-No, lloro de pena.
-¿Pena en el cielo?… Aquí no hay pena. Las penas se quedaron en la tierra. Has sido buena y aquí tienes el premio: la felicidad por los siglos de los siglos.
-Lo sé, pero no puedo ser feliz.
-¿Por qué? Estás donde los elegidos, disfrutando de la eterna presencia del Padre Eterno.
-No puedo ser feliz sabiendo que mi hijo se quema eternamente en el infierno. Solo si estuviera aquí, a mi lado, disfrutando conmigo de esta felicidad, podría ser feliz.
-Pero eso no es posible. Dios es un juez justo y severo y da a cada uno lo que se merece: a ti el cielo, por tu bondad y tus buenas obras, y a tu hijo el infierno, por sus malas acciones y por su rebeldía.
-¿Y puede ser feliz el Padre Eterno sabiendo que muchos de sus hijos, millones, miles de millones, legiones, penan eternamente? Porque yo soy madre y no puedo ser feliz si alguno de los míos sufre.
-Si fueras Dios tendrías que acostumbrarte.
-Pero no soy Dios, y el sufrimiento de uno solo de mis hijos me duele más que si fuera propio.
-También a Dios le duele, pero además de Padre es juez.
-Yo a mis hijos puedo llegar a juzgarlos, a reprenderlos, a decirles eso no está bien, pero jamás a condenarlos. Porque nadie, o casi nadie, solo los sádicos y los psicópatas, que al fin y al cabo son enfermos, es malo porque sí. Cada uno es como puede, como lo ha hecho la vida o como ha sido creado, que también en eso Dios tendrá su responsabilidad y su culpa. Por muy malo que fuera alguno de mis hijos, trataría de llevarlo al buen camino, pero jamás lo condenaría. Y menos a un castigo sin remisión posible, a una condena eterna.
-Dios sabe mejor que tú, mujer, lo que a cada uno le conviene y lo que se merece. A veces, lo que conviene es el castigo y el sufrimiento para mejorar.
-¿Qué mejora puede tener el que ya está condenado para siempre?
-Tuvo ocasión de mejorar en vida. Para eso se vive.
-No creo que nadie pueda hacer nada tan grave como para merecerse el fuego eterno del infierno. No hay pecado que se merezca semejante castigo.
-Si no existiera el castigo, la maldad reinaría. El infierno es un castigo ejemplar y disuasorio.
-La maldad reina desgraciadamente con castigo y sin castigo. ¿Evita la pena de muerte que haya asesinos? ¡No! ¿Evita el miedo al infierno que haya pecadores? ¡No! El castigo no evita el delito ni el pecado. Lo que puedo evitarlos es eliminar las circunstancias y las causas que obligan a pecar y a delinquir.
-No es verdad. En el Paraíso Terrenal todo era perfecto. No había nada que obligara a Adán y Eva a pecar, y pecaron.
-Sí había algo, estaba la serpiente, puesta precisamente por Dios para tentarlos. Pero, además, ¿qué pecado es querer saber, querer conocer, comer la fruta prohibida del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal? ¿Acaso ese deseo de saber, esa curiosidad no estaba en el alma de nuestros primeros padres porque lo había sembrado Dios?
-Su pecado fue desobedecer.
-¿Tan grave es desobedecer como para que no solo te arrojen del Edén, sino que además toda tu descendencia, la humanidad entera, nazca con el pecado original? ¿No es mucho castigo para tan poco delito?
-Calla, mujer, te estás jugando el cielo por tu hijo.
-Es que para mí no hay cielo sin mi hijo. Lo que no entiendo es cómo Dios, conociendo la condición humana, que para eso nos creó, podía imaginar que alguien pudiera ser feliz, por mucho cielo y mucha Divina Presencia, sabiendo que los suyos sufren. La felicidad no es solo la felicidad de uno o de una, es también la felicidad de los que ama. La mayor felicidad es la felicidad de ver felices a los tuyos y el mayor dolor es el dolor de verlos sufrir. No está bien pensado esto del cielo porque nadie, ni Dios, me puede dar la felicidad plena si no se la da también a los que amo.
