Sus lienzos de patios y jardines en los Reales Alcázares de Sevilla y en la Alhambra de Granada le enseñaban a mirar y a comprender el jardín español, conforme iba concretando su propio espacio. Esta lección le permitía plasmar en su casa aquellas soluciones que sentía más satisfactorias para su propia pintura, trasplantando a su jardín las composiciones, perspectivas, motivos, elementos, colores, sonidos y olores que amaba en sus lienzos. Así fue creando un refugio a la medida de sus pinceles, un paraíso personal que recrear en sus últimas y esenciales pinturas.
La lección de los patios y jardines andaluces resultará crucial para la configuración del jardín que Sorolla crea en su casa de Madrid. No solo copia algunos rincones concretos de los jardines sevillanos y granadinos que tan bien conoce, sino que, además, traslada a su jardín fuentes, azulejos, columnas, estatuas, árboles frutales y plantas ornamentales apasionadamente buscadas y traídas desde Andalucía.
Color y vida
La muestra presenta a un Sorolla maduro, que a lo largo de sus últimos años, en medio de los esfuerzos que le exige la realización del gran encargo de los murales de Visión de España para la Hispanic Society de Nueva York, encuentra el tiempo para pensar un jardín, trazarlo, plantarlo y cultivarlo, y sentarse por fin a disfrutarlo pintándolo, pues para Sorolla descansar y gozar eran lo mismo que pintar.
Pero también se quiere con esta exposición llamar la atención sobre los aspectos específicamente botánicos del jardín, que son los que le prestan todo aquello que Sorolla más estimaba: color, variedad, movimiento, vida. Para ello se divide en seis secciones: Un jardin para vivir. Un jardín para pintar; Primer jardín. Sevilla; El patio andaluz; Segundo jardín. Roma y Granada; El tercer jardín. Estanque y pérgola, y Epílogo.
Esta exposición fue inicialmente un encargo de la Obra Social “la Caixa” y se inauguró en el Caixaforum de Sevilla; a continuación se mostró en la Fundación Bancaja de Valencia y en el Museo Patio Herreriano de Valladolid.