Así, bajo el lema Gigantes de piedra. Estelas armadas en el paisaje de la Prehistoria, el Museo exhibe en la Galería Azul tres estatuas que representan una cultura que hacía visible el poder sobre un territorio, a la vez que testimonian la existencia de unas sociedades de jefatura.

Este tipo de estelas conmemorativas o religiosas, sobre las que queda mucho que estudiar, descubren en el solar navarro un panorama cultural abierto y permeable, que mantenía vínculos ideológicos y simbólicos con otras regiones de la Europa continental y del ámbito mediterráneo.

La consejera de Cultura, Deporte y Turismo del Gobierno de Navarra, Rebeca Esnaola, destaca que este nuevo espacio «va a permitir a la ciudadanía conocer algo más de nuestra historia» y recuerda que «la acogida en el Museo de estas piezas, tras años a la intemperie, garantiza su conservación y sirve, a su vez, como testimonio palpable de aquella época». Además, una de las piezas, la que procede de Traibuenas, va a exhibirse públicamente por primera vez desde su hallazgo en la década de 1960.

De izquierda a derecha: Mercedes Jover, directora del Museo de Navarra; la consejera de Cultura, Deporte y Turismo del Gobierno de Navarra, Rebeca Esnaola, y el arqueólogo Javier Armendáriz presentan la sala Gigantes de piedra.

Las estatuas van acompañadas de dibujos y textos que las explican y contextualizan, así como de un breve vídeo que las encuadra en sus paisajes de origen y las relaciona, una a una, con otras piezas del ámbito europeo con las que presentan conexiones formales y culturales.

Estos bloques de piedra tallados con rasgos antropomorfos fueron alzados para ser bien visibles, respectivamente, en los valles de los ríos Baztán, Cidacos y Aragón, al final de la Prehistoria, entre el Neolítico y la Edad del Hierro. Los tres portan armas defensivas y ofensivas, que no son sólo expresión de un rango militar sino signos de afirmación personal y social. Corresponden a personajes relevantes, reales o legendarios, considerados héroes por los grupos que los levantaron. En algunas de estas piezas son bien identificables huellas de la damnattio memoriae, una práctica a la que fueron sometidas en época histórica para borrar su recuerdo.

La pieza más antigua es la Estela-Menhir de Soalar, procedente del Monte Soalar (Baztán), realizada en piedra arenisca roja, data del III y II milenio a. C., adscribiéndose al Neolítico Final y a la Edad del Bronce. De enormes dimensiones (4.300 x 90/20 x 30/50 cm) y con un peso de 3.500 Kg, este menhir fue alzado al final del Neolítico. En esa primera fase se representó un personaje tocado en el que se distinguen los ojos, cruzados por una figura serpentiforme. Cubre su cuerpo con un manto de líneas en zigzag. Del cinturón cuelga una alabarda, el arma más representativa de las élites europeas del período Calcolítico campaniforme. A una segunda fase posterior, ya en la Edad del Bronce, podrían corresponder las dos puntas de lanza de la parte inferior y un pequeño escudo con umbo, añadidos y esculpidos en falso relieve, constituyendo esta reutilización-resignificación de la pieza un hecho extraordinario en el estado actual del conocimiento.

La Estatua-Estela de Turbil fue hallada en la ciudad fortificada u oppidum de Turbil (Beire). Tallada en piedra arenisca, se adscribe a los siglos IV-III a. C., en el ámbito cultural de la Edad del Hierro. Le falta la base, ofreciendo unas dimensiones de 2.550 x 86 x 28 cm. Estatua monolítica ejecutada a cincel, que representa un guerrero, probablemente una figura de culto o emblema de la ciudad. En su pecho destaca un disco-coraza amarrado al cuello por correas. Los rasgos anatómicos se limitan al busto, mientras que el cuerpo es un bloque prismático. En el ámbito ibérico y celtibérico, las corazas con discos metálicos eran las piezas más señaladas de las élites aristocráticas. 

La consejera Rebeca Esnaola inaugura la nueva sala expositiva Gigantes de piedra en el Museo de Navarra.

Y por último está la Estatuta-Estela o Ídolo de Traibuneas,  fruto de un hallazgo casual, realizada igualmente en piedra arenisca y en la Edad del Hierro, siglos siglos IV-III a. C. Se conserva sólo la parte superior de la estatua (72 x 46 x 28 cm), que muestra un gran parecido con la de Turbil en sus detalles anatómicos. Las correas que sujetarían su disco-coraza, que ha desaparecido por la exfoliación del soporte, rodean su cuello y cruzan la espalda. Hay restos de pigmento blanco de cal en los ojos, por lo que seguramente estuvo pintada. La ausencia de un contexto arqueológico preciso limita su interpretación, pero también sufrió una destrucción intencionada. 

El equipo

La redacción del proyecto museológico ha correspondido al arqueólogo Javier Armendáriz Martija, experto en la Edad del Hierro en Navarra, quien ha contado con la colaboración de la arqueóloga Primitiva Bueno, de la Universidad de Alcalá de Henares, quien descubrió la conversión del menhir de Soalar en una estatua-estela.

La museografía se ha encomendado al estudio de Arquitectura Conjunta Proyectos, gabinete que ha diseñado la presentación de la sala, teniendo en cuenta –entre otros condicionantes– sus características formales, en el caso de Soalar el enorme tamaño y peso, y materiales, así como la necesidad de que los tres bienes no sólo se pongan al conocimiento y disfrute del público general, sino de los especialistas investigadores, por lo que los soportes de las piezas permiten tanto su total visibilidad, como el aprecio de sus avatares históricos que han vivido en su larga vida material. Otro punto a destacar de la museografía es la iluminación, en la que se ha buscado que las tres estelas tengan el protagonismo de la sala.

Los dibujos son de Iñaki Diéguez Uribeondo y el vídeo lo ha realizado Arena Comunicación.