[La Travesía de los tiempos (AdN) constituye el monumental reto de contar la historia de la humanidad en forma novelada. Hacer desfilar los siglos, abrazar las edades, sentir su agitación… En este proyecto titánico se ha embarcado Schmitt desde hace treinta años. Tras acumular conocimientos científicos, médicos, religiosos, filosóficos, y crear personajes fuertes, conmovedores, vivos, ve la luz una obra que nos catapulta de un mundo a otro, de la prehistoria a nuestros días, de evolución en revolución, mientras el pasado ilumina el presente].
– ¿Qué le lleva a escribir esta monumental historia de la humanidad?
Acababa de terminar mis estudios de Filosofía, era un joven profesor en la universidad y estaba redescubriendo el placer de la literatura porque durante años había leído solo libros muy útiles para mis estudios. De pronto estaba redescubriendo el continente literario y la fuerza de la novela. Descubrí que a veces hay mucha más filosofía en una novela que en un ensayo porque la novela tiene la fuerza de recrear espacios y tiempos y poner las cuestiones filosóficas en la carne del mundo. Situaciones que abordan la psiquis humana, la urgencia vital. Para mí el arte supremo no es la filosofía, es la novela. Entonces, con veinticinco años tuve la idea de construir una novela-río que contase nuestra civilización. Cómo hemos pasado de los cazadores recolectores de la Prehistoria a nuestro mundo, éste en el que en un segundo puedes llamar a Pekín o a Los Ángeles. El planeta es muy pequeño porque en 8.000 años ha disminuido y ha surgido el miedo a no poder seguir viviendo en él porque el hombre lo ha sobreexplotado. Era partícipe de la angustia contemporánea y de la voluntad de entender y tenía que escribirlo.
[Paraísos Perdidos es la punta de lanza de esta aventura única. Noam es el héroe. Nacido hace 8.000 años en un poblado lacustre, en medio de una naturaleza paradisíaca, afrontará los dramas de su clan el día en que conoce a Noura, una mujer impredecible y fascinante que lo hará descubrirse a sí mismo. Tendrá que medirse a una célebre calamidad: el Diluvio. El Diluvio no solo hace entrar a Noam-Noé en la Historia, sino que determina su destino]
– ¿Con qué época de la historia se quedaría?
Me hubiera encantado vivir hace 8.000 años. Muy pocos hombres en un mundo lleno de animales. Hombres que tenían mucho respeto por todos los seres vivos. Por eso este primer tomo lo he titulado Paraísos perdidos. Para nosotros hoy el mundo es materia. Para nuestros ancestros eran espíritus, demonios, dioses… En el fondo tenían un pensamiento ecologista con mucho respeto hacia la naturaleza y un pensamiento muy humilde. No había esa superioridad sentida del hombre para con el resto de los seres vivos. Hoy, por ejemplo, pensamos que sólo el hombre tiene conciencia. Nuestros ancestros no pensaban así. Creo que eso comporta un tipo muy interesante de sabiduría.
– En ese sentido, ¿cómo definiría al ser humano de hoy?
Vivimos una época única en la historia de la humanidad porque por primera vez el hombre ha tomado conciencia de que ha ido demasiado lejos. Es consciente de que está ocupando demasiado espacio. La Tierra se ha reducido y está siendo sobreexplotada en sus recursos y han sido amputados elementos de la flora y la fauna. Por vez primera, la humanidad piensa que está en peligro no por causa de los dioses o de la naturaleza, sino por sí mismo. La conciencia de la responsabilidad humana es algo propio del siglo XXI. Eso conlleva la angustia de nuestra época. En todas las épocas ha habido discursos sobre el fin del mundo, pero nunca como en la actual. Hay algo nuevo en esta tesis y es que el culpable de esa posibilidad de que el mundo se acabe es el propio ser humano. Por eso en mi libro el protagonista escribe lo que ha tenido siempre como un secreto a lo largo de todos los siglos para intentar comprender cómo ha llegado a este punto contándonos su historia, que es la nuestra.
– Tras confesar que nació hace miles de años, el protagonista de su libro afirma que es la primera vez que tiene miedo. ¿De qué debería tener miedo el hombre?
Noam, el protagonista, tiene miedo pero al mismo tiempo tiene confianza en la capacidad del ser humano de reaccionar frente a las crisis. Creo que la humanidad está progresando a través del mal. Únicamente a través del mal. No progresan porque buscan y quieren el bien, sino porque intentan o quieren evitar el mal. Es necesario que haya catástrofes, guerras y cataclismos para que el hombre pueda reaccionar. El motor de la historia es el mal.
– ¿La clave está en la capacidad del ser humano de destruir el planeta?
Sí, por supuesto. Y, al mismo tiempo, Noam, nuestro protagonista, piensa que el ser humano también es capaz de impedir esa destrucción.
– A lo largo de estos treinta años, ¿cómo se documentó para escribir su obra?
Tengo una enorme curiosidad por todo. No por casualidad hice mi tesis doctoral sobre Diderot, el padre del enciclopedismo. Me gusta el saber enciclopédico no jerárquico. Para míes tan importante la descripción de cómo se fabrica el pan como la metafísica. No hay jerarquías. Yo escribo así. Todo me interesa. Estudio materias sobre ciencia, medicina, filosofía, política, economía, espiritualidad… Aunque no hubiera escrito esta obra hubiera estudiado todo eso.
– La ficción como un elemento más que estructura al ser humano, ¿es así?
Sin ficción el ser humano no existiría. Cuando recibimos un nombre o un apellido recibimos una ficción. Una ficción que nos liga al pasado o que nos inventa un futuro. En el Antiguo Testamento los hebreos dan nombres que no están relacionados con el pasado sino con el futuro. Dice, “Isaac, reirá”. Eso es ficción. En la parte final de Paraísos perdidos voy a mostrar cómo los hombres transforman los eventos en ficción. Ahí están La Biblia, La Odisea, etc. Porque la historia de los hombres es también la historia de sus ficciones.
– La Biblia es un elemento inspirador de su libro…
Así es. En este primer tomo cuento el verdadero diluvio. Un diluvio que se produjo hace 8.000 años. A causa de otro calentamiento climático el Mediterráneo subió de nivel cerca del Bósforo, cubrió la tierra hacia las planicies de la actual Ucrania y creó el Mar Negro. Tenemos las pruebas científicas de lo que estoy diciendo. No fue un diluvio universal, pero fue un inmenso diluvio local. La Biblia utiliza la ficción para dar sentido a la historia, porque no se debe olvidar que el hombre es una máquina de fabricar sentidos porque tenemos que dar y encontrar sentido a las cosas.
– Su obra está llena de imágenes y de metáforas, lo que la convierte en muy cinematográfica. ¿Ha tenido tentativas de llevarla al cine?
Sí, estoy de acuerdo en que es un texto muy cinematográfico. De hecho, una de las grandes plataformas me habló de la posibilidad de adaptarla al cine y convertirla en una serie. Pero prefiero esperar.
– ¿Estamos ante una obra para la nostalgia o para la esperanza?
Paradójicamente es una obra para las dos cosas. Todo progreso comporta siempre una pérdida. Por ejemplo, en este primer tomo vemos como los hombres se vuelven sedentarios cuando antes eran nómadas. Es una buena noticia para la humanidad en general porque se produce una explosión demográfica, las mujeres tienen más hijos, porque cuando eran cazadores y se trasladaban continuamente la mujer tenía un hijo cada cinco años. Pero conviene matizar que ese cambio constituye un progreso para una parte de la humanidad y una mala noticia para la que constituyen las mujeres, porque se ven condenadas a estar dentro de casa para tener y cuidar a los hijos. El hombre es el que pelea, el que trae la comida a casa y eso es el principio de la interiorización y la desigualdad de la mujer. Este es un ejemplo más de que el progreso también tiene su parte negativa.
– Lleno de energía, su libro hace bueno aquello de que la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma…
Buena apreciación porque me gusta mucho la palabra energía. De hecho, mis traductores me señalan que mis textos tienen energía lo que me hace suponer que yo también la tengo y eso me reconforta.
– Alude usted al calentamiento global como un elemento que puede hacer cambiar la historia, ¿de qué forma?
Efectivamente, el calentamiento global está muy presente en mi obra. Entiendo muy bien el enfado de la gente joven que, con todo derecho, cuestiona el mundo que les hemos dejado o que les vamos a dejar. No me burlo en absoluto, sino que comparto esta preocupación. La joven sueca que lidera estas protestas constituye para mí una encarnación de esta preocupación contemporánea a pesar de que ha sido criticada. Y lo ha sido porque dice la verdad. Se le reprocha ser joven, ser una chica pero, sobre todo, no gusta que diga verdades incómodas. Tenemos que estar de acuerdo con el diagnóstico de la ciencia. El qué hacer ante la situación es un problema político pero estamos todos un poco esquizoides porque queremos salvar el planeta pero no queremos cambiar de hábitos. Somos ecologistas creyentes pero no ecologistas practicantes. Y eso es un grave problema.
– Y la religión como otro de los elementos vertebradores de la historia …
Tengo una mirada humanista sobre la religiones. Me interesan porque pueden ayudar a los hombres. Estudiando las religiones he llegado a la conclusión de que empujan al ser humano a ser menos egoísta, menos interesado, menos salvaje, por decirlo así, para elevarse hacia una dimensión más altruista y más generosa. Creo que eso está presente en todas las religiones. Pero, de alguna forma, todas son impuras. En todos los textos religiosos hay llamadas a la violencia tanto como a la espiritualidad. Creo que hay que tener una relación crítica con las religiones. Pensar y reflexionar sobre lo que proponen. Cuando uno lee el Antiguo Testamento se encuentra con tanta violencia como con cosas maravillosas. El Nuevo Testamento es, en ese sentido, mejor. Los cuatro evangelios son cuatro manuales en contra de la violencia pero también contienen el apocalipsis. Y en el Corán al tiempo hay una espiritualidad muy elevada y llamadas al crimen. Yo estoy a favor de una educación crítica. Leer un texto, casi cualquier texto religioso, es encontrarse con contradicciones. Por ejemplo, si lees el Corán para elevarte espiritualmente te vas a elevar. Pero si lo haces para justificar tus pulsiones agresivas también lo vas a encontrar. La lectura es la que hace el libro.
– ¿Los ocho tomos de La travesía de los tiempos constituyen una obra totalmente cerrada?
El plan es dinámico. Se mueve. Reacciona a lo que ocurre porque siempre hay interacciones entre el presente y el pasado. He previsto casi todo hasta ahora, pero es una obra dinámica. Hay movimiento.
– ¿Considera que, además de reflexiva, es una obra fácil de leer?
Me alegra mucho que me permita decir que sí, que estamos ante unos volúmenes amenos de fácil lectura. Y eso es así porque el primer libro que me atrapó fue Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, un libro que me encanta también por su amenidad. Me fascina su movimiento novelesco y esa condición es la que busco en cada uno de mis escritos.
– ¿Con qué sentiría compensado el esfuerzo de escribir una historia de estas dimensiones?
Tomar distancia en el presente sobre nuestro pasado nos permite ser más críticos y más activos en la actualidad. Por ejemplo, sobre la condición de la mujer en el mundo o sobre algunas cuestiones sociales y las ambigüedades del progreso. Tengo ganas de que mi lector sea más crítico, vigilante y consciente y poder convencerle de que es maravilloso ser mortal. Sería espantoso que fuéramos inmortales. Espero que cuando los lectores cierren el octavo tomo y lleguen al final de la obra se sientan contentos de ser mortales porque describo la inmortalidad del protagonista, Noam, como una cárcel en la que esta rodeado de soledad. He escrito este libro para domar mi propia mortalidad. Hablo de una crítica meditada porque la inteligencia nunca gana contra la tontería pero hay que seguir luchando. La tolerancia nunca mata o acaba con la intolerancia pero hay que seguir perseverando en la necesidad de pensar libremente porque el motivo de la lucha no es la victoria. En definitiva, hay que ser beligerante y alegre, porque la alegría da fuerza.
El autor
Catedrático de filosofía, Éric-Emmanuel Schmitt es uno de los autores francófonos más leídos y representados en el mundo. Sus libros se han traducido a más de cuarenta idiomas y sus obras de teatro ocupan regularmente cartelera en más de cincuenta países.
Como escritor inicialmente se dio a conocer en el teatro con El visitante, al que seguirían otras obras tan celebradas como Variaciones enigmáticas o El libertino. Ha escrito también El ciclo de lo invisible, un conjunto de relatos sobre la infancia y la espiritualidad al que pertenecen Félix y la fuente invisible y el aclamado El señor Ibrahim y las flores del Corán. Como novelista es autor de La secta de los egoístas y El Evangelio según Pilatos.
Schmitt ha recibido numerosos galardones, entre otros, el Gran Premio de Teatro al conjunto de su obra, otorgado por la Academia francesa.