El proyecto ocupa distintos espacios del Museo: las salas de bóvedas del edificio Sabatini, donde se recupera la acción iniciada en 2013 con el proyecto poética(s) de lo inacabado, en la que se abrió un hueco en uno de los muros que permite desde entonces el paso del aire y la luz desde el exterior hasta el subsuelo.
En la planta baja, también del edificio Sabatini, ese mismo gesto de apertura se traslada al jardín del antiguo hospital donde, desde 2017, el colectivo Jardín de las mixturas, abierto e integrado por personas de dentro y fuera del Museo, ensaya formas de convivencia interrogándose acerca de “las presencias humanas-y-no humanas”.
Las “tentativas de hacer lugar” del título alude a la importancia de construir un espacio que siempre es nuestro y de los demás y que busca romper con el individualismo y la segregación de todo tipo. De raza y género, por supuesto, pero también de roles. En el jardín de las mixturas han intervenido, por ejemplo, conservadores, vigilantes, artistas y vecinos del barrio sin jerarquías ni distinción de funciones.
Lo que se hace en este espacio tiene que ver con la historia del edificio, mirar a otras presencias, no necesariamente humanas; la vegetación como presencias y pensamientos en movimiento. Así lo expresa la artista: “¿Cómo hacer sitio a conjuntos que deshacen el imaginario de separación convenida entre lo llamado «humano» y lo considerado «no humano», entre lo que tiene derecho a la palabra y lo considerado sin voz?, ¿cómo se hablan y apoyan?, ¿qué aprendemos de la atención al lugar en el que estamos?, ¿cómo se transforma y transformamos?”.
La tercera planta de Sabatini alberga también, a lo largo de 10 espacios, un conjunto de obras de Riera donde de nuevo retoma trabajos anteriores. Esta parte se plantea como un tejido en el que hay obras de otros artistas y no artistas con los que Riera ha realizado proyectos, a modo de cuadro colectivo, de poesía de lo conjunto; son evocaciones, con obras o sin obras.
En este “hacer lugar” no hay una voz superior que represente al otro. Tampoco hay una jerarquía de medios. Así, en uno de los trabajos situados al final del recorrido, centrado en un área de la población francesa de Valence, textos e imágenes dialogan sin que unos sirvan de explicación a las otras, ni viceversa. Las fotografías proceden de archivos o han sido tomadas por la propia artista, los textos son intercambios con los habitantes de la zona. Ante la imagen conflictiva y devastada del lugar, estas historias inacabadas e imperfectas son como la rama de la que se alimentaba Ceija Stojka en los campos de exterminio, la esperanza que surge de lo mínimo.
Más que lo discursivo, lo importante en esta muestra es el gesto. El gesto de tejer y destejer, reflejado en las obras de Teresa Lanceta y en las de la misma Riera. Pero, también el gesto de filmar. De ahí que la artista haya construido diversos objetos que se reparten a lo largo de toda la muestra y que para ella constituyen cámaras de cine, no tanto porque graben nada, sino porque con su ruedas y movimientos repiten el gesto de las cámaras del cine mudo.
En su trabajo está presente el repensar las formas cinematográficas: El árbol-cámara que no filma, construida colectivamente; deshacer las pautas del medio y hacer circular la cámara; pasar el micrófono para reencuadrar el fuera de campo; la singularidad de las voces; hacer que la forma cinematográfica devenga muda como en las primeras tomas de la historia del cine; velar la película, emparejar y desemparejar imágenes y textos para interpelar y dudar; la presencia de la mesa de montaje como metáfora de la observación y mezcla de colores, del trabajo manual con las imágenes, la memoria que se abre, lo que ha sido reprimido, borrado (los dibujos de niños kurdos sobre la guerra, la vivencia en los campos de Stojka…).
Relacional y colectiva
La práctica artística de Alejandra Riera es siempre relacional y colectiva. Se trata de un proceso en el que colaboran muchas personas y en el que el intercambio es continuo. Nadie se arroga con la prerrogativa de representar al otro, sino que las obras surgen a partir del diálogo y cuestionamiento de las estructuras y del propio lenguaje. Existe, por supuesto, un aspecto crítico en su trabajo, pero lo importante para ella es el aprendizaje mutuo, descubrir lo que no conocemos a partir de aquello que es en apariencia menor y frágil. De ahí la importancia de los dibujos infantiles, de la artesanía, de objetos encontrados o de fotografías involuntarias, es decir, de aquello que nos habla porque es mudo o incluso intraducible. Las relaciones entre seres y cosas son subterráneas y tejen lazos profundos, como esos objetos en forma de raíz que la artista ha realizado en los últimos años.
Como en otras ocasiones en esto últimos años, el Museo Reina Sofía presenta el trabajo de una artista cuyo trabajo es inseparable del de los demás. No estamos ni ante una muestra individual al uso, ni ante una artista que trabaja con la obra de los demás, sino ante una manera distinta de entender la práctica artística, en la que no se habla por los demás y en la que se aprende enseñando (algunos de los artistas de la muestra han sido alumnos de la propia Riera).
Alejandra Riera vive y trabaja en París. Combina fotografías con leyendas, textos y vídeos, lo que llama “modelos sin propiedades”. Su obra se ha expuesto en la Documenta 11 y 12 de Kassel.