[El escritor se instala como aprendiz de pastor para experimentar la forma de vida que su madre conoció de niña. Allí sobrevive en un refugio al cuidado de más de cuatrocientas ovejas. Pronto conoce a los habitantes de la zona y va impregnándose de sus diferentes maneras de entender el campo. Es entonces cuando decide afrontar un cambio aún mayor. Uno de verdad.
Escribe el autor: “Dime de qué hablas y te diré hacia dónde vas. Si tu boca pronuncia cigüeña, es posible que un día viajes para buscarla. Y no será pulsando una tecla. Viajarás de verdad. Si cuentas historias de águilas, un día el águila te sobrevuela. Si escuchas a un amigo imitando al grillo topo, deseas comprobar que no exagera su chillido. Y no sería raro que, después de la experiencia, contaras una historia a propósito. Será la historia de un cambio, porque las historias hablan de cambios. Lo que ahora importa es qué cambio queremos contar”.]
-“Dime de qué hablas y te diré hacia dónde vas”, escribe usted. ¿Hacia dónde vamos hoy en relación con el mundo que aborda en su novela?
Esa frase sugiere que cuando alguien repite un relato acaba haciéndolo realidad. El relato que nos hemos repetido hasta hace muy poco va de tecnología, superioridad del ser humano sobre la naturaleza, acumulación de dinero… España construyó su particular relato durante la Transición, asociando la ciudad con la libertad y el dinero; al pueblo, con la tristeza y el abandono. Lo hizo tan a fondo que incluso la gente del campo aceptó ese reparto de papeles, asumiendo que los espacios donde vivían eran tristes, vacíos, nada… Julio Llamazares reflejó muy bien esa realidad en La lluvia amarilla. La cuestión es que llevamos treinta años lamentando la situación del campo, con los urbanitas apuntalando el lamento desde el paternalismo, y muchos rurales menospreciando su propio paisaje sin complejos. La pandemia ha revelado hasta qué punto es importante el campo. Creo que es hora de mirar las posibilidades de esos espacios encarándolos en positivo. Si empoderamos al campo como se empodera a una persona algo puede cambiar. Ahí están para demostrarlo el movimiento feminista o el de los negros en Estados Unidos.
[A través de una experiencia radical, este libro despierta nuestra conciencia ambiental, nos conecta con aquellos que nos precedieron y nos ayuda a comprender nuestro presente para transformarlo en un estilo de vida más sencillo, en armonía con la naturaleza.]
–¿Hay vuelta atrás? ¿Estamos a tiempo de lograr esa mejor sintonía con el mundo que refleja Un cambio de verdad?
El deterioro del planeta ha sido enorme y vertiginoso. Los destrozos son colosales pero aún más preocupante es la dinámica: ¿cómo la cambias? En 2008, cuando parecía que el mundo empezaba a moverse para mejorar el medio ambiente, llegó la crisis. La primera acción del Gobierno español fue neutralizar el apoyo a las energías renovables. Siete años después, España le puso un impuesto al sol. Es un ejemplo doméstico que explica la inercia de buena parte del planeta. ¿Cómo reviertes eso? La única opción es creer que puedes hacerlo y actuar en consecuencia. Lo indispensable es tu acción individual, introducir cambios en tu vida. Y, a partir de ahí, asociarte con gente que comparta el propósito y presionar, presionar, presionar para que empresarios y gobiernos se vean obligados a cambiar el paradigma: que verbos como cuidar sustituyan a atacar; ralentizar a correr. Pero hay que actuar rápido. Ya.
–¿Estamos ante un libro de pura ficción?
Desgraciadamente no. La ficción es, repito, la que nos hemos estado contando: que podíamos esquilmar el planeta sin que eso tuviera consecuencias.
–¿Por qué acercarnos a este libro?
Aborda grandes palabras como naturaleza, madre, España… de un modo poco usual. Creo que, como otros que he escrito, es una invitación a descubrir las enormes posibilidades de lo alternativo, de lo que para muchos parece residual, incluso inútil. A contemplar la naturaleza al desnudo, ni desde la postal bucólica ni desde el lamento, sino presentándola con sus claroscuros, sus ambigüedades, su misterio y maravilla he intentado escribir sobre ella igual que escribiría sobre un personaje de novela, al completo. Creo en la poesía, considerando la poesía como una forma de estar en el mundo; y creo en liberar nuestra naturaleza animal, porque eso agudiza la intuición, que permite detectar peligros y prepararnos para enfrentarlos. Este libro también apuesta por la diversidad, y es un canto al valor del respeto y el amor.
–¿Con qué mensaje le gustaría que se quedase el lector?
El título sugiere dos ideas centrales: puedes hacer un primer cambio, desplazarte de un sitio a otro, y tener una experiencia quizá excitante que cuando vuelvas contarás en las cenas con colegas. Pero también puedes implicarte en el día a día, y entonces llega otro tipo de cambio que no es sólo físico: conoces gente, entras en otro pensamiento, actúas distinto. Te transformas, aunque esto lo verás después.
Mi experiencia tuvo que ver con dos rebaños. Empecé con uno de ovejas blancas. Ese fue el movimiento típico, estético, de urbanita con ganas de probar algo nuevo. El segundo llegó después de hacer amigos y sudar arreando ovejas y superar un invierno de lluvias interminables y, sobre todo, de descubrir un rebaño de ovejas negras criadas en ecológico. Esas ovejas me hicieron reflexionar aún más a fondo sobre qué estaba haciendo allí. Cada noche me acostaba a pocos metros de las blancas pensando en las negras, me sentía como una pareja infiel. Y entonces ocurrió algo… que es una idea central de la historia.
–Reivindica usted el valor de lo negro. De las ovejas negras…
Es muy significativo que las ovejas negras empezaran a ser eliminadas cuando se descubrió que su lana no podía teñirse. Así que en el origen de su arrinconamiento hay un interés comercial. Si no aportas rápidos y abundantes beneficios económicos eres malo. En la Siberia hay cigüeñas negras, mirlos, buitres negros, unos cielos nocturnos apasionantes, vacas y ovejas negras… una naturaleza oscura que deslumbra. ¿Por qué lo negro se asocia a lo malo? Mohamed Alí, el boxeador, ya se preguntó si a nadie le extrañaba que Tarzán fuera blanco. Nos han contado el cuento de que las ovejas blancas son las buenas, y resulta que hoy las representan individuos como Trump, Bolsonaro o Abascal. Las ovejas negras serían las que viven al margen de esa corriente, de forma, dicen algunos, alternativa. El resinero, la pastora, los apicultores, la quesera, los poetas… gente que ocupa lugares poco visibles pero que está viviendo de maneras que podrían sacarnos de atolladeros. Y el campo es un reino de ovejas negras. Estupendas.
–Lectura que apela a los sentidos…
Otro motivo por el que me instalé en el refugio fue para despertar sentidos que se estaban aletargando. Recientes estudios indican que tenemos al menos catorce sentidos y ocho inteligencias. Sin embargo, en la ciudad, a la naturaleza la conocemos básicamente de vista, el sentido que, junto al oído, es el que copa la vida sensorial urbana. La naturaleza, además de las manos, permite desarrollar todos los sentidos porque te expone, te sitúa en situación de vulnerabilidad, obligándote a estar pendiente de un universo en general ignoto. Nuevo. Eso multiplica tu intuición y, con ella, tu creatividad para solventar multitud de situaciones.
–Su escritura cada día transmite mayor elaboración. Cada palabra parece estar muy sopesada. ¿Es así?
Me alegra el comentario porque en este libro he intentado aumentar la fuerza poética para subrayar el valor de la palabra en esta realidad donde tanta gente con voz pública maltrata a las palabras, las tergiversa y corrompe. Esa gente es la misma que se ha esforzado por marginar a la cultura y la naturaleza del interés público, y por eso este libro, desde su propia estética, es una apuesta por mostrar la potencia de la naturaleza. Desde el arte también. El término artista ha sido devaluado en los últimos años. Por eso creo que es el momento de reivindicar a los artistas y lo que su imaginario ofrece a la comunidad.
–¿Qué y a quién lee Gabi Martínez?
Como decía, me nutre lo diverso. La visión directamente naturalista la he ido forjando con muchas lecturas anglosajonas, desde la formidable Annie Dillard a Barry López, Robert Macfarlane o Helen Macdonald… Los libros de viajes también han contribuido a depurar esa mirada, aunque mis devociones generales van desde Unamuno a Josep Pla o Jonathan Franzen, pasando por Antonio Tabucchi, Philip Roth, Foster Wallace, Rachel Cusk, Coetzee, Carrère… En perspectiva, para este libro han sido muy importantes autores de hace un siglo como el mismo Unamuno o Valle-Inclán, por su componente ético en un momento que guarda enormes paralelismos con el actual en lo que respecta a la decadencia moral y al surgimiento de unos autores que pretendían una cierta regeneración, entre otras cosas, contactando con la naturaleza.
Unamuno tiene páginas espléndidas de viajes y naturaleza. Son autores que cultivaron su espíritu crítico, y vienen ligados al pensamiento de Henry David Thoreau, el autor de Walden, el pionero en la literatura sobre naturaleza que también escribió sobre desobediencia civil. Un cambio de verdad desliza que la desobediencia es una opción. ¿Qué otra solución te queda cuando tus gobernantes son capaces de ponerle un impuesto al sol? En esa línea contestataria seguiría con Juan Goytisolo. Y, en la naturalista, Miguel Delibes. Estupendos literatos actuales con interés en lo natural son Jesús Carrasco o Irene Solà.
-Por favor, recomiéndenos tres libros en línea con el canto a la naturaleza que subyace en Un cambio de verdad.
Una temporada en Tinker Creek, de Annie Dillard; El fuego del fin del mundo, de Wendell Berry; Indian Creek, de Pete Fromm. Y añado H de halcón de Helen Macdonald. Y a otro español: ¿Para qué sirven las aves?, de Antonio Sandoval.