Atravesada desde el minuto uno por una ironía insólita, el trabajo del dúo ganador integrado por Nao Albet y Marcel Borràs, fenómeno de la cartelera teatral de hace un año, ha vuelto a los Teatros del Canal para rescatar de ultratumba el mito de Mammón, utilizado en el Nuevo Testamento para describir la abundancia y la avaricia material.

Es así como la historia va mutando y haciéndose a sí misma, desvelando los entresijos del viaje hacia el vicio y la corrupción emprendido por un Borràs y Albet haciendo de sí mismos para conseguir el dinero para realizar la supuesta obra de Mammón. Su aventura les lleva a Las Vegas, esa tierra de dinero y oportunidades, donde se les ofrecerán los secretos para crear un cóctel con ingredientes peligrosos (drogas, juego, prostitutas, etc.) pero muy efectivos para conseguir financiación.

En esa burbuja sagrada se nos hace viajar en el tiempo de la mano de unos brillantes Ricardo Gómez e Irene Escolar, que se ponen en la piel de los narradores de esta historia de locos y de variopintos personajes entre los que están un mafioso mexicano o una camarera china.

La narración va combinando un relato que engancha a fuego lento, casi al mismo tiempo que va perdiendo el norte y va combinando recursos llenos de brillantina, como los cameos inesperados de Eduard Fernández o Carmen Machi, grabaciones de la escena en directo o la proyección de diapositivas que confunden pero hacen pensar en un socorrido: “Hay que querer a ‘Mammón’ tal y como es”.

Este cajón de sastre llamado teatro ha permitido que dos dramaturgos tan prometedores encuentren una forma eficaz y potente de dar un grito deshinibido que rompe barreras, despierta al público y construye un relato claro con un fondo existencialista: las barreras y las ambiciones que corrompen la naturaleza, ya de por sí perturbable, del ser humano.

Una combinación perfecta y desmedida a lo Tarantino, hermanos Coen o El Gran Lebowsky, y con una mención estratosférica a la guerra de Siria (¿y por qué no?), y una salida y entrada de la narración a través de un inteligente juego de luces que transforman la mierda en oro, el talento en aplausos, el rechazo en ganas de querer.