Consideraba ridículo pagar una cuenta y jamás firmó un contrato en el que la primera parte contratante de la segunda parte no fuera la segunda parte contratante de la primera parte. Pasaba el día en las carreras, la tarde en el circo, la noche en la ópera y la madrugada en el camarote de un hotel lleno de líos.
Nunca se preocupó por la posteridad. Cuando llegó a ella no se molestó en levantarse…, ni siquiera para morder a su perro, fumarse un puro o cambiar de principios. Hay que ponerse en su lugar. Él, para ponerse en el de los demás, escribió un libro capital, Groucho y yo, que dio origen al otro marxismo: el que considera que es preferible “hacer el amor y no la guerra” o, en su defecto, “hacer el humor y no pillar perras”. Para ver las cosas con claridad, lo mejor es ponerse sus gafas.
Harpo. Silencio es la palabra muda del Diccionario, pero puede resultar la más traviesa, sobre todo si se acompaña del arpa. Seguramente, en la mudabilidad que salía del forro de su gabardina está ese dónde las palabras fantasean, pero no mienten, porque la ficción no es más que la primera explicación de la realidad.
Chico era un pícaro con gorro, capaz de entender a Harpo, enredar a Groucho, embaucar a las chicas, desordenar a las personas de orden y timar a los timadores. Y todo ello lo realizaba con la facilidad con la que tocaba el piano. Era un pícaro de dedos tan alargados como sus palabras, tan finos como su oído. No necesitaba guantes blancos.
Gummo y Zeppo. Aunque se bajaron pronto de la revolución marxista, nunca dejaron de alimentarse con su sopa de ganso. Gummo fue el fantasma que no se presentó en la ópera, más que nada por hacerse el invisible, pero siguió averiguando por su cuenta el significado de la palabra humor. Zeppo fue durante un tiempo el galán de noche del grupo; luego, se pasó a la mecánica del corazón (una tercera vía entre la mecánica newtoniana y la cuántica) y diseñó un sistema para registrar el latido cardiaco de las personas que salían del cine después de haber visto una película de sus hermanos mayores, sin saber todavía si creerlos a ellos o a sus propios ojos.
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