Muñoz trazó en su discurso un itinerario biográfico a partir de los hitos por los que ha discurrido su trayectoria y las respuestas dadas a los estímulos que han ido construyendo su proceso de creación. Dicho de otro modo, relató su evolución a través de un viaje intelectual por distintas experiencias y escenarios. Fruto de esa suma de vivencias personales, su obra se articula en torno a parámetros de identidad bien definidos, como el interés por los objetos astronómicos y los cuerpos celestes, la pulsión a la ingravidez, la apariencia de fragilidad, el sometimiento del rigor interpretativo a la poética de las formas, la predilección por el proceso físico y por el comportamiento de la materia frente al concepto prestablecido y, especialmente, la conciencia de la capacidad estructural de la luz.

La contemplación del cielo en las noches de su infancia iba a ser revelada con el tiempo como una señal premonitoria de un propósito no casual. Luego, esa observación se hizo más reflexiva, dio un sentido a la búsqueda de significados, hasta el punto de que la astronomía le hizo comprender la insignificancia y precariedad del ser humano en relación con la magnitud del cosmos: “Me dediqué a construir esculturas orientadas a distintos puntos de la bóveda celeste. Eran estructuras por donde penetraba puntualmente la luz del sol durante su recorrido aparente por el hemisferio norte. Otras apuntaban a distintas alturas sobre el horizonte para así jugar con sus proyectadas sombras deslizantes”.

Siempre la luz

Un hecho singular en su desarrollo escultórico es que, en casi todas las fases de su trayectoria, muchas de las soluciones le llegaron experimentando con las posibilidades del arte gráfico expandido. Fue, por ejemplo, cuestionándose la multiplicidad o la bidimensionalidad de la estampa, dos de las cualidades más genuinas del medio, como se planteó incorporar finas varillas para dotar de relieve al soporte de papel, transgrediendo, en definitiva, mediante recursos gráficos el dominio de la escultura y diluyendo los límites entre ambos géneros. Varillas arqueadas, por cierto, que evocaban el movimiento orbital y que pondrían de manifiesto la complicidad de sus planteamientos estéticos con la línea curva y con la superficie ondulada. Entrelazamientos de un enjambre de curvas que también reclamaban un efecto de ingrávida tensión espacial y de permeabilidad lumínica. Siempre la luz. No es accidental la elección del título de su discurso, porque la materia oscura modela el objeto que se percibe, “las formas visibles en el espacio se organizan por otras formas invisibles”.

Blanca Muñoz reconoce que las cualidades del acero inoxidable la fascinan y que éste se ha convertido en su material de trabajo por antonomasia. Y lo es por su capacidad reflexiva, por su condición de portador y proyector de luz: “Ese afán por atrapar la luz, por materializarla, por construirla, me llevó a utilizar todo tipo de metales que previamente pulía o matizaba potenciando así su brillo y luminosidad. La exigencia material en lograr mejor calidad fue acercándome indefectiblemente hasta dar con el acero inoxidable. El acero absorbe cuanto le rodea y se impregna de la atmósfera dominante adaptándose por consiguiente a su entorno de manera casi natural, se apropia del lugar y potencia además toda su luminosidad”.

Juan Bordes, en su contestación y desde su horizonte de escultor, confesó reconocerse en el mismo ideario artístico de Muñoz, aunque desarrollado de otra manera. A partir de esas aproximaciones auguró que “también tendremos en el seno de la Academia otros debates enriquecedores de desacuerdos, pues nada envejece más que las certezas, y yo prefiero la inestabilidad de las dudas”.

Biografía

Blanca Muñoz se licenció en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. En 1989 continuó su formación en la Calcografia Nazionale del Istituto Centrale per la Grafica de Roma, con beca del Gobierno italiano. Prolongó su estancia en Italia becada durante dos años por la Academia Española de Historia, Arqueología y Bellas Artes. De esa época datan sus primeras propuestas a partir de grabados en chapa, atraída por las posibilidades poéticas del espacio y la luz, en las que exploraba las relaciones sintácticas entre la escultura y el arte gráfico.

Establecida durante dos años en México continuó expandiendo los límites de la estampa. Su cada vez más sólida trayectoria en el campo del arte gráfico condujo al reconocimiento de su obra en los principales certámenes y premios de grabado en España: “José de Ribera” (Valencia, 1991), “Carmen Arozena” (Madrid y La Palma, 1992), “Luis Caruncho” (Premios del Museo del Grabado Español Contemporáneo, Marbella, 1994), “Máximo Ramos” (El Ferrol, 1995), hasta alcanzar en 1999 el Premio Nacional de Grabado, otorgado por la Calcografía Nacional, y en 2002, el Premio Villa de Madrid “Lucio Muñoz”.

Un hito en su producción escultórica lo marcó la exposición de esculturas al aire libre en la Fundación Olivar de Castillejo (Madrid), que le permitiría estudiar las transformaciones espaciales de las formas físicas en su relación con la luz natural. A partir de ese momento alternó exposiciones de arte gráfico y escultura. La exploración de los volúmenes tuvo continuidad en el diseño de joyas, aplicando sus conceptos escultóricos con reducción en la escala y adaptándolos a las formas corporales. En 2010 expuso sus diseños de joyería en Grassy (Madrid).

Especial significación merecen sus intervenciones en espacios públicos, donde el equilibrio entre los materiales empleados y un preciso valor cromático consiguen una perfecta adaptación de las esculturas tanto al entorno urbano como al paisajístico. La luz transfiere a sus esculturas una genuina sensación de ligereza. Sus volúmenes flotan en el espacio, manteniendo el sentido poético de la escala frente a la realidad objetiva del tamaño, ya se trate de esculturas, de joyas o de estampas en tres dimensiones.