Giorgio Morandi (Bolonia, 1890 – 1964) fue un artista fiel a su búsqueda personal, a una pintura silenciosa e inmóvil que registra en la poesía de los objetos los estados del alma y el transcurrir del tiempo. Apenas viajó fuera de Italia y permaneció casi toda su vida en su casa-taller de la Via Fondazza en Bolonia. Allí abordó un trabajo en el que los objetos cotidianos, las flores y el paisaje se convirtieron en protagonistas, con la intención de crear, tal y como señaló Ardengo Soffici, «un conjunto armonioso de colores, formas y volúmenes que obedecen exclusivamente a las leyes de la unidad, como la belleza de los acordes».
Alejado de toda corriente pictórica, de las vanguardias, de los experimentos con la abstracción y de cualquier lenguaje oficial o académico, el pintor italiano encontró en los objetos que le rodeaban el hilo conductor de una poética coherente, aparentemente inmóvil y siempre idéntica a sí misma, pero, en realidad, atravesada por continuas variaciones. Ese proceso basado en modulaciones sobre los mismos motivos, en ocasiones tan sutiles que son difíciles de percibir, se conecta con la conocida declaración del pintor en 1955: «Para mí no existe nada abstracto; por otra parte, creo que no hay nada más surrealista, nada más abstracto que lo real». Su lección, en este sentido, resultó fundamental para los pintores que le sucedieron, quienes le consideraron «un artista entre los artistas».
Esta muestra realiza un amplio recorrido por la producción morandiana –pinturas, dibujos, acuarelas y grabados– en el que se abordan todos los temas queridos por el artista, fundamentalmente naturalezas muertas (dos terceras partes de las 103 obras lo son), paisajes y jarrones con flores.