La muestra, comisariada por Lola Durán Úcar, incluye 78 grabados de tres series de su última etapa artística: Du cubisme, Les Illuminations y Cirque, y se complementa con la proyección de Ballet mécanique, una película de cine experimental que dirigió en 1924. A través de ellas, el recorrido se centra en esa búsqueda de un nuevo orden plástico acorde con unos nuevos tiempos.
Originario de Argentan, un pequeño pueblo francés, Léger vivió un tiempo marcado por los cambios tecnológicos, por las máquinas, las ciudades y las guerras. Pronto comprendió que el mundo había cambiado y asumió el reto de tornar ese caos de la vida moderna en belleza.
Tiempos nuevos
Él, que procede de la tradición impresionista, llega en 1900 a París. Descubre la ciudad moderna y lo que conlleva, su mundo visual, la vida colectiva, el movimiento desenfrenado. Queda impresionado por las luces, las formas en movimiento, los ascensores, los anuncios publicitarios, los colores, las letras vibrando, los sonidos… millones de imágenes. Miles de impactos simultáneos, definidos por límites confusos.
París se había convertido entonces en centro neurálgico y reclamo para todos aquellos interesados por el arte. Es la capital de la vanguardia a la que los jóvenes acudían fascinados por el ambiente bohemio, los cafés cosmopolitas, las posibilidades de formarse en las academias y museos. Otro gran atractivo son los Salones, ventanas abiertas a las nuevas tendencias.
Léger inicia sus estudios en la Escuela de Artes Decorativas de París en 1903. En 1908 se instala en la residencia de artistas “La Ruche” (la Colmena), donde se agrupaban más de cien talleres de pintores de todo el mundo, gracias a un ambiente propicio y alquileres baratos. Allí trabajaban Jaques Lipchitz, Ossip Zadkine, Amedeo Modigliani, Olesandr Archipenko o Chaïm Soutine, con los que traba relación.
La ciudad le seduce al tiempo que le aturde, percibe la confusión, el caos, el torrente de estímulos, la avalancha de información. Lo afirma con contundencia: “El mundo visual de una gran ciudad moderna, este enorme espectáculo está mal orquestado… Consideremos el problema en toda su amplitud, organicemos el espectáculo exterior”. Como artista, le preocupa lo que denomina la “invasión polícroma”: “el color lo invade todo, como una marea. Absorbe las paredes, las carreteras… Abrimos la ventana y una fracción de publicidad chillona entra como una flecha. Locura de color y de ruido… Ya es hora de que empecemos a protegernos”.
Primer cubismo
Pronto entra en contacto con el primer cubismo, detonante de una inédita necesidad de cambio. En su personal andadura se centra en la búsqueda de un lenguaje pictórico, un nuevo orden plástico erigido sobre la nueva sensibilidad que se ha generado en la cultura del siglo XX. Léger desdeña el arquetipo de artista aislado en un mundo onírico; muy al contrario opta por enfatizar la tecnología y representar la convivencia entre el hombre y la máquina.
Su trayectoria es constante y diversa. La preponderancia de las figuras humanas y las formas geométricas, el diálogo entre las líneas y los colores, su gusto por la arquitectura y los planos pictóricos son ingredientes que conforman un arte identificable. Léger alcanzó un estilo artístico personal, ligado a la naturaleza, a la tradición y, al mismo tiempo, a la modernidad y a la máquina, y situó al hombre moderno en el centro de este cosmos. De esta manera humanizó, por un lado, el maquinismo del siglo XX, al tiempo que dinamizó y modernizó, la imaginería de la existencia humana.
Ordenando el presente
Un nuevo mundo requiere una creatividad que organice ese caos. Así pues, el artista no puede ser ajeno a la transformación del mundo, debe estar comprometido, ofrecer soluciones. Esas soluciones no las halla mirando al pasado, sino aceptando y ordenando el presente, con ideas y recursos actuales. Con estos fundamentos básicos empieza su propia evolución, a la búsqueda de un mundo armónico.
El papel del artista es dar solución a estos problemas que plantea la vida, pero para ello ha de basarse en estrategias y materiales contemporáneos, acordes con el espíritu de su tiempo. En este sentido rechaza las “escuelas oficiales, las de ‘Bellas Artes’ y otras que se obstinan en reeditar épocas desaparecidas… La realidad del mañana está ya al alcance de la mano. Una sociedad sin frenesí, serena, ordenada, viviendo con naturalidad entre lo Bello, sin exclamaciones ni romanticismo”.
Además es un momento histórico en el que las religiones se derrumban por obsoletas. Ante la indiferencia, la costumbre o el hábito que se siente hacia las tradicionales, que producen una sensación de vacío, Léger pretende llenar ese vacío espiritual con el culto a lo bello, una nueva religión.