-Son las reglas.
-Lo siento, pero con estas reglas no puedo ser feliz aquí.
-Solo aquí se puede ser feliz. En el infierno no hay felicidad, solo dolor y sufrimiento, llanto y crujir de dientes.
-Aquí tampoco hay felicidad para mí. Me falta lo que ha sido la gran razón de mi vida: mi hijo. He luchado durante toda mi existencia para verlo feliz, y no me voy a resignar ahora a saber que está condenado mientras yo gozo de la divina presencia del Padre. Porque no, no puedo amar a un Padre que condena a mi hijo al fuego eterno. No puedo amar a un Padre que parece que odia a sus hijos, que los arroja del paraíso si lo desobedecen, que los extermina con un diluvio si no le agradan sus actos, que los fulmina con una lluvia de fuego, como a los habitantes de Sodoma y Gomorra, si no le gustan sus inclinaciones… ¿Dónde está la supuesta bondad de Dios? ¿Por qué tanto castigo, tanto infierno en la tierra y en el más allá? ¿Por qué, si nos ama, parece que nos odia a muerte? ¿Se puede imaginar algo peor que el castigo eterno, la cadena perpetua sin remisión ni fin?
-¿Piensas realmente esas blasfemias o las dices solo para provocar que te arrojemos al infierno con tu hijo? Porque sabes que blasfemar es el peor pecado.
-No lo pensaba, creía que Dios era amor, que era bondad… Pero ahora sí lo pienso. A un hijo no se le castiga con el fuego eterno por muy malo que haya sido.
-Qué sabrás tú, mujer.
-¿A qué clase de padre se le ocurre que un padre, y mucho menos una madre, puede ser feliz si sus hijos no son felices?
-No exageres con la paternidad o la maternidad. El infierno está lleno de padres crueles, maltratadores, abusadores, y de malas madres que abandonaron a sus hijos, que los vendieron o que incluso los tiraron a la basura siendo bebés. Por exceso de amor o por defecto, a la postre, los padres son los que más daño acaban haciendo a sus hijos.
-Lo sé. Hay padres y madres monstruosos, pero eso no es ser padre ni madre. Ser padres es amar y proteger a los hijos, dar la vida por ellos, si hace falta. ¿Qué padre de verdad, digno del nombre, crea una prole para luego desentenderse de ella, no hablarle, no escucharla…? ¿Qué padre de verdad abandona a sus hijos a su suerte?
-Dios no los abandona.
-Pues lo parece. No se le ve, no se le oye, no acude cuando se le necesita, no responde cuando se le habla…
-Empiezo a sentir que nos hemos equivocado contigo, mujer. El amor salva y fue precisamente el gran amor a tu hijo y todo lo bueno que hiciste por él, lo que te sacrificaste, lo que te trajo aquí. Pero el amor también condena. El primer mandamiento de la ley de Dios es amar a Dios sobre todas las cosas, y veo que tú amas a tu hijo más que a Dios.
-Si no fuera así, si no amara a mi hijo sobre todas las cosas, no tendría ningún valor amar a Dios. Porque si una madre no ama a su hijo, ¿de qué sirve que ame a Dios?
-Bien… Te ofrezco una última oportunidad. Olvidamos esta charla, borramos lo dicho y sigues con nosotros, ¿te parece?
-No, porque lo seguiría pensando y sintiendo. Y, sobre todo, seguiría siendo incapaz de ser feliz, rodeada de tanta felicidad, sin mi hijo. Prefiero el fuego del infierno con él a la felicidad del cielo sin él.
-Que así sea, tú lo has decidido.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Amor de madre más allá de la muerte, trigésimo quinto cuento seleccionado.
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