Hay grandes clásicos del humor que te dibujan una sonrisa pero no acaban de despertarte la carcajada, y otros libros menos celebrados a los que rendir tributo eterno precisamente por lograrlo aunque sea solo una o dos veces. La misma situación que a unos les mata de risa a otros les deja indiferentes o directamente les irrita. Aquí una selección para partirse la caja cuyo único aval es habérsela partido alguna vez al arriba firmante.
Abierto toda la noche (Anagrama, 1995)
El debut literario de David Trueba fue esta divertida novela que no se esforzaba por ocultar cierta inspiración autobiográfica. Con dedicatoria a sus padres –“A Palmira y Máximo, mis autores favoritos”– y fotografías en portada de sus hermanos, Trueba ideó el hogar, el único garito de la ciudad abierto toda la noche, de una familia numerosa propensa a vivir las situaciones más disparatadas. El autor volvería a hacernos reír cuatro años después con las vacaciones de Cuatro amigos (Anagrama, 1999).
Salón de pasos perdidos (Editorial Pretextos)
Van ya publicados 21 volúmenes de esta novela en marcha que son los diarios de Andrés Trapiello. El argumento se repite en todos ellos con pocas variaciones: la historia de un tipo que pasea de forma incansable tres o cuatro rincones de Madrid, que se escapa a su casa de campo extremeña, que nos cuenta sus charlas y lecturas, que ajusta cuentas y clava retratos (tiernos, malvados, familiares…), que escucha y comparte las historias más variopintas… ¿Un momento? ¿Pero aquí hay motivos para reírte a carcajadas? Ni uno ni dos ni tres. Son muchos y algunos de ellos son antológicos. Uno podría ser el de aquella anciana empeñada en meterle en el bolsillo del pantalón los honorarios por una conferencia mientras dicta dicha conferencia. Puede que Trapiello se adorne con maneras de melancólico impenitente pero en el fondo es un grandísimo humorista.
Memorias de un amante sarnoso (Tusquets, 2018)
“Este libro fue escrito durante las prolongadas horas que pasé aguardando a que mi esposa acabara de vestirse para salir. En este sentido, si nunca se hubiera puesto nada encima, jamás se habría escrito este libro”. Así explica Groucho Marx en la primera página el origen de esta obra tan divertida como Groucho yo (Tusquets) o su maravillosa correspondencia (Las cartas de Groucho, Anagrama).
Perelmanía (Editorial Contra, 2018)
Tan gracioso como Groucho pero más preocupado por esculpir una prosa de indudable calidad fue Sidney Joseph Perelman (1904-1979), que invertía mucha horas en dar con la palabra exacta. Fue también el modelo a seguir para un joven Woody Allen que trataba de colocar en revistas sus primeros relatos de humor. Desde el año pasado disponemos en español, por fin, de una selección de sus mejores historias publicadas en la revista New Yorker entre 1930 y 1976.
Cuentos sin plumas (Tusquets, 2009)
Tras las dos recomendaciones anteriores, la secuencia lógica es aterrizar en esta recopilación de los tres libros de relatos de Woody Allen. Aquí están las bromas iniciales sobre sus temas de siempre, la muerte, dios, la religión, el arte, los intelectuales. ¡Cómo son esas cartas de Van Gogh a su hermano Theo en Si los impresionistas hubieran sido dentistas! “Estos libros son las obras que más veces he leído en mi vida. Siguen siendo una fuente inagotable de carcajadas, que a veces despiertan a mi mujer violentamente en mitad de la noche”, Fernando Trueba.
El odio, fuente de vida y motor del mundo (Ediciones Martínez Roca, 2000)
Primero reflexiona sobre los peligros del campo de fútbol como espacio para el odio o sobre el nacionalismo como coartada para odiar a manos llenas, pero acto seguido Ramón de España ejerce también su propio derecho a odiar y hace entonces desfilar por este libro a una galería de personajes conocidos que por distintos motivos merecen su aversión más sincera aunque sea solo por un par de minutos al día. Aviso: abstenerse fans con poco sentido del humor de Abba, Pedro J. Ramírez, Bruce Springsteen, Robin Williams, Tom Hanks, Emilio Aragón o Ken Loach.
Chap chap (Blackie Books, 2015)
Similar espíritu festivo, gamberro y provocador que el anterior gasta Kiko Amat en su faceta de periodista cultural, escribiendo siempre en primerísima persona, con sus filias desatadas y sus fobias ofensivas, y abundantes referencias a su mujer y sus dos hijos, los tres pelirrojos, a los que unas veces califica de zanahorias y otras de sospechosos del IRA. La carcajada puede llegar leyendo el relato de su vasectomía, que le obliga a desplazarse por la ciudad “como un Lucky Luke con ladillas”; o cuando enumera las 10 cosas que no puede hacer desde que tiene hijos (“cagar en paz” es una de ellas; “sufrir atroces resacas” es otra); o cuando defiende el abuso del alcohol como filosofía de vida y ataca a “sus detractores y otras alimañas de secano”.
Los millones (Blackie Books, 2010)
Marzo de 1986. A uno del GRAPO le tocan doscientos millones de pesetas en la Lotería Primitiva. No puede cobrar el premio porque no tiene DNI. Así resumían en la contraportada la primera novela de Santiago Lorenzo, digno heredero del mejor Rafael Azcona y de Jardiel Poncela en este retrato de Francisco, un infeliz que se muere literalmente de hambre y que hace méritos con escaso éxito para ser terrorista.
El novio del mundo (Fundación José Manuel Lara, 2018)
Con esta loquísima ficción, Felipe Benítez Reyes no solo crea uno de los grandes personajes literarios de las últimas décadas; también uno de los más cachondos: Walter Arias. Baste mencionar cómo recuerda el autor uno de los detonantes de la creación del personaje para hacerse una idea del sistema de ideas que gobierna la mente de Walter. “Me presentaron a un pájaro de la noche madrileña, actor a tiempo parcial, tarambana a tiempo completo y creo recordar que algo así como relaciones públicas de una discoteca por entonces de moda; bien, aquel joven se quejó de su alopecia creciente y me ofreció su diagnóstico científico: ‘Creo que estoy quedándome calvo de tanto comer coños. Estoy convencido de que los coños sueltan un líquido que quema el pelo’”.
¿Dónde vamos a bailar esta noche? (Círculo de tiza, 2017)
En esta miscelánea de textos autobiográficos donde abundan los recuerdos de amigos, cromos de fútbol y ciudades, Javier Aznar describe una cita en Madrid con una joven extranjera que nada tiene que envidiar en su aire de pesadilla a la gran comedia de Scorsese ¡Jo, qué noche! Una joyita –la chavala y la crónica– de un libro que tiene unas cuantas.