Hay mucha ciencia que aprender en blogs, documentales, programas de radio y televisión, secciones de periódicos y medios especializados, pero también en libros; en libros apasionantes que pueden ser tan adictivos y estar tan bien escritos como las mejores novelas. Eso mismo nos dijo precisamente una novelista como Rosa Montero cuando participó en el proyecto #LaCienciaNoMuerde de la Fundación Lilly. La autora de La ridícula idea de no volver a verte, una muy original aproximación a Marie Curie, nos recomendó algunas joyas de su biblioteca como ese clásico de la divulgación, seguramente la mejor puerta de entrada posible al género, que es Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson, o los alucinantes ensayos del neurocientífico David Eagleman (El cerebro, Incógnito).
Sin salir del ámbito cerebral, no hay biblioteca científica que se precie que no tenga alguna colección de historias clínicas de Oliver Sacks. Puede ser Un antropólogo en marte o El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. El célebre neurólogo, que falleció de un tumor hepático hace cinco años a la edad de 82, escribió abiertamente sobre su enfermedad.
Ahora bien, si hay que leer un libro sobre el modo en que la ciencia va cercando las mil caras del cáncer, ese debe ser El emperador de todos los males de Siddhartha Mukherjee, oncólogo y premio Pulitzer, autor superdotado para divulgar complejidades biomédicas; ahí está también su historia de El gen para demostrarlo.
Lo cierto es que en estos últimos años hemos tenido la suerte de que nos contaran historias tan asombrosas como increíblemente reales que dan cuenta de cómo la ciencia y la tecnología han revolucionado la cirugía. Sirvan de ejemplos los dos libros (Ante todo no hagas daño y Confesiones) del neurocirujano Henry Marsh o la biografía de Joseph Lister (De matasanos a cirujanos, de Lindsey Fitzharris), sin duda uno de los tipos que cambió la historia de la medicina al meter el microscopio en su maleta llena de sierras y pinzas, y acabar entendiendo así cómo no hay intervención quirúrgica que merezca la pena si pasamos por alto los gérmenes infecciosos siempre dispuestos a arruinar cualquier hazaña.
Hablando de biografías y memorias parece haber cierto consenso en unas cuantas absolutamente imprescindibles, empezando por las de tres gigantes, Charles Darwin (Autobiografía), Albert Einstein (Notas autobiográficas) y Santiago Ramón y Cajal (Recuerdos de mi vida), y pasando por el Elogio de la imperfección de Rita Levi-Montalcini y el ¿Está usted de broma Sr. Feynman?, de Richard Feynman.
En el caso de Darwin no está de más añadir su Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Embarcado en el Beagle, el autor de El origen de las especies nos enseñó que la pasión del conocimiento es también la pasión de la aventura. Hay también aventuras, terror y belleza en otra joya absoluta de la divulgación: La edad de los prodigios, de Richard Holmes, sobre el desarrollo común de la poesía y de la ciencia en el Romanticismo.
Antonio Muñoz Molina, que es ferviente lector de libros de ciencia, defiende de ellos su utilidad para ayudarnos a comprender y saber estar en el mundo. Ese mundo que nos rodea está hecho de materiales a los que apenas prestamos atención. Quien sí lo ha hecho y nos lo ha contado de manera deslumbrante es el especialista en este asunto, Mark Miodownik, en Cosas (y) materiales. La magia de los objetos que nos rodean; sus páginas son, desde luego, el camino más corto para estar un día en condiciones de responder a preguntas como por qué hay cristales que se rompen con un balón y otros que aguantan el impacto de una bala o por qué es tan difícil falsificar un billete de 50 euros.
Y si en lugar de mirar a nuestro alrededor, lo hacemos hacia arriba con ganas de entender lo que vemos, entonces es obligatoria la visita al Cosmos de Carl Sagan, cuya versión televisiva tantas vocaciones científicas despertó el siglo pasado.
En caso de querer adentrarnos en la naturaleza de la mano de grandes científicos podemos hacerlo con la bióloga Rachel Carson (Primavera silenciosa), el naturalista Edward O. Wilson (Medio planeta) o el profesor y aventurero Robert Sapolsky (Memorias de un primate ).
Los lectores de ciencia no carecen de curiosidad pero esta cualidad está más activa que nunca –y es una pena que se eche a perder con el tiempo– a partir de los cuatro o cinco años. Es el momento de aprender y reírse con ellos leyendo juntos el libro Papá. ¿dónde se enchufa el sol? de Antonio Martínez Ron, en el que éste responde a las preguntas reales de su hija (“¿Cuál es el número más grande que existe? ¿Por qué tengo el hueso del culo tan duro? ¿Y quién fabrica las olas?”).
Ya un poco más mayores llega, o puede llegar, un temor recurrente: el miedo a las matemáticas. Una posible vacuna puede ser leer a tiempo ¡Que las matemáticas te acompañen! de Clara Grimá, escrito para demostrar que quien las domina tiene el poder y que a todos nos gusta esta ciencia deductiva aunque no lo sepamos o pensemos lo contrario. Y una visión global y rigurosa, nada disuasoria, de los grandes hitos y sus responsables es ¡Viva la ciencia! de José Manuel Sánchez Ron e ilustrada por Antonio Mingote.
Sirvan estos 25 libros para iniciar una colección a los que ir sumando otras obras indispensables de Richard Dawkins (El gen egoísta, Destejiendo el arco iris), de Steven Pinker (La tabla rasa), Jared Diamond (Armas, gérmenes y acero), Stephen Jay Gould (La falsa medida del hombre) y un montón más, dispuestas a ser descubiertas por nuevos lectores.
– La vida, instrucciones de uso
– El arte de abrirte la cabeza
– Esos adorables cirujanos ingleses
– Sabe usted distinguir el aluminio del acero