciado por Mondrian que tuvo un resultado sorprendente, pues su pintura no se ofrece directamente al público, sino que se le oculta para que el espectador la busque en un cercamiento oblicuo.
Pero el artista va incluso más allá incluso de esa objetualidad de la pintura. Sus piezas son objetos autoconscientes y poseen la virtud de presentarse a sí mismas, incluso sin la ayuda de su creador, explicando qué clase de objetos son, de dónde vienen y con qué obras de otros artistas dialogan, como, en este caso, con New York City, 3 (inacabado), Composición nº XIII / Composición 2 y Composición de colores / Composición nº 1 con rojo y azul de Mondrian, Hombre con clarinete de Picasso, Bodegón de Gris, y Madera planos de color, de Torres-García.