Es el empleo de este soporte lo que condiciona la estética de las obras presentadas, que son en su mayoría pinturas verticales con uno o dos campos de color aplicados en el reverso y atravesados en el anverso por intensos trazos más matéricos. Y es que el metacrilato, gracias a su transparencia, permite se pintado por ambos lados, haciendo, según el pintor, activo el espacio vacío entre ambas superficies. Canogar les infunde además una fuerte carga simbólica, pues para él representan paisajes de cielo-tierra y tierra-aire, donde la impronta del hombre se hace patente a través de las pinceladas.
Canogar, que inició su trayectoria a finales de la década de 1950 como miembro fundador del grupo El Paso, retoma aquí la búsqueda de la esencialidad que movía entonces al expresionismo abstracto e informalismo. Él mismo ha destacado recientemente su voluntad de volver a trabajar con mínimos elementos para así potenciar su radicalidad, como ya hizo en época de plena vanguardia española.
Vuelve así a su Origen, cerrando el círculo que comenzó a trazar por entonces. Finalmente, mediante esta exposición el pintor continúa con su reivindicación de la pintura como género imprescindible y que, en la actualidad, considera que ha perdido importancia, relegada por otros géneros beneficiados por la concepción del arte como mero producto de consumo.