Los cuadros de Duclós construyen con objetos ordinarios, recintos cotidianos y enclaves naturales espacios donde es posible vivir, habitar. Más allá de su cuidada elaboración formal y de su indudable atractivo, el valor de sus bodegones, ventanas, jardines y paisajes radica en que son fragmentos de mundos posibles porque impulsan a la memoria y a la imaginación del espectador a recuperar, recorrer y aun reconstruir rasgos familiares pero perdidos de su propia experiencia.
Perteneciente a la generación que en la Sevilla de los años cincuenta buscaba un arte distinto, en las obras de Duclós hay varias miradas. En palabras de los comisarios de la muestra, Juan Bosco Díaz de Urmeneta y Juan Antonio Álvarez Reyes, su mirada no es una cámara que se limita a registrar, insensible, cuanto cruza ante ella. Cargados de afecto y formados en la palabra, el recuerdo y el gesto, los ojos buscan y exploran, pero sobre todo encuentran. Pueden tropezar a veces con cosas nuevas pero también, con frecuencia, los sorprenden otras, olvidadas, extraviadas, perdidas en la memoria.
En esta exposición, la ventana sirve de nexo entre sus distintas partes. La ventana desde el interior hacia el exterior se abre hacia al jardín y al paisaje, por un lado, y por otro, su visión desde el exterior adelanta la temática más conocida y apreciada de la artista: los bodegones. Para Díaz de Urmeneta, “el arte del bodegón comienza cuando los objetos pierden su carácter instrumental. En Duclós, los objetos brillan por su sencillez, aún cuando en alguno pueda detectarse la calidad de la porcelana o el brillo de algún metal, lo decisivo de esos objetos consiste en que se ha convivido y se convive con ellos: son mobiliario de la vida ordinaria. Poseen el sello de lo cotidiano”.
Con esta muestra, el CAAC continúa con una de sus líneas de trabajo, las retrospectivas de grandes artistas andaluces, como ya hizo en el caso de Guillermo Pérez Villalta, Carmen Laffón, Gerardo Delgado o Luis Gordillo, entre otros.
Diálogo con la pintura
Teresa Duclós ha vivido desde su infancia rodeada de pintura. Su padre era amigo de varios pintores, como Gustavo Bacarisas, que influyeron en su obra. En 1949 inició sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Sevilla y luego en la Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Hizo sus primeras exposiciones individuales en 1962, en el Club la Rábida y en la Galería Céspedes de Córdoba, entonces una de las más solventes del país. Formó parte de la muestra Diez pintores sevillanos y el escultor Nicomedes, una llamada de atención a la ciudad sobre la existencia de un arte distinto, y poco después, con Carmen Laffón, Enrique Roldán y Pepe Soto, impulsó la Galería La Pasarela, donde expuso en 1967. En 1972 formó parte de los Nueve pintores sevillanos que Juana de Aizpuru mostró en Sevilla e hizo itinerar por Madrid, Valencia y Barcelona. Tras unos años dedicada a la enseñanza, en 1982 se incorporó a la Galería Biosca y permaneció en ella hasta su cierre en 1996. Posteriormente ha expuesto su trabajo en Leandro Navarro (Madrid) y Rafael Ortiz (Sevilla). Su biografía podría definirse como un sostenido y silencioso diálogo con la pintura.