La génesis de esta ópera se remonta a 1927, cuando Strauss le pidió al poeta y dramaturgo Hugo von Hofmannsthal (1874-1929) –con quien colaboró en seis óperas– un texto que emulara El caballero de la rosa, con la que ambos habían triunfado. La comedia debería desarrollarse nuevamente en Viena, pero ahora con la trama desplazada al año 1860, cuando el Imperio Austrohúngaro se resquebrajaba bajo los oropeles de una aristocracia empeñada en esconder su decadencia y ajena a las convulsiones que se fraguaban fuera de los salones.
El enredo parte de un tema aparentemente muy sencillo: un noble empobrecido por el despilfarro ofrece la mano de su hija mayor, Arabella, a ricos pretendientes, para así salvar a su familia de la ruina. La protagonista acepta ese papel degradante con arrojo, ocultando su humillación en un juego de seducción que cree controlar, hasta acabar con un rico y hosco provinciano ajeno a la hipocresía de los salones vieneses, en un agridulce final feliz, incapaz de ocultar los malos presagios de un futuro inquietante.
Esa alienación del convulso contexto político y social que retrata la ópera, la viven, también, curiosamente, el compositor y el libretista, creando una comedia lírica con reminiscencias de la opereta y el vodevil en los albores del nazismo, cuyos malos augurios afectarían a su mismo estreno, que ya no pudo ver Von Hofmannsthal, muerto repentinamente el 15 de julio de 1929, dos días después del suicidio de su hijo.
Las desavenencias con el régimen nazi apartaron del cargo de director musical de la Ópera de Dresde a Fritz Busch, dedicatario de la partitura, que iba a estrenar la obra. Lo mismo pasó con la soprano Lotte Lehmann, que no pudo interpretarla. Fueron reemplazados por el director Clemens Krauss, en el foso, y la que sería su mujer, la soprano Viorica Ursuleac, como protagonista, pero una convención de líderes nazis a poca distancia del teatro acaparó todas las atenciones, pasando el estreno de Arabella casi inadvertido.
La ópera ha experimentado una creciente revalorización en los últimos años, gracias a interpretaciones musicales y dramatúrgicas más hondas y serias que profundizan en lo que subyace bajo los cánones de la comedia. La música de Strauss, que nace de la prosodia de un texto de gran voltaje teatral, rico en requiebros y dobles sentidos, va dando voz a un reparto de personajes caricaturescos, perfilados con sutiles leitmotiv que articulan y entrelazan vals, polonesas, melodías eslavas, partes cantadas y habladas, con una orquestación genial, cristalina y minuciosa, que alcanza vuelos de grandísimo ímpetu emocional.
¿Opereta?
Joan Matabosch, director Artístico del Teatro Real, destaca la «tremenda tensión entre lo que cuenta Arabella y el código de comedia utilizado, que se da ‘de patadas’ con lo que se está explicando, generando una tensión que explica parte de las fascinación que provoca, porque literalmente es una comedia, pero lo que está explicando es cualquier cosa menos un comedia».
El director de Escena Christof Loy, responsable de algunas de las mejores puestas en escena del Teatro Real, lleva casi dos décadas profundizando en la lectura dramatúrgica de la obra, ya que la producción que se verá en Madrid fue concebida inicialmente para la Ópera de Gotemburgo en 2006, evolucionando desde entonces hasta su actual recreación madrileña: «El centro de esta obra es un drama familiar, pero después de este primer análisis el foco se va abriendo y acaba mostrando la realidad de una sociedad en crisis económica y declive profundos. Una sociedad que intenta preservar la fachada de un estatus que ya no existe».
Loy despoja la comedia de adornos, decoración palaciega y trajes engalanados, transformando su lujoso hotel en un espacio diáfano concebido por el escenógrafo y figurinista Herbert Murauer, en el que paneles deslizantes van dejando al descubierto las estancias interiores donde se desarrollan las sucesivas escenas de la ópera, transformando al espectador en un voyeur.
Los cantantes, actores y bailarines, ataviados en blanco y negro, se mueven como en una gran coreografía emocional, despojados de sus máscaras, en una lectura de gran hondura psicológica y meticuloso trabajo actoral, en el que destacan Sara Jakubiak (Arabella), Josef Wagner (Mandryka), Sarah Defrise (Zdenka), Martin Winkler (Conde Waldner), Matthew Newlin (Matteo) y Anne Sofie von Otter (Adelaide), que estrenó la producción.
David Afkham, gran conocedor de la música de Strauss, dirigirá su segunda ópera en el Teatro Real, después de Bomarzo, en 2017, ya que La pasajera, de M. Weinberg, prevista para junio de 2020, se canceló por la pandemia. Estará al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, que interpretarán la ópera por primera vez en Madrid, reparando una laguna inexplicable en el acervo musical del Real.
Proceso de ensayos «inolvidable»
Para Joan Matabosch «es fundamental construir Arabella durante el proceso de ensayos, tal y como se ha hecho aquí. Un proceso muy largo, llevan aquí desde el 4 de diciembre, en el que se ha ido construyendo la producción en un trabajo en el que todo el mundo sin excepción han trabajado como si fuese una nueva producción que partiera de cero, tomando todas las decisiones desde el inicio. Volviendo a recrear y construir el espectáculo de manera que todo el mundo se sintiera cómodo y en su sitio, y entendiendo cada momento del texto y de la música. Esa es la manera de levantar una obra muy compleja como ésta que, para que se entienda, requiere de muchos más matices y de muchas más decisiones».