Los que fuimos fieles seguidores de su blog El descodificador sabíamos de su capacidad para dar cuenta de infinitas novelas, ensayos, cómics y discos, muchos discos; también para soltar vitriolo y mostrarse feroz ante la inmundicia de nuestra televisión anterior al desembarco de las plataformas. Antes habíamos leído sus reportajes en El País y El Mundo. En Los reveses ha escrito, con la agilidad del periodista y con sus buenas dosis de humor, uno de esos libros que duelen y sanan a la vez, que prescinden de eufemismos y resultan terapéuticos para el lector; que detallan el horror de una enfermedad dura y al mismo tiempo sirven de ayuda tanto a personas que pasan o van a pasar por lo mismo como a sus familiares y cuidadores.
Pérez de Albéniz encuentra en este deporte una afición saludable cuyo ejercicio, más allá de lo que pueda establecer la ciencia, a él le ayuda a sobrellevar los desastres de la enfermedad. Un hobby que le engancha sobremanera y con el que, casi de un día para otro, como si fuera un Rocky del ping-pong inasequible al desaliento, le lleva a Berlín, con su mujer y su hija, a competir por el título del Campeonato Mundial de Tenis de Mesa para Jugadores con Párkinson. De los dos asuntos protagonistas del libro el autor sabía poca cosa antes de que los médicos le confirmaran la dolencia. No tenía ni pala el día que probó suerte por primera vez en un club de Talavera de la Reina, próximo al pueblo manchego más cercano a su casa. Y lo ignoraba casi todo de un trastorno neurodegenerativo que tendemos erróneamente a asociar solo con temblores en las manos a edades avanzadas. Sí es cierto que la mayoría experimenta el zarpazo a partir de los 65 años, aunque hay casos prematuros como el del actor Michael J. Fox, que fue diagnosticado con 29 años.
Decíamos al principio que si uno piensa todo lo que tiene que hacer para ejecutar un revés perfecto lo más seguro es que llegue el bloqueo. Se aprende con mucho entrenamiento y luego se procede forma automática. Esa capacidad es precisamente la que van perdiendo los pacientes con párkinson. El paciente empieza a tomar verdadera conciencia de esas órdenes que antes daba a su cuerpo sin darse cuenta porque los movimientos ya no son los que le pide a su organismo sino los que su organismo le concede. Cuando el autor gana un punto importante es que la medicación está funcionando y la enfermedad pasa entonces a un lejanísimo plano. “En momentos así, ¿quién piensa en el párkinson? ¿A quién le preocupa la inestabilidad postural, la lentitud de movimientos, la rigidez, los trastornos del sueño o la hipertonía muscular?”.
Pasa con una victoria, pero también con la música. Dedica un capítulo a la musicoterapia, a sus efectos beneficiosos sobre las articulaciones, a celebrar cómo recupera durante un rato la energía de antaño al escuchar las canciones de sus bandas favoritas o de su adorado Johnny Cash. “Mientras el párkinson es capaz de destruir los lazos que unen a los enfermos con la sociedad, en un intento por aislarnos en una burbuja de dolores, medicaciones y penurias, la música puede ayudarnos a burlar esa condena”. Qué hermoso que le funcionen las canciones a quien tanto y con tanta pasión y conocimiento ha escrito sobre ellas. Y qué dura la palabra condena: “El ping-pong sería como un permiso penitenciario, salir de chirona y ser libre, olvidarse de las rejas y los muros de cemento, huir de la realidad…”.
Estamos hablando aquí de un libro emotivo, divertido y profundamente vitalista, escrito por alguien que pretende y consigue entusiasmarse con la amistad, la familia, los viajes, la comida… De un tipo que sabe ilusionarse pero que no pierde de vista la magnitud del enemigo (tremendo el capítulo titulado así, El enemigo). De un texto a distancias siderales de esas obras de autoayuda que buscan el lado positivo del drama que nos haya tocado vivir. “Quiero que la medicina descubra una cura, que me la aplique, y no escuchar nunca más su nombre, no volver a saber más de dolores musculares y de cabeza, de miembros agarrotados, de tropezones peligrosos, de que mi cuerpo entre en OFF y se convierta en un guiñapo. El párkinson no es una ‘oportunidad’ ni una ‘filosofía de vida’. El párkinson es una grandísima puta mierda”. ¡A raquetazos con él!
Los reveses. Una historia personal sobre párkinson y ping-pong
Javier Pérez de Albéniz
Editorial Libros del K.O.
168 páginas
18,90 euros