Supongo que la pillaría en la tele cuando la televisión pública se atrevía a programar largos ciclos, siempre de noche y siempre en la segunda cadena, con la filmografía casi completa de Frank Capra, Jack Lemmon, Fritz Lang o Robert Redford. No recuerdo si ya en aquel primer encuentro me di cuenta de que no estaba ante una película más de Alfred Hitchcock, con sus habituales y celebradas estructuras de thriller o suspense; sí percibí al menos, creo, que era una historia diferente en su atmósfera, en su música, en sus colores respecto a lo que había visto hasta entonces.
La sensación –da igual la edad y las condiciones– es como la primera vez que ves Las meninas: algo te dice que ese no es un cuadro más de Velázquez. A partir de ahí la admiración crece cuantas más veces lo ves y lees sobre él. Es lo que tienen las obras de arte verdaderamente geniales: no se agotan nunca.
Todo esto para decir que estoy y estaré abierto siempre a cualquier acercamiento a Vértigo, incluso para discrepar de él. Me hice con Vértigo y pasión del filósofo Eugenio Trías en cuanto supe de su existencia y este mismo año la editorial Cult Books le dedicó un libro monográfico con una veintena de firmas de lo más variado. El último en llegar ha sido Manuel Arias Maldonado (MAM) con su excelente Ficción fatal. Pocas películas como ésta suman tanta bibliografía que además, por otra parte, no hará más que aumentar porque, como dice el propio MAM, estamos ante una cinta que “no solo ha resistido el paso del tiempo, sino que se ha sobrepuesto a él y luce más viva que nunca”. Esa fue, por cierto, la profecía que lanzó el añorado Guillermo Cabrera Infante cuando se estrenó: “Es una obra maestra y con los años se verá su importancia”.
Detrás de esa vitalidad también está la lectura feminista que en los últimos años se ha hecho de casi todo, incluida la desquiciada historia de amor de Scottie Ferguson (James Stewart) y Madeleine/Judy (Kim Novak) con San Francisco como escenario con entidad de personaje. Hablamos de una historia de amor romántico tal y como lo puede entender alguien como Hitchcock. Una lectura, la de la teoría feminista, que da por hecho aspectos que en la película son ambigua e intencionadamente interpretables. Porque como suele pasar con las mejores obras, esta película se resiste a la clasificación simplona. Vivimos tiempos, parece lamentarse MAM, en los que nos ha faltado tiempo para ver si en la obra de un director con fama de misógino había signos de la “insidiosa toxicidad de nuestra cultura patriarcal”, dejando de lado hasta qué punto estamos, nada más y nada menos, que ante “una exploración arrebatada de los anhelos humanos” como pocas veces nos han mostrado en pantalla grande.
Conectado con lo anterior está el hecho de que Vértigo volvió a estar de actualidad cuando hace un par de años la revista Sight and Sound dio a conocer cuáles son las mejores películas de la historia del cine tras preguntar a mogollón de especialistas, como viene haciendo cada diez años desde 1952. Vértigo, que se había coronado con el primer puesto en 2012, fue desbancada por Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, dirigida por Chantal Akerman en 1975. MAM cita en su libro al crítico estadounidense David Thomson que ya auguró lo que acabó pasando una década después, que aquel reinado era insostenible, que “la fantasía de un detective que necesita retocar a una mujer para adaptarla a su ideal masculino no podía seguir encabezando este canon informal en pleno auge del discurso feminista”.
Precisamente el último libro de José Luis Garci (The Best?) lleva por subtítulo Devaneos sobre la mejor película de la historia. El cineasta se asoma a la historia de Akerman para tratar de entender cómo es posible que por encima de los valores estrictamente cinematográficos se impongan los que se derivan de un largometraje valiente de una directora belga casi desconocida que denuncia de forma pionera la opresión del patriarcado sobre la mujer. Una denuncia encomiable que no deviene mérito artístico por mucho que la vote tanta gente. Un Garci en estado puro, o sea crítico pero respetuoso con la película (“interesante”, “desigual”, “fría”) que encabeza el nuevo canon, da asimismo un repaso al resto de las primeras de la lista con ese estilo ágil, evocador y erudito que es marca de la casa.
Hay menciones a Vértigo si bien para leer sobre la película de Hitchcock es mejor leer las páginas espléndidas que le dedicó en Las 7 maravillas del cine, donde no evita comentar, sin temor a reprimendas, el modo en que cree que las mujeres tienden a percibir este filme: “He comprobado que muchas mujeres se comportan ante ella como ante los westerns, con cierta indiferencia, con ‘rivalidad’, como si la película de Hitchcock les alejara de la atención masculina. Por prejuicio. Algo le alerta al universo femenino de que Vértigo es una película para hombres. Excesivo voyerismo y surrealismo, demasiada intimidad invadida. La mujer prefiere la posesión al misterio”.
Es bastante común, al piropear una obra, envidiar en voz alta al que aún puede disfrutarla por primera vez. No es el caso de Vértigo. Cuantas más veces la ves, mayor es el deleite aunque sepas la resolución del misterio que hace avanzar la trama; cuantas más ocasiones te cruzas con ella más imprescindible te parece Stewart, más partidario te muestras del acierto de casting de Kim Novak, que aporta la distante sofisticación de Madeleine y la vulgaridad carnal de Judy; o más alucinante te resulta el uso del color (¡esos verdes!) o más embriagador el empleo de la música de Bernard Herrmann. Una película que narra una obsesión dirigida por un tipo que tenía no pocas y turbias obsesiones y que se ha convertido en una feliz obsesión para cinéfilos de ayer, hoy y mañana.
Manuel Arias Maldonado
Editorial Taurus
304 páginas
18,91 euros
José Luis Garci
Notorious Ediciones
248 páginas
23,70 euros