Hasta aquel momento, Europa se había identificado con una entidad geográfica caracterizada por tener un vínculo espiritual: el cristianismo. Como otros muchos humanistas, como Erasmo o Vives, también Laguna se espanta de la guerra perpetua de los países occidentales y emite este lamento casi desesperado como un intento último de lograr inculcar en los príncipes la conciencia de unidad religiosa.
Pero la llamada de Laguna a la pax christiana no sólo tiene un fundamento religioso, sino que en ella ya se entrevé una idea de cultura. Por encima de las diferencias políticas, por encima de las discrepancias, debe insistirse con fuerza en la base común que iguala a todos sus habitantes. Es así como, en el trasfondo del discurso, se puede llegar a adivinar ya una cierta idea de Europa que sobrepasa lo geográfico, que trasciende lo cristiano, y que empieza a asentarse en el concepto de civilización.
Aquel discurso constituye hoy una vía privilegiada para reflexionar sobre la noción de Europa. Este legado, de base eminentemente humanista, permite superar las oposiciones confesionales y sugiere un ideario que inaugura el concepto moderno de Europa. Nao d’amores devuelve el discurso de Laguna al espacio para el que fue concebido, el de la palabra hablada.
En un espacio revestido de negro –un ambiente de luto–, Laguna (Juan Meseguer) actuará como autor y ejecutor del discurso, pero no se conformará con presentarse a sí mismo frente al auditorio, sino que opta por entregarse a todo un ejercicio de ficción dramática. Él mismo se transmuta en Europa para, a través de una sorprendente propuesta dramatúrgica, dialogar consigo mismo.