De mis 3.981 seguidores en Twitter hay uno que tiene la culpa de mi bloqueo mental. No le doy demasiada importancia a no haber publicado ningún libro en los últimos cuatro años y medio. Soy considerado un escritor de renombre, y eso conlleva un período de abandono de la literatura. Incluso puede darme caché cuando consiga salir de este laberinto y publicar de nuevo. «Rompe su silencio tras casi cinco años de sequía». Pero lo de que verdad me molesta es cómo he llegado hasta aquí.
Poco después de publicar mi último libro -20 relatos que giraban en torno a la figura del escritor- decidí apartarme voluntariamente de la literatura. Con Crema de arrugas, que así se llamaba mi último libro, había publicado cinco en los últimos siete años: dos libros de relatos en catalán, dos en castellano y una novela. Me sentía vacío, como si ya hubiera transformado toda mi vida en ficción.
A los pocos días me llamó uno de los mejores periódicos nacionales para que me convirtiera en una de sus firmas. Entre sus necesidades y mis aficiones, acordamos que escribiría tres artículos semanales: uno cultural, otro deportivo y el último sobre lo que me diera la gana. Con lo que me pagaban y lo que me iba llegando de los libros me daba para vivir, mientras me oxigenaba de la literatura y escribía sobre cosas que me gustaban.
Mis artículos eran compartidos en Twitter, la nueva vara de medir que tienen los editores de los periódicos. Decidí abrirme una cuenta solo para distribuir lo que escribía. La fama de mis publicaciones y los artículos en el diario me hacían sumar seguidores e interacciones cada día. Por la calle me hubiera atemorizado que 25 personas en un día quisieran ser mis amigos, o que otras 137 me hubieran dicho que les gustaba mucho mi artículo. Pero detrás del ordenador todo parecía mentira.
Me llegaban notificaciones con bastante frecuencia de nicknames y fotos que me parecían iguales. Nombres largos con números, selfies en el baño, admiración por deportistas, fotos en playas… de entre todos, solo recordaba a @Rubenblazquez26, supongo que por la reiteración. No había tuit mío que no replicara; igual que no había artículo escrito por mí que no recomendara. Incluso recuerdo uno que escribí en 25 minutos porque se me había olvidado enviarlo. Estaba de resaca y sin ideas, así que el artículo fue penoso. Solo tuvo un retuit: el de @Rubenblazquez26.
Esta es una historia que ha tenido muchos episodios, aunque si tuviera que elegir un momento disruptivo sería el día en que seguí en Twitter a @Rubenblazquez26. Me sentía en deuda con él después de recomendar aquella mierda de artículo. Qué mal podía hacer que yo le siguiera. No me arrepentí cuando me mandó un mensaje directo, a los pocos segundos de estar en contacto. Me dio las gracias como si yo fuera un mesías, me dijo que era una referencia y que había leído todos mis libros. Él era de Salamanca, pero aún así había leído mis dos libros en catalán. Hasta me responsabilizó de su dominio de esa lengua.
Durante unas semanas, no pasaba de ahí, así que todo seguía dentro de la normalidad. Seguía escribiéndome por mensaje privado, a veces para exagerar la alabanza hacia un artículo, o incluso en otras se atrevía a recomendarme alguna lectura. Fuera cual fuera su mensaje, yo tenía mi respuesta automatizada. «Gracias, Rubén». Ya había escrito la ‘G’ y la ‘r’ cuando vi que ni me felicitaba ni me recomendaba nada. Me pidió mi correo electrónico para enviarme algo que había escrito. Ese «algo», que fue literal, me produjo un escalofrío.
Se lo di con reticencias, creo que para no detener una trama que quería saber cómo acababa. Otro error. Me mandó cinco relatos. Los tres primeros estaba realmente bien, y los dos últimos eran simplemente perfectos. Solo tenían un fallo: parecía que estaban escritos por mí. @Rubenblazquez26 me había leído tanto que escribía como yo. Era un calco. Incluso había frases que juraría que había escrito yo, así que le di los consejos que me hubiera dado a mí mismo.
Estuvo tres meses sin escribirme. Retomó la conversación para decirme que una editorial iba a publicar su libro, que finalmente iba a constar de 11 relatos. La crítica lo recibió muy bien, incluso mejor que a mí en mi debut literario. Durante esos días me hicieron dos entrevistas en las que, sin saber muy bien por qué, acabé recomendando Crema de manos, el libro de @Rubenblazquez26.
Me escribió un nuevo mensaje para agradecerme las recomendaciones en las entrevistas. Percibí la emoción al otro lado de la pantalla cuando me decía que era muy importante para él, tratándose de un escritor novel, adquirir cierta fama a partir de alguien tan importante como yo. Acabó, como si fuera lo menos importante, diciéndome que el libro estaba en las librerías desde esa misma mañana. Me puse un pantalón de chándal y una chaqueta encima del pijama. Me chupé los dedos y me peiné en el espejo del ascensor. Fui a la librería más cercana, que no era a la que iba siempre. Se trataba de una emergencia.
Era una gran cadena de librerías, con los vendedores atildados con el mismo uniforme y los libros ordenados por número de ventas. Me repugnaba ese establecimiento, así que supuse que podría encontrar el libro de @Rubenblazquez26 sin problemas. Busqué en novedades, y ahí estaba, con un título muy parecido a mi último libro, y con un diseño prácticamente idéntico. Todo era más o menos como esperaba, menos el prólogo. Estaba escrito por mí. Yo tenía claro que no lo había escrito, por eso lo compré. Cogí el autobús para recorrer 150 metros y en el ascensor empecé a leer el prólogo. Era tan parecido a mi estilo, que ya no estaba seguro de que el prólogo no lo hubiera escrito yo.
Cuando @Rubenblazquez26 vino a Barcelona me pidió que fuera a la presentación. Era la primera vez que nos veíamos, aunque lo correcto sería decir que era lo primera vez que yo le veía a él. Me tenía estudiado. Mismo corte de pelo, mismas gafas, y lo que más molestó, misma chaqueta. A mí me la había regalado mi padre poco antes de morir. Aceptaba que copiara mi estilo, pero no mis recuerdos.
Después de tomarnos dos cervezas de forma amistosa, creo que esperaba que la noche continuara, y que incluso le ofreciera mi casa para dormir. Yo no le dije nada del prólogo, pero corté de raíz la noche que él imaginaba. Pagué lo mío, no dejé propina y me despedí sin fingir. Llegué a casa y me puse a escribir rematadamente mal a propósito. Eran historias sin pies ni cabeza, y me esforcé con todas mis fuerzas en que tuvieran un estilo penoso, sobrecargado, totalmente distinto a lo que había hecho hasta el momento. Iba a relato por día, así que en dos semanas ya tenía como para publicar un libro. Antes de ir a ninguna editorial, se los envié a él. Quería que me copiara esa basura.
Esperé durante dos días un correo de admiración y felicitación, pero nunca llegó. Me escribió otro, preguntándome si estaba bien o si, por el contrario, le estaba gastando una broma con los relatos que le había enviado. Me dijo que eran tan malos que eso no podía ser mío. Le noté preocupado, porque me adjuntó lo último que estaba escribiendo él, y me dijo, de forma sincera, que quizás podría servirme de inspiración.
Así que aquí estoy, escribiendo sin dormir, tratando de tumbar mi bloqueo mental con una novela que gira en torno a las herencias culturales. Los protagonistas son un escritor reconocido y otro novel, que le admira y le imita en todo hasta forzar la locura del escritor famoso. Tengo que acabarlo más rápido que él.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluyó el pasado 31 de mayo.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el Comité de Lectura selecciona los relatos finalistas de entre los recibidos antes del 31 de mayo, que se irán publicando en hoyesarte.com. Este es el caso de Crema de manos, nonagésimo séptimo cuento preseleccionado.
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