Qué gran acierto y qué puntería, como suele pasar con los amigos, a veces te sorprenden destapando (antes que tú mismo) tus deseos más ocultos. Nunca busqué unas entradas para un concierto de Beirut pero, después de ese regalo, no podía dejar de pensar en otra cosa que en verlos en directo.
Hacía mucho, demasiado, que la canción Guyanas Sonora había irrumpido en mi vida para dejarme enamorada de la voz de Zach Condon.
Fue concretamente en el verano chileno de 2014 cuando mis pedaleos por Santiago trataban de liberarme de los cambios mientras ponía mi clásico botón repeat y subía al máximo el volumen de mis auriculares.
Sería exagerar, pero fue esa voz la que me ayudó a disfrutar de la ciudad en un momento vital de rompimiento y transición. Puede (incluso) que esto no sea una exageración en absoluto.
Es así que Beirut para mí no sólo era un grupo con un cantante de voz envolvente, sino también un cúmulo de recuerdos que me teletransportaban a un momento de mi vida tan lejano como presente, tan dramático como irreverente. Echo de menos también encontrar en esa canción el consuelo o la guarida que nadie podía darme.
Me montaba en mi bicicleta con rumbo a ninguna parte, enchufaba el teléfono, me asegurada las repeticiones hasta el infinito y el camino tomaba forma con cada repetición, con cada paisaje teñido, de eso, de Guyanas Sonora. Tan feliz me hizo Beirut en esas semanas como perdida estaba mientras trataba de mirar al frente.
Feliz no cumpleaños
Mi recuerdo del día D, el del concierto previsto para el pasado 3 de julio en Madrid, fue sin embargo bien distinto a lo que me imaginaba. Mientras me veía volando entre el público y regresando a Chile y a ese verano de 2014, bajé de la nube para encontrarme con un grupo (telonero) brasileño eterno que estuvo haciendo como que se iba durante casi una hora y media. Colmaba los nervios de cualquiera.
La llegada de Beirut estaba empezando a crear tanta expectación como desconcierto. ¿Quién comienza un concierto cuando el público lleva esperando casi dos horas? Las energías se han agotado. Hace calor y la noche es maravillosa, pero ¿realmente era necesario hacernos esperar tanto?
Finalmente mis dudas con un matiz de impaciencia tuvieron respuesta, ya que cuando la cantante telonera, que más bien parecía una hechicera moviendo su larga melena morena a ritmo de samba (zumba, rumba, como sea), finalmente se dignó a abandonar el escenario junto a su banda multitudinaria, la organización del festival leyó algo llamado comunicado oficial.
Esto me evocó las lecturas a la puerta de palacio o en la plaza del pueblo cuando avisaban del nacimiento de un heredero, de una declaración de guerra o de la visita de una gran personalidad…
En esta ocasión la lectura decía que por indisposición del cantante (faringitis aguda para ser más exactos), comunicada hacía tan sólo unos minutos, el tan esperado concierto, después de dos horas de espera, tres tintos de verano y varios saltos entre la masa sin demasiadas ganas para calentar motores, debía ser cancelado.
Me sorprendió que no hubiera queja ni abucheo alguno, puede que la gran mayoría de los asistentes efectivamente hubiera agotado sus fuerzas con el telonero o que el calor simplemente los hubiera paralizado. ¿O les daría igual que nos hubiéramos quedado sin concierto? ¿Sin ver a Beirut?
Consumiciones hechas, disgusto aparte, los Jardines del Botánico nos regalaban un año más una noche maravillosa y mis ganas de escuchar en directo Guyanas Sonora fueron tan grandes que puede que ni siquiera fuera necesario verles tocar el tema sobre el escenario. Viva Spotify.
Quizás sea lo más bonito de los deseos, descubiertos por ti mismo o por unos amigos observadores, que una vez que pareces verlos cumplidos dejas de necesitarlos.
Hoy aseguro que también es un día de Guyanas Sonora y que, en mitad de este desconcierto, vuelvo a encontrar en el botón repeat mi mejor medicina.