Ahora, Alejo Uralde escucha una nueva pregunta del entrevistador. Siempre se la formulan, y él siempre contesta lo mismo: “No sé de dónde provienen las ideas, sólo me llegan”, contesta invariablemente, sin mentir. “Desconozco la razón, si es que hay alguna, que me motiva a escribir este tipo de historias”. Pero ahora ha resuelto ser más sincero que nunca, hurgar en los recuerdos más profundos y responder de forma tal que la pregunta ―muy molesta para él, sin razones que lo justifiquen― se responda de una vez por todas.
—¿Qué te motiva a escribir relatos tan lóbregos? ¿Reconocés influencias fuera de la literatura?
—¿Influencias? —dice alejándose del micrófono para que deje de acoplar—. No sabría reconocerlas como tales. No, al menos, como influencias directas. Acaso debería remitirme a mi infancia.
—Podríamos pasar a otra pregunta, si te incomoda.
—No, está bien —Alejo ha empezado a rascarse la nuca, como toda vez que algo lo incomoda—. No todo fue dolor y ausencia: hubo también momentos felices, y eso se lo debo a mi padre. A decir verdad, quizá la respuesta esté en que mi madre se haya llevado a mi hermano menor y me haya abandonado.
Silencio.
Del panel, unos pocos sonríen: son quienes conocen bien su cinismo y su humor ácido. Recursos con que atraviesa situaciones fastidiosas.
Sonríe, le guiña un ojo al entrevistador y sigue hablando.
—Ya poniéndome serio, creo que, evidentemente, mi padre habrá tenido mucho que ver con el escritor que soy. En todo caso puedo decir que el género me interesó desde muy chico. Y fue gracias a mi padre que descubrí, por ejemplo, el cine de terror. Pero no hay nada de especial en eso: ¿a qué niño normal no le atraen las historias donde la sangre salpica la lente, donde los muertos abandonan sus tumbas y todos mueren tarde o temprano?
El entrevistador sonríe, el público le devuelve una risa general.
El eco de la pregunta resuena en su cabeza, activa algún engranaje en su memoria. Por eso es que su poder de evocación se dispara hacia el recuerdo más próximo.
—Recuerdo —sigue diciendo— que una de las primeras películas que me aterró fue La noche de los muertos vivientes. La remake de principios de los noventa, la que es en colores y que fue dirigida por Tom Savini.
—La original, la de Romero, es del 68 —acota el entrevistador.
—Esa la vi después. Cuando ya sabía que me interesaba el terror.
El entrevistador lo mira por sobre los lentes:
—Toda una generación de escritores vio esa película y, sin embargo, ninguno ha tenido la ocurrencia de escribir historias tan macabras.
—Lo sé, sólo estoy intentando hacer memoria. No es fácil, sabés. No para alguien como yo, que apenas recuerda su primera infancia. De todas formas, al menos en parte, La noche de los muertos vivientes dejó su huella en aquel chico.
»Y sonará vergonzoso, lo sé, pero también me acuerdo de no poder dormir después de ver El regreso de los muertos vivos. Los jóvenes acá, y son la mayoría, según veo, no sabrán de qué les hablo. Porque la película no llega a ser un clásico del terror. Es más bien una película de culto, una parodia en la que los zombis claman “Cerebro… cerebro…”.
»La noche en que vi esta película corrí a la habitación y me abracé a mi papá y no lo solté hasta que me dormí o me desmayé. Ahora que lo pienso, él era muy poco estricto con el horario de protección al menor.
—Nombraste dos películas que tratan lo que hoy conocemos como zombis. Pero ―el entrevistador baja la vista hacia sus apuntes― en ninguno de tus cuentos, como tampoco en tu última novela, escribís acerca de zombis.
—Podría decirse que soy el único que no lo hace.
El público le devuelve una risa más grande que la anterior, esta vez acompañada de aplausos y chiflidos.
—Ya, Alejo. Pasemos a la siguiente pregunta.
Alejo ignora la propuesta del entrevistador:
—Recuerdo que, en aquella época, los videoclubs (al menos el de mi barrio) te alquilaban también la videocasetera. Estoy hablando de los años del ady.
―¿ady?
―Sí, ady: Antes-De-YouTube.
El entrevistador ríe. Alejo Uralde se ha metido en el bolsillo tanto al público como a los reporteros.
—Un fin de semana (imagino que lo era) mi padre alquiló unas cuatro, cinco películas. No sé si las vi todas, pero me acuerdo de dos. Una fue Demonios, de Lamberto Baba, creo. La otra, El exorcista. No voy a hablar de ellas acá. Si alguien está interesado en saber de qué se tratan, van al ya mencionado YouTube, y se acabó la intriga.
Y algo hace que Alejo se detenga ahí.
Cree que la cosa podría ir por el lado de El exorcista. El desierto, una excavación y el descubrimiento de algo maligno y aterrador; y el misterio al que te sometía aquella primera escena. Sí, tal vez. Aunque, si sigue haciendo trabajar a su memoria, es posible que descubra algo más. Escarbando es cómo el arqueólogo halla los fósiles. Porque su primera influencia bien pudo haber sido El exorcista. Sin embargo, también es posible que toda esa lobreguez, como la ha llamado el entusiasta entrevistador, se deba a algo anterior y ajeno a la literatura, al cine, a toda esta perorata esnob del arte oscuro.
Alejo se abstrae de la insulsa escenografía del estudio y de las luces y el público y el “culto” entrevistador. Alejo piensa.
Pronto la imagen del arqueólogo frente a su terrible hallazgo se convierte en otra. Una imagen parecida, sólo que a la inversa.
La imagen, por primera vez, es nítida y contundente: él, con no más de seis años, ayudando a su padre. El inevitable tañido de sus dientes, el vapor saliendo en cada respiración, evidencian que es invierno. Y seguramente no sea de gran ayuda, pero él se esfuerza mucho, hace lo posible por cargar con tierra su pala. Alejo quiere que aquello se termine pronto, que la última palada lo cubra todo. Quiere que aquellos ojitos inmóviles, que se dejan enterrar y que ni parpadean, queden sepultados para siempre. Quiere que acabe urgente todo aquello. Y salir de ahí quiere, volver a casa. Olvidar. Obedecer a su papá: convencerse de que nada ha ocurrido, que su papá es bueno y que sabe lo que hace. Que se endurezca la tierra, que se afirme, y que la hierba crezca pronto. Que todo se convierta en olvido, en algo que jamás sucedió.
A aquella omitida tarde lo ha llevado la caprichosa y recurrente pregunta. Pero lo mejor es no seguir pensando. Lo mejor es volver al aquí y ahora, poner los pies de vuelta en esta inútil conferencia de prensa.
Aunque Alejo tiene la sensación de que no sólo ha pensado todo aquello, sino que también… lo ha dicho. Que, sin soltar su micrófono, ha pronunciado cada una de las palabras que circundaron su mente y su memoria.
—Yo…, es decir…
¿Es posible que lo haya dicho? ¿Será por eso que todos ―fotógrafos, cronistas, público― lo miran con la boca abierta? Ellos callan, empastados en un silencio absoluto. Absoluto como el recuerdo.
Y alguien descarga el primer flash. Y los micrófonos se abalanzan sobre él.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 2 de enero de 2021
Cierre: 7 de julio de 2021
Fallo: 6 de agosto de 2021
Acto de entrega: 21 de agosto de 2021