Hasta el 8 de mayo, el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca acoge Ángel Ferrant: A escala doméstica, una exposición íntima que presenta una reducida selección de sus obras –siete esculturas de pequeño formato, seis relieves en barro cocido y 14 dibujos– realizadas entre 1939 y 1960. La muestra permite acercarse a la fascinante figura de este artista que se preocupó, quizá más que ningún otro del siglo XX español, por la enseñanza del arte y de su lugar en la educación.
La preferencia de Ferrant por los formatos pequeños responde a su concepción de la relación entre la obra y el espectador, con esculturas articuladas que invitan a mover, jugar y manipular, y con las que se adelantó a propuestas más conocidas y consideradas como pioneras. De ahí que esta muestra busque encajar sus piezas en la sala del Museo con la misma naturalidad con la que determinados objetos ocupan los espacios domésticos.
La exposición busca también reivindicar su figura tanto en su faceta como artista de vanguardia como por su labor pionera en el ámbito de la educación. Es por ello que sus esculturas y dibujos, procedentes de dos colecciones privadas, se exhiben junto con fotografías, carteles, bocetos y libros que ayudan a entender su figura en el contexto de su tiempo: su contacto con otros creadores, sus publicaciones y su trabajo como diseñador. El material de archivo procede del Archivo Lafuente en Santander y del Museo Patio Herreriano de Valladolid, que custodia la mayor parte de su legado.
La muestra va acompañada de un catálogo que incluye un ensayo de Olga Fernández López que describe al artista como “un agente cultural incansable”. En sus páginas se incluyen también las transcripciones de dos entrevistas a Ferrant de 1951 –una de ellas inédita– y de su aparición en el programa de Televisión Española Imagen de una vida en 1958. La selección de textos se cierra con una reedición de un artículo publicado por Ferrant en la revista mexicana Arquitectura en 1960.
Enseñanza: juego, descubrimiento y experimentación
Siguiendo los planteamientos de vanguardia que había conocido en sus viajes a París y Berlín y durante una estancia en Viena, Ferrant integró el juego, el descubrimiento y la experimentación como parte de su metodología, superando así los modelos decimonónicos –ya obsoletos, pero aún vigentes en España– que habían devenido en la mera copia de los grandes maestros. Así, en vez de pedir a sus alumnos que copiasen vaciados de yeso, el artista les mostraba “pancartas escolares” con textos inspiradores, que también forman parte de la muestra.
Ferrant emergió como artista y educador en una época convulsa. Su texto Diseño de una configuración escolar, publicado en 1931, aceleró la transformación de la manera en la que se enseñaba arte en España, granjeándose una visibilidad que después dificultaría su carrera cuando, tras la guerra, tuvo que negociar con las peculiares condiciones del mundo del arte durante el franquismo. Fue, además, uno de los fundadores de la “Escuela de Altamira” (1949), grupo de artistas que encontró inspiración en las pinturas rupestres para crear un Arte Nuevo de vanguardia.