De vez en cuando cruzaba una persona, o aparecía un perro merodeando, o un niño con una pelota; o una mujer colgaba ropa en una cuerda atada en su ventana, y abajo en el estacionamiento alguien se montaba en su auto, lo encendía y arrancaba.

De pronto apareció un hombre en silla de ruedas, y una pareja tomada de las manos cruzó el estacionamiento frente a mi ventana, en el tercer piso. El niño que va con la pelota se la lanza a otro niño, que la ataja y se va con ella al gran terraplén, mientras el otro niño lo sigue.

La brisa sopla más fuerte y se lleva consigo una camisa roja de la cuerda de la ventana de la mujer que cuelga la ropa y la eleva por los aires. La camisa roja vuela lejos y después cae sobre el piso del estacionamiento, donde es divisada por el perro, que la huele un rato y luego sigue de largo.

Hasta ahora no ha ocurrido nada digno de una historia. Tampoco se me ocurren otras ideas. El paisaje no tiene nada de especial, es un paisaje monótono, más bien aburrido. Los personajes no hacen nada que llame la atención. No llega por ninguna parte una idea para una historia. Busco dentro de mi cabeza, en mis recuerdos, aguardo algún dictado de la imaginación, cualquier señal para avanzar.

Nada surge.

Nada aflora.

Incluso, los personajes de afuera han desaparecido de repente. No hay nadie, ni siquiera autos o animales. Sólo viento, sol, nubes, cielo, edificios. Y un calor enorme.

De súbito aparece un pájaro negro y se posa en uno de los cables de luz. Es un tordo enorme, que emite varios graznidos, y se va volando. Es acaso la única presencia misteriosa o poética en todo este espacio. Quizá es el cuervo que se escapó por un momento del poema de Poe, pienso. El cielo se aclara y las nubes se ven más blancas, casi con aureolas. El sol se pone más fuerte, quemante, y provoca un sopor inmenso. Un calor que reduce aún más las ideas, ahora hay menos posibilidad de que surja una para un cuento, ni siquiera para una crónica, para una narración simple.

Abandoné el proyecto de escribir esta tarde. Coloqué la libreta en el escritorio perfectamente vacía. Me puse a hojear un viejo periódico, pasé con desgano las aburridas noticias de siempre. Vi los libros en la biblioteca, contentivos de cientos de historias escritas por los más diversos autores. Tomé uno al azar e intenté leerlo, pero la frustración pudo más y lo devolví a su lugar. Después me vine al cuarto a mirar la televisión, más aburrida aún, con sus programas serializados y repetitivos.

Necesito a toda costa una historia mía, propia, incluso pensé en producirme las ideas por medio del ron o del vino, oyendo música y encendiendo un cigarrillo, en alguna parte debía estar la historia, escondida en las raíces de mi cerebro o allá afuera en algún pliegue de la realidad. Cómo era posible que con tantas experiencias y tantas anécdotas que me habían referido, no fuera yo capaz de urdir una historia. En qué estado de abulia me encontraba que no era capaz de tejer, con unas simples palabras, una narración interesante. Pensé que había llegado a mi fin como escritor.

Pensé muchas cosas: que mi imaginación estaba bloqueada, mi voluntad había llegado a su punto crítico o me estaba pareciendo a un ser de mente vegetativa, o había perdido interés por la vida, o llegado a mi limite como ficcionador. Todo ello era posible.

Lo peor de todo era que sí estaba ocurriendo algo. Dentro de cada uno de esos departamentos se desenvuelven las historias más sutiles o más siniestras, más hermosas o sórdidas. Dentro de cada uno de aquellos espacios había niños, ancianos, mujeres y hombres haciendo el amor, comiendo, discutiendo, haciendo proyectos. Se comunicaban entre ellos las cosas más elementales pero también las más insospechadas. Incluso cabría robarme una idea para explotarla como mía, pero eso no me lo podía permitir. Podía incluso tejer una historia con los personajes que habían aparecido en escena esa tarde. Por ejemplo, los dos jóvenes enamorados se dirigen hacia otro edificio del mismo conjunto residencial, a encontrarse con otra pareja para tener allí una celebración; comienzan a beber en exceso y uno de los hombres se propasa con la mujer del otro y ésta se lo reclama, lo cual origina una reacción violenta por parte de su pareja, quien le propina un fuerte puñetazo que lo derriba; al caer se lleva por delante una mesa de vidrio que termina partiéndose en pedazos y hiere en la cara a su propia mujer; el niño que va con la pelota es el hijo de ambos y va para la casa de un amigo suyo del vecindario a jugar, pero al llegar al estacionamiento lo está esperando un chico mayor que él, un chico cruel que le quita la pelota y sale huyendo, lo cual origina el llanto del niño y el reclamo de su pelota a otro hombre en el edificio, un hombre que es el dueño del perro que ha olido la camisa roja y va con el perro a buscar la pelota del niño, y cuando cruza la calle viene un automóvil a toda velocidad que atropella al perro y lo deja tendido, aplastado, sangriento.

O la mujer a quien se le ha volado la camisa roja se apura a recogerla, y cuando va urgida a recogerla bajando muy rápido por las escaleras, pierde pie y cae por ellas hasta fracturarse el tobillo. Una vecina la ayuda, la lleva a su casa, le da unos calmantes y le aplica una crema para la hinchazón, mientras la camisa sigue arrastrada por el viento hasta la avenida, donde viene por casualidad pasando un obrero que la recoge y ve que puede servirle, y como nadie lo está viendo en ese momento la recoge y se la lleva, se monta rápido en un bus que va pasando y se la lleva a su casa, y en su casa su mujer le pregunta dónde ha comprado una camisa tan bonita.

Pero todas estas son historias forzadas, historias que no tienen ningún interés humano real, y por tanto, inútiles.

En cada departamento ocurre algo menos en el mío, ocupado por un ser contemplativo sin capacidad de contar algo distinto, algo propio, sin otro personaje que yo mismo.

Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.

El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Como este Idea para un cuento, sexagésimo octavo cuento seleccionado.

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