«Debéis olvidarlo todo». Esta es la premisa con la que un hombre misterioso, de cráneo ancho y boca pequeña, disuadía a Betty y a Barney Hill de intentar entender qué les acababa de pasar. La historia sucedía en 1961, en las inmediaciones de Portsmouth, New Hampshire, y constituye el primer caso documentado de una supuesta abducción alienígena. También es uno de los muchos recortes de prensa que podemos encontrar en la colección personal de Suárez. Un artículo cuyo título nos interpela con la pregunta necesaria: ¿Historia o fantasía?
Desde muy temprana edad, Suárez fue diagnosticado con lo que entonces se denominaba manía persecutoria, al alterar de forma recurrente los hechos en sospechas. Una condición que culminaría en un brote de esquizofrenia paranoide a los 28 años y que él mismo atribuye en sus notas a una supuesta operación de hernia inguinal, evento a partir del cual «comenzó todo el proceso de tortura» que duraría el resto de su vida.
En contra de la recomendación de su psiquiatra se refugiará en la producción artística entre la década de 1950 y finales de la de 1990, dando forma a un cuerpo de obra desbordante. Una colección de paisajes en los que coexisten de manera inédita imágenes de la tranquila vida de provincias asturiana, la ciencia-ficción del fenómeno OVNI, el cambio climático, la ecología o la realidad religiosa de una época que no podía entender la pintura como una forma de terapia.
Esta visión tan heterogénea no puede, sin embargo, reducirse al capricho del caso aislado: el imaginario de Armando Suárez se está desarrollando en paralelo a la crisis de la representación y del progreso técnico y científico que se viene dando en todo el mundo durante los años 60 y 70.
Sin poder afirmar del todo que haya una consciencia del contenido estético y político de sus imágenes, lo que es seguro es que en él existe la misma intención de cuestionarlo todo: la necesidad de reconstruir su propia identidad política, moral y religiosa a través de un nuevo más allá científico.
Armando es todo a la vez
En sintonía con esa redefinición histórica, esta primera exposición individual del artista en Madrid presenta su obra en una linealidad inversa, comenzando por los cuadros de su última etapa. Una selección de pinturas que destaca por su humildad en el uso del óleo sobre tabla y por cierta laxitud técnica que demuestra una prevalencia de lo simbólico sobre lo pictórico. En cierto sentido se puede entender que la figura de Suárez no es tanto la de un pintor preciso y formado, si no la de un artista que materializa una imaginación atípica a través de la pintura.
Armando no es solo el caso de un artista outsider, de un pintor pop, o de un paisajista olvidado por su condición psiquiátrica. Armando es todo a la vez.