Contaba para callar; callaba para contar. En su forma de trasladarnos las historias pesa tanto lo no dicho como lo escrito; lo sugerido como lo explícito. Y eso fue configurando una narrativa que convertía al lector en partícipe. Exigía una complicidad que Roth tuvo hasta la última de sus líneas, aquella que publicó en 2012 cuando, inesperadamente, decidió echar el cierre a una obra construida sobre más de treinta libros.
Ha trascendido que cuando decidió dejarlo pegó un post-it en su ordenador que decía: «La lucha con la escritura ha terminado». El justificó su postura argumentando: “Ya no poseía la vitalidad mental, ni la energía verbal o la forma física necesarias para construir y mantener un largo ataque creativo de cualquier duración sobre una estructura tan compleja y exigente como una novela”.
En las suyas, en la creatividad de quien las levantó, gravitaron constantes el sexo, la vejez, los deseos insatisfechos, el fanatismo político, la identidad personal, el judaísmo y la muerte. Temas todos que abordó desde una capacidad magistral para poner sobre el papel las obsesiones de la comunidad y, por ende, del mundo de occidente.
Con Philip Roth desaparece uno de los gigantes de las letras estadounidenses de la segunda mitad del siglo pasado, junto con Saul Below (1915-2005), John Updike (1932-2009) y Norman Mailer (1923-2007).
Había nacido hace 85 años en el barrio judío de Weequahic, Newark, en el seno de un familia de clase media procedente de Galitzia, la región que hoy reparte su territorio entre Polonia y Ucrania. En 1959, a los 26 años, dió a la imprenta Goodbye Columbus, un volumen que integraba cinco relatos y una novela de amor que dejó boquiabierto al jurado de su primer National Book Award.
Emergía en ese punto una carrera literaria en la que recurrió al uso del alter ego Nathan Zuckerman, como voz protagonista de nueve de sus novelas. Pero su producción de calidad es tal que no resulta fácil destacar unos títulos sobre otros, aunque casi tradicionalmente se cita El lamento de Portnoy, La visita al maestro o la legendaria Trilogía americana, que puso ante los ojos del lector, entre 1997 y 2000, Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha. Tres obras que, por encima de tópicos y frases comerciales, deben considerarse realmente maestras. O en 2008 la descarnada autobiografía que tituló Los hechos.
Pero para quien esto escribe acaso una de sus cumbres sea Patrimonio (1991), en la que desde una sinceridad apabullante repasaba la difícil relación con su padre sentado ante su cama, en el momento de la agonía de éste. Memorable.
Eso tan manido de eterno candidato al Nobel de Literatura cobra todo su sentido en Roth. Se le negó, pero no se ha ido con las manos vacías quien recibió, entre otros reconocimientos, dos National Book Awards, dos National Book Critics, tres PEN/Faulkner Awards, además del Pulitzer, el Man Booker International y el Príncipe de Asturias de las Letras.
Introspección psicológica, palabras y silencios. Roth se ha ido. Cada vez que volvamos sobre su literatura reafirmaremos nuestra ya inquebrantable complicidad